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Channel: Un universo de Ciencia Ficción
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1954- LA HUMANIDAD EN PELIGRO - Gordon Douglas

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El argumento más comúnmente esgrimido por los detractores del cine de CF puede resumirse así: “La mayoría de las películas de ciencia ficción son basura; a menudo poco más que espectáculos de efectos especiales intercalados con escenas con malos diálogos e interpretaciones dignas de aficionados”. De acuerdo con lo que normalmente se denomina la Ley de Sturgeon (por el autor de ciencia ficción Theodore Sturgeon), no hay nada vergonzoso o extraño en reconocer que el 90% de toda la ciencia ficción es, en sus palabras, una “mierda”.

Pero esto no es exclusivo de nuestro género. Cojamos otro tan ampliamente estudiado y analizado como el western. Cuando John Ford dirigió su primer western sonoro en 1939, “La diligencia”, ninguno de los grandes estudios quiso ni tocarla. ¿Quién quería mancharse las manos con un western, esos subproductos destinados a las sesiones matinales de los sábados, producidos con plantilla por productoras de segunda como Monogram o Republic? No hay que decir que en los años que aguardaban en el futuro esos mismos estudios se mostrarían encantados de pagar las facturas de westerns que han quedado como clásicos indiscutibles del cine, desde “Solo Ante el Peligro” a “Centauros del Desierto”. Pero incluso entonces, paralelamente y sin salir de ese género, se estrenaban cada año montañas de… bueno, mierda. Incluso buen material era de vez en cuando calificado como tal si carecía del pedigrí adecuado y sólo años o incluso décadas después los críticos entenderían que ciertas películas repudiadas en su día eran merecedoras de una atenta revisitación.



La Ciencia Ficción tiene sus propios ejemplos de títulos no muy bien considerados en su momento por los críticos generalistas, pero que hoy, a pesar de sus ajustados presupuestos, modestos estándares de producción e intérpretes de segunda división, han pasado a ser considerados pequeñas joyas dignas de tanta atención como cualquier western o thriller de su misma época: “Planeta Prohibido”, “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” o el que ahora revisamos, “La Humanidad en Peligro”.

En la imaginación popular, la década de los cincuenta fue una época de complacencia y conformidad. Todo aquello que desafiara esa concepción tenía que ser domado: beatniks, jóvenes rebeldes, subversivos comunistas… eran desviaciones sociales molestas pero, en último término, digeribles por el sistema. La bomba atómica era otra cosa.

Muchas películas de CF de aquellos años trataron sobre nuestro miedo a esa energía tan primaria y poderosa, por fin destapada y presentada al mundo. Aunque hubieron algunas películas que intentaron reflexionar sobre la cuestión de una forma abierta y directa, como la post-apocalíptica “El Diablo, el Mundo y la Carne” (1959), en la mayoría de los casos los creadores preferían utilizar metáforas y alegorías. Visto así, no resulta sorprendente que la japonesa “Godzilla” (1954) presentara a un monstruo que sembraba una destrucción que claramente aludía a las explosiones de Hiroshima y Nagasaki. Las películas americanas, por su parte, ofrecieron monstruos, rayos alienígenas y otras fuentes de destrucción masiva.

Todas aquellas películas estaban inspiradas e impulsadas por las pruebas atómicas que se estaban
llevando a cabo en el Pacífico Sur y la apuesta decidida de ambas potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, por las nuevas bombas de hidrógeno a mediados de los cincuenta. Además, comenzaron a realizarse los primeros experimentos con intensos niveles de radiación sobre animales, descubriéndose que los insectos sufrían mutaciones horribles (mutaciones cuya magnitud, no obstante, no tenía equivalencia en animales superiores, aunque sí se producían efectos muy perniciosos).

En este contexto se encuadra “La Humanidad en Peligro”, una película fundacional con algunos interesantes elementos argumentales que merecen la pena subrayarse.

Después de que la Warner Bros hubiera obtenido pingües ganancias distribuyendo el film independiente “El Monstruo de los Tiempos Remotos” (1953), sus ejecutivos empezaron a buscar inmediatamente otro guión con monstruosos hijos de la radiación. Lo encontraron en “La Humanidad en Peligro” (“Them!” es su título original), basada en una historia original de George Worthing Yates, un guionista veterano que en los años venideros firmaría otros libretos para películas de CF de serie B. Fue este, sin embargo, con el que dio forma definitiva a todo un nuevo subgénero que durante unos años dominaría la vertiente cinematográfica de la ciencia ficción.

“La humanidad en peligro” fue una elegante producción con un reparto mejor del que se podría esperar en el género en estos años. Edmund Gwenn, por ejemplo, había ganado el Oscar por “De ilusión también se vive” (1934) y James Whitmore ya estaba convirtiéndose en un veterano actor de reparto con papeles destacados en “La Jungla de Asfalto” (1950) o “Bésame Kate” (1953). James
Arness, que había “interpretado” al monstruo en “El Enigma de Otro Mundo” e iba obteniendo papeles cada vez mejores, aún tardaría un año en encarnar al sheriff Matt Dillon en la exitosa y longeva serie de televisón “La Ley del Revólver” (1955-1975).

En cuanto al director Gordon Douglas, fue uno de esos corredores de fondo cuya carrera duró cuatro décadas e incluyó cortos de “La Pandilla”, westerns, películas policiacas, comedias con El Gordo y el Flaco, Jerry Lewis o Bob Hope… Puede que no fuera un realizador con personalidad, pero sí un profesional lo suficientemente respetado como para que una producción con su nombre se tomara en consideración. El hecho de que la Warner Brothers lo pusiera al frente de esta película demuestra que se había dado cuenta de que el cine de CF tenía potencial –al menos económico- y quería sacar tajada de ello.

Lo que salió de aquella iniciativa –después de abandonar la idea de convertirlo en un vehículo para el “lucimiento” de Jerry Lewis y Dean Martin- fue una película con la que, en poco más de noventa minutos, no sólo aprendemos mucho sobre las hormigas y por qué dejar que se transformen en monstruos mutantes pueda no ser una buena idea, sino también sobre otros miedos que acechaban a la sociedad norteamericana de la época.

La historia adopta inmediatamente un tono adulto, decantándose por una orientación policíaca en lugar de una extravagancia fantástica con monstruo incluido. El sargento de la policía Ben Peterson (James Whitmore) encuentra a una chica en pijama deambulando por el desierto. Se halla en estado de shock, incapaz de hablar, pero cuando se le acerca una botellita de ácido fórmico, despierta de su estupor y comienza a gritar aterrorizada: “Them! Them! Them! (“¡Ellas, ellas, ellas!”).

La investigación que se inicia lleva al descubrimiento de unas extrañas huellas así como a un cadáver repleto de ácido fórmico pero que no muestra signos de haber sido víctima de un asalto o cualquier otro tipo de violencia. El FBI entra en escena cuando se sospecha que uno de sus agentes de permiso y probable padre de la niña encontrada, ha desaparecido en la zona. El agente que se presenta para apoyar a la policía local,
Robert Graham (James Arness) no tiene tampoco mucha idea de lo que puede haber sucedido, pero cuando manda a Washington un molde de las extrañas huellas que han encontrado, la jefatura decide enviarle al doctor Harold Medford (Edmund Gwenn), una autoridad en hormigas. Y es que los causantes de los ataques parecen ser gigantescos ejemplares de esos insectos, cuyo tamaño obedece a una mutación provocada por las primeras pruebas atómicas que se llevaron a cabo en aquel desierto diez años atrás. La velocidad a la que se reproducen y su perfecta organización social supone una amenaza clara e inminente para el futuro de la Humanidad.

La llegada de Medford plantea inmediatamente un par de interesantes y novedosas cuestiones. En otros films anteriores, este tipo de “sabios” podían ser más inteligentes que los oficiales de policía y afines (como en el caso de “Ultimatum a la Tierra”) o todo lo contrario (como en “El Enigma de Otro Mundo”); pero en ningún caso eran quienes daban las órdenes. Sin embargo, ahora las autoridades se ven obligadas a delegar en los científicos por la más simple de las razones: ellos son quienes entienden la situación.

Al principio, Medford se muestra reacio a compartir sus teorías por miedo a provocar el pánico, pero incluso más tarde, cuando finalmente todos se cercioran de la naturaleza de la amenaza, siguen obedeciendo sus paternales directrices no sólo en lo referente a cómo combatir contra las hormigas gigantes sino en lo que se le debe contar al público. Cuando uno de los generales sugiere bombardear el hormiguero esa noche, Medford tiene que explicarle pacientemente que esa especie de insectos se refugia del sol por el día y sale por la noche a buscar comida. Si ponen en práctica la idea del general, la mayoría de los insectos se encontrará lejos del hormiguero cuando el ataque tenga lugar. Tradicionalmente, los generales eran vistos como los expertos en batallas. Ahora no solo no saben qué hacer, sino que encima podrían empeorar las cosas si no escuchan a los científicos.

Cuando Peterson y Graham encuentran finalmente a una de las grandes hormigas mutadas, es Medford quien les dice que apunten a las antenas ya que sin estas la criatura quedará indefensa. No es la clase de información que forma parte del adiestramiento de un policía o un agente del FBI.

En segundo lugar, tenemos a Pat Medford (Joan Weldon), hija del doctor, pero también una
competente científica de propio derecho. Claramente, su presencia en la película tiene la función de servir de “interés romántico” y su presentación consiste en ver cómo su falda queda atrapada al bajar del avión, revelando una atractiva pierna. Cuando le preguntan si necesita ayuda, ella la rechaza afirmando que puede arreglárselas ella misma. Esa escena es ya un adelanto de lo que está por venir, pero al agente Graham le cuesta hacerse a la idea de una mujer científico, diciendo en tono de chanza que si ella es doctor, él quiere ponerse enfermo.

Más tarde, cuando Graham y Peterson van a explorar uno de los nidos y descubren la gravedad de la situación, ella se prepara para descender bajo tierra con ellos. Graham, sin embargo, no quiere ni oír hablar de ello. Está claro que no es lugar para una mujer. Pero a Pat no le interesa su galantería y
señala que solo ella y su padre saben lo que están buscando, él es demasiado viejo para hacerlo y no hay tiempo para darle al agente del FBI un cursillo sobre la materia. De hecho, lo que esos tipos, supuestamente al cargo de la situación, repiten una y otra vez es que quieren que las cosas se les expliquen en lenguaje vulgar para que puedan entenderlo. Cuando Pat le dice a Graham que su padre es uno de los mirmecólogos más eminentes del mundo, éste suspira diciendo que eso era exactamente lo que quería decir con no poder seguir las discusiones técnicas. Pat gana la discusión y Graham acaba admitiendo que aunque ella es más inteligente que él –al menos en lo que se refiere a hormigas- , ello no supone necesariamente un obstáculo en su relación (relación que el director nunca llega a desarrollar puesto que solo serviría de estorbo para la acción principal).

La fuerza aérea destruye el hormiguero principal, pero dos reinas han volado y establecido sus propias colonias en sendos lugares. Uno de ellos es el sistema de alcantarillado de Los Ángeles, donde, tras declarar la ley marcial y hacer intervenir al ejército masivamente, deberá librarse la batalla final.

Con la perspectiva del más de medio siglo transcurrido desde el estreno de la película, lo que puede
resultar más inquietante no es tanto las monstruosas hormigas como la facilidad con la que se acepta no sólo el secreto gubernamental, sino la represión directa. Cuando los protagonistas se dan cuenta de que algunas hormigas reina se han escapado y fundado nuevos nidos, las autoridades tienen que imaginar cuántas hay, dónde están y cómo asegurarse de que las destruyen a todas. Para rastrear a los insectos, tienen a gente interviniendo los servicios de comunicación a la búsqueda de cualquier mensaje relacionado con ovnis, muertes misteriosas, desapariciones o irrupciones en domicilios. Al mismo tiempo, no se da información alguna. Los periodistas acosan a un funcionario, que responde “Sin comentarios”, incluso cuando le preguntan “¿Se ha calentado aún más la Guerra Fría?”. Aparentemente, permitir que el secretismo fomente la especulación desatada y un posible pánico relacionado con una Tercera Guerra Mundial es mejor que avisar a la gente acerca del verdadero peligro: que las hormigas gigantes invadan Los Ángeles.

Un hombre (Fess Parker) que vio lo que describe como un ovni similar a una hormiga gigante, es
encerrado e interrogado. Sabe que su relato suena a locura, pero también está seguro de lo que vio. El doctor que lo retiene está listo para ponerlo en libertad al cerciorarse de que no está mentalmente trastornado ni es peligroso, pero el agente Graham ordena al doctor –sin explicación alguna más allá de invocar la seguridad nacional- que mantenga encerrado al testigo. Esto no se interpreta en la película como una vergonzosa violación de las libertades civiles, sino como un mal necesario en la batalla contra las hormigas. Cuando un barco es asaltado por éstas, muriendo toda la tripulación, un crucero de la armada hunde el navío destruyendo al nido. Se nos dice que la Armada mantendrá a su barco en el mar hasta que la emergencia haya pasado, ya que permitir que atraque aumentaría el riesgo de que sus tripulantes cuenten lo que han visto.

Son estos últimos incidentes los que son más preocupantes que las hormigas gigantes. La película defiende no sólo que las autoridades, por carecer del conocimiento necesario, deben delegar ciegamente en los expertos científicos, sino que el público en general debe mantenerse aislado de tal conocimiento porque perderían el control si supieran la verdad. De hecho, la única forma de asegurarse, es dejar que gente inocente quede encerrada en sanatorios mentales cuando averiguan la verdad. Puede que guardar el secreto funcionara en “El Enigma de Otro Mundo”; al fin y al cabo, los personajes estaban aislados en una remota estación polar. Pero en “La Humanidad en Peligro” dos muchachos son atrapados por las hormigas porque nadie les había informado del peligro que corrían. Cuando uno de los militares especula con que los niños ya estarán muertos a esas alturas y que deberían quemar el hormiguero inmediatamente, Peterson le contesta que le diga eso mismo a la madre, a quien Graham ha permitido acceder al cuartel general de la misión. Por fin parece que hay alguien al mando que comienza a tratar a las personas como ciudadanos que también corren riesgos en vez de como otro aspecto más del problema mutante.

El final de la película sintetiza y anticipa el de muchos de los films de ciencia ficción de la época,
además de dar una pista clara acerca del miedo subyacente de la década. Cuando los protagonistas consiguen destruir la principal base de las hormigas y sus reinas, la última palabra no la tiene el heroico agente del FBI Robert Graham o el fatalmente herido sargento Peterson, sino el doctor Medford: “Cuando el hombre entró en la era atómica, abrió la puerta a un nuevo mundo. Lo que allí acabemos encontrando, nadie lo puede predecir”.

Las hormigas gigantes, representación monstruosa pero tangible de la radioactividad, se habían convertido en una metáfora de unos tiempos en los que nada podía darse por sentado. Las palabras finales de Medford tienen un tono incierto y pesimista, sin duda, pero menos crítico hacia la energía nuclear de lo que había sido, por ejemplo, “Godzilla”. Porque el discurso de Medford deja implícito que estos desconocidos peligros son un subproducto de la edad nuclear, algo para lo que debemos prepararnos. Aparentemente, criaturas mutantes letales para la especie humana representan para el doctor un precio inevitable del progreso humano, un inconveniente que cualquier partidario
del avance tecnológico debe tolerar sin pensárselo dos veces, dejando las decisiones a los científicos y pasando por encima del pueblo llano.

Y es que, en último término, se ha creado un círculo vicioso del que resulta difícil escapar. Por un lado, los militares y científicos, escudándose en el gran ideal de proteger la libertad y derechos de los ciudadanos norteamericanos, han desarrollado el armamento nuclear. Y, como consecuencia de ello, crean unas distorsiones en el mundo natural a las que sólo ellos pueden enfrentarse, coartando, eso sí, esos mismos derechos y libertades que juraron defender.

“La Humanidad en Peligro” es, por todo ello, una película profundamente antidemocrática que propone una situación extrema y justifica la ley marcial al considerar que el ciudadano medio no es digno de confianza. Las escenas en las que se muestra al ejército invadiendo las calles de Los Angeles mientras la población contempla el cuadro asombrada e impotente puede interpretarse como una renuncia tácita a su libertad.

Ese mensaje reaccionario viene implícito también en la representación y desarrollo de los roles de ciertos personajes. El héroe es un policía uniformado y la heroína una científico… y ambos son eliminados al final del film. El primero muere –innecesariamente desde un punto de vista narrativo- salvando a los niños prisioneros de las hormigas; en cuanto a la segunda, se sobreentiende que acabará casándose con el agente del FBI y pasará a ser un ama de casa y madre. Policía y científico forman la pareja que América necesita en su nuevo orden basado en el secreto y la vigilancia necesarios para proteger a América de ejércitos alienígenas, hormigas… o comunistas.

Porque hay también buen número de críticos que, además de ver en las hormigas el temor a los
resultados de los experimentos nucleares, establecen un paralelismo entre el film y la histeria política del momento materializada en la Caza de Brujas. Warner Bros ya había contado con Gordon Douglas para la película anticomunista “Yo fue un comunista para el FBI” (1951). En esta ocasión, las hormigas servirían como alegoría poco sutil de los soviéticos, con su sentido de la organización, su vida subterránea, ausencia de individualidad y violentas inclinaciones colectivas. Personalmente, creo que tal interpretación es algo forzada y que ninguno de los implicados en la producción tuvieron en mente intenciones más profundas que ofrecer un thriller de acción competente.

En cuanto a la producción de la película, ésta se había planificado inicialmente como un gran espectáculo en 3-D Technicolor. En el guión original, la batalla final tenía lugar en el muelle de Santa Mónica, junto a luminosas atracciones de feria, y se utilizarían caros efectos especiales. Sin embargo, dos días antes de comenzar el rodaje, el estudio recortó drásticamente el presupuesto. Ello obligó no sólo a abandonar los planes para el 3-D sino incluso a rodar en blanco y negro (aunque trazas del primitivo propósito tridimensional quedaron en los planos cortos de las hormigas o los lanzallamas disparando hacia la cámara).

Incluso en el departamento de efectos visuales hubieron de apretarse el bolsillo. La animación
fotograma a fotograma de miniaturas quedaba fuera del presupuesto y el responsable de efectos visuales, Ralph Ayers recurrió a fabricar modelos a tamaño natural… mejor dicho, modelo, porque sólo hubo dinero para fabricar una hormiga entera y la cabeza y tórax de otra (accionado todo ello mecánicamente mediante grúas y palancas), dejando el resto del presupuesto de este capítulo dedicado a construir otras marionetas de movilidad limitada que se situarían en los fondos. Douglas, sabedor de las limitaciones con las que tenía que trabajar y que las criaturas mecánicas resultaban poco convincentes, restringió sus apariciones y jugó con la iluminación (se las ve en mitad de tormentas de arena o en los oscuros corredores de sus guaridas) para añadirles misterio y transmitir sensación de peligro.

Es necesario destacar asimismo la brillantez con la que el director supo utilizar los escenarios naturales, en especial los desiertos de Nuevo Mexico (el desierto sería luego utilizado una y otra vez en este tipo de películas y en series de televisión como “La Dimensión Desconocida”) o los canales de desagüe de Los Angeles para crear el efecto de suspense creciente. Las intrigantes escenas del comienzo de la película (la niña hallado en estado casi catatónico, la caravana y la tienda destruidas, los cadáveres…) y el hecho de que la verdadera amenaza, las hormigas, no aparezca hasta casi la mitad del metraje, contribuyen a ir levantando una intensa atmósfera de tensión, de amenaza oculta pero cercana.

El rodaje supuso para los actores un auténtico martirio debido a las temperaturas de hasta 43 ºC que
hubieron de soportar vestidos con trajes de lana. En el caso de Edmund Gwenn, que sufría de artritis severa, llegó a ser auténticamente insufrible y, aunque pase desapercibido para los espectadores, vivió todo el rodaje agobiado por un dolor que le impedía retirarse de escena sin ayuda. Sin embargo y con todo, Gwenn ofrece una magnífica interpretación en la que la inteligencia de su personaje se mezcla con un carácter algo infantil y excéntrico. Como curiosidad podemos citar que uno de los soldados está interpretado por un joven Leonard Nimoy de 23 años en una de sus primeras apariciones en pantalla.

Por cierto, que como parte de una técnica promocional que se revelaría pionera, la Warner decidió ocultar el rodaje tras un velo de secretismo destinado a crear una gran expectación. Y funcionó, porque a pesar de los recortes y ajustes de última hora, “La Humanidad en Peligro” fue bien recibida por el público y obtuvo críticas favorables. Parece que al único al que no gustó la película fue al presidente del estudio, Jack L.Warner, que, según se dice, dijo a sus empleados que cualquiera que le propusiera hacer otro film de hormigas lo enviaría a Republic Studios, considerada la “Siberia” del sistema de estudios hollywodiense. No sabemos si cambió de opinión cuando a finales de ese año las cifras demostraron que “La Humanidad en Peligro” había sido la película con mayor recaudación de ese ejercicio fiscal para Warner Bros.

“El Monstruo de los Tiempos Remotos” y “La Humanidad en Peligro” fijaron la fórmula que otras películas adoptarían: los firmes defensores de la ley y el orden, el sabio científico y su bella hija, el comienzo misterioso en el que militares y científicos se preguntan qué tipo de criatura podría haber dejado semejantes rastros… Todos ellos, con mayor o menor acierto, ofrecían al espectador un comentario sobre la amenaza de la devastación nuclear, las mutaciones genéticas, los desastres medioambientales y el miedo a lo extraño. Las diversas criaturas mutadas de este bizarro catálogo de títulos, producto del uso inadecuado de un poder aún no totalmente conocido, parecían inevitablemente atraídas hacia las ciudades modernas, donde llevaban a cabo la venganza del mundo natural contra la desconsideración por el medio ambiente propia de la cultura humana. En la orgía de destrucción que se desata, los científicos responsables raramente escapan, quedando desfigurados o siendo aniquilados por las propias criaturas que involuntariamente ayudaron a crear, un castigo adecuado a sus ambiciosos intentos de dominar la Naturaleza.

“La Humanidad en Peligro” no sólo fue mejor que su inmediata predecesora, “El Monstruo de los Tiempos Remotos”, sino que consiguió la difícil hazaña de aportar respetabilidad –y beneficio económico- a una película de monstruos, sobre todo gracias a su sólido argumento y creciente tensión. La idea de unas hormigas gigantes es absurda desde un punto de vista biológico (serían demasiado pesadas para volar y su sistema respiratorio sería incapaz de funcionar), pero el estilo realista, casi documental, que adopta Douglas, y la adecuada dosificación de la esperable información científica así como la inclusión de causas que expliquen racionalmente los acontecimientos, levantan
un muro de verosimilitud entre el espectador y la realidad.

“La Humanidad en Peligro”, a pesar de sus inquietantes mensajes sociales y políticos, ofrece un guión sólido y emocionante que la sitúa muy por encima de los múltiples sucedáneos que tratarían de imitar su éxito. Sólo “Tarántula”, dirigida por Jack Arnold un año después, puede considerarse a la altura, e incluso la propia “secuela” distribuida por Warner Bros en 1957, “El Escorpión Negro”, no es más que una pálida imitación. Muy por detrás quedan los intentos de otros estudios como “Surgió del Fondo del Mar” (1955), “La Mantis Letal” (1957), “Monster of the Green Hell” (1957), “The Monster That Challenged the World” (1957), “El ataque de los cangrejos gigantes” (1957), “El pantano diabólico” (1959)…



1943- GARTH

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El concepto de superhombre ha quedado hoy muy ligado en la mente colectiva al de superhéroe, entendido este como el justiciero disfrazado que domina el panorama del comic book norteamericano. Sin embargo, la idea de un hombre dotado de extraordinarias características físicas o mentales es muy antiguo, pudiendo remontarnos para encontrarla a algunos héroes clásicos de la antigüedad, desde Aquiles a Hércules. La llegada de la revolución científica y tecnológica supuso un abandono del misticismo a favor de la ciencia y la tecnología, y autores como W.H.Rhodes (“El ojo telescópico”, 1876) o J.H.Rosny Aines (“Otro Mundo”, 1895), ya presentaban seres –en ambos casos niños- con capacidades portentosas.



A comienzos del siglo XX, confluyeron dos elementos que contribuyeron a impulsar aún más la atractiva idea del superhombre. Por una parte, la aparición de una hipótesis formulada a partir de la Teoría de la Evolución darwiniana en virtud de la cual se afirmaba que, si nuestra especie es producto de infinitas mutaciones a partir de un modelo biológico más “primitivo”, ¿por qué no pueden darse todavía cambios adicionales que supongan un nuevo ascenso en la escala evolutiva? Por otra parte, el interés que por lo sobrenatural empezó a calar entre cierto sector de la comunidad científica, comenzando a realizarse experimentos y publicarse libros acerca de las supuestas extrañas capacidades mentales de ciertos individuos, desde la telepatía a la telekinesis. Esas posibilidades fueron exploradas en novelas como “La maravilla de Hampdenshire” (1911), de J.D.Beresford, "Drowsy" (1917) de J.A.Mitchell, "Niños del átomo" (1953) de Wilmar H.Shiras, "Gladiador" (1930) de Philip Wylie, "Juan Raro" (1936) de Olaf Stapledon, "Slan" (1940) de A.E.van Vogt…

En 1938 debuta Superman en la revista “Action Comics” nº 1, y desde ese momento, el concepto del superhombre pasó a estar monopolizado por las viñetas, si bien la CF literaria siguió dando excelentes muestras de cómo ahondar en el concepto desde un punto de vista menos infantil y maniqueo que el de los justicieros de pintorescos nombres (como muestra, léase “El fin de la Eternidad”, de Arthur C.Clarke).

Al otro lado del Atlántico, no faltó quien vio el atractivo –más comercial que estrictamente creativo- del superhombre. Entre ellos se encontraba el editor del diario londinense Daily Mirror, quien animó al artista Steve Dowling y al productor de la BBC y guionista Gordon Boshell, a aportar un personaje heroico y aventurero que pudiera serializarse en ese diario. Así en la edición del 24 de julio de 1943, debutó Garth, que, a diferencia de Superman, respondía al arquetipo de belleza clásica occidental: alto, musculoso, rubio, de mandíbula cuadrada… un arquetipo que ya había sido utilizado anteriormente en otros héroes de la ciencia ficción viñetera como “Buck Rogers”, “Flash Gordon” o “Brick Bradford”.

Cargado de trabajo, Boshell se vio incapaz de escribir los guiones de la tira y se buscó a otro
escritor que pudiera encargarse de ella. Éste fue Don Freeman, quien tomó el relevo a mitad de la primera aventura. Insatisfecho con el misterioso origen del protagonista, decidió proporcionarle un pasado más sólido. Así, en la aventura titulada “Las Siete Edades de Garth” (septiembre 1944-enero 1946), introdujo la figura del genio científico/compañero fiel/mentor ineludible en este tipo de aventuras, un equivalente al Doctor Zarkov de Flash Gordon llamado Profesor Lumiere, quien psicoanalizó al héroe y lo transportó a sus anteriores encarnaciones en lo que sería el primer viaje espacio temporal de los muchos que viviría Garth.

No fue hasta el siguiente arco argumental, “La Saga de Garth” (enero-julio 1946), que los lectores descubrirían el verdadero origen del protagonista: de niño había sobrevivido a un naufragio y llegado a las costas de las islas Shetland, en Escocia, donde fue rescatado por una pareja de ancianos que lo adoptaron y criaron (un origen, como vemos, muy similar al de Superman). Más tarde se hizo capitán de la Armada y cuando su navío fue torpedeado, arribó como –otra vez- como náufrago a Tíbet (inexcusable error geográfico por cuanto ese país asiático nunca ha tenido costa), que es donde los lectores lo conocieron en su debut en 1943. Mucho más tarde se desvelaría en la historia “Viaje al Miedo” (1970) que Garth tenía en realidad un origen extraterrestre, puesto que su bisabuelo había sido nada menos que el Comandante de Exploración Espacial Wolfen, del planeta Saturnis y que en el curso de una misión se había enamorado de una mujer terrestre. Fruto de esa relación, nació Garth.

Garth no parecía tener superpoderes como tales, aunque quedaba claro que su físico, además de formidable, era casi indestructible, capacitándolo tanto para enfrentarse a especies alienígenas como a espías humanos al estilo James Bond. Pero lo que hacía de él algo especial era su psique hipersensible, capaz de trasladarle a los cuerpos de personas de otros tiempos, ya fuera la Venecia del siglo XVI o al Oeste americano del XIX, si bien no puede cambiar la historia, sólo experimentar lo que vivieron otros antes que él.

Los mejores guiones pudieron leerse, firmados por Peter O´Donnell, entre 1953 y 1966, quien en la aventura “La Última Diosa” (1965) presentó al que sería eterno interés romántico de
Garth: Astra. Jim Edgar se encargaría de imaginar nuevas historias moderadamente interesantes durante las dos décadas siguientes recurriendo a tres temas básicos: el desplazamiento temporal, los viajes a planetas distantes y las aventuras localizadas en la Tierra pero con elementos propios de la CF. Angus Allan escribió algunos arcos argumentales a finales de la década de los ochenta. En los noventa, el especialista en el personaje Philip Harbottle se responsabilizó de varias aventuras.

Steve Dowling, que había dibujado durante décadas la tira con un estilo realista, se jubiló en
1969, siendo sustituido por el que había sido su ayudante desde el principio, John Allard. Pero en 1971, el Daily Mirror se hizo con los servicios del magnífico y ya muy popular Frank Bellamy, uno de los mejores dibujantes e ilustradores de su tiempo. Bellamy convirtió a Garth en la tira más interesante y espectacular del panorama británico, atrayendo a nuevos lectores que inicialmente no habían prestado atención al personaje. Sus dinámicas composiciones, dramáticos juegos de sombras y esculturales figuras humanas (especialmente las de las hermosas féminas que encontraba Garth en el curso de sus aventuras) catapultaron la tira a nuevas cotas de popularidad.

La inesperada muerte de Bellamy en 1976 hizo que las labores artísticas recayeran en Martin Ashbury, cuyos dibujos fueron creativos, elegantes y entusiastas hasta que a mediados de los ochenta comenzaron a experimentar un importante deterioro.

Tras 165 aventuras, la tira llegó a su final el 22 de marzo de 1997, aunque regresó brevemente en 2008, con un tono más moderno y en la forma de comic digital en la web del periódico, a manos del guionista David Seidel y el dibujante Huw J.Davis, cuyo estilo está claramente influenciado por el manga. Esta nueva versión, sin embargo, no consiguió atraer a los lectores veteranos que recordaban con agrado el tono más clásico de la tira –y que eran, después de todo, quienes compraban las periódicas reediciones del personaje en formato álbum-. Desde 2011, el Daily Mirror publica en su versión impresa reediciones de las historias clásicas.

Garth, una mezcla de personajes clásicos tan variopintos como Superman, Conan, el Dr. Who o el Campeón Eterno de Michael Moorcock, sigue siendo el rey de los héroes de los comics de prensa británicos. Especialmente recomendable la etapa del gran Frank Bellamy.

1977- JUEZ DREDD (1)

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Dredd es el más duro, estricto, despiadado y eficiente de toda una élite policial conocida como “Jueces”, encargados del mantenimiento de la ley y el orden en las ciudades terrestres del siglo XX. Su ámbito de actuación es Mega-City Uno, una enorme conurbación que comprende toda la vertiente oriental de Norteamérica, habitada por 800 millones de potenciales infractores de la ley. En el segundo episodio de la serie se la describía así: “En 2099, las ciudades americanas del Este se habían fundido en una vasta mega ciudad que se extendía desde Montreal en el norte hasta Georgia al sur”. Existen además otras grandes ciudades-estado repartidas por el territorio norteamericano, separadas por grandes páramos contaminados producto de las guerras atómicas libradas años atrás.

La única forma de mantener semejante aglomeración humana bajo cierto control, siempre precario, es hacer cumplir estrictamente las leyes y mantener tolerancia cero con los criminales. Así, la ciudad está dirigida autocráticamente por el Consejo de los Cinco, una oligarquía que supervisan a los conocidos como Jueces de Calle. Éstos patrullan la ciudad a bordo de sus poderosas motocicletas a la busca de delincuentes y criminales y tienen autoridad para apresar, condenar e incluso ejecutar en el acto a los infractores. Y el más riguroso, eficaz e inconmovible de todos ellos es el Juez Dredd, uno de los personajes más emblemáticos del comic mundial.



En 1977, dos guionistas británicos, Pat Mills y John Wagner, unieron sus talentos para dar forma a un novedoso proyecto. Mills había sido nombrado editor de “2000 A.D.”, una nueva revista de historietas de ciencia ficción editada por I.P.C. Publishing, la principal compañía editorial de Inglaterra.

Tradicionalmente, los comics ingleses aparecen con cadencia semanal en lugar de la mensual propia de los comic books americanos, por lo que sólo ofrecen entregas de cuatro u ocho páginas de cinco o seis series regulares. En este sentido, “2000 A.D.” estaba destinada a seguir las pautas del resto de la línea de I.P.C., si bien con un obvio énfasis en la ciencia ficción que obedecía al interés por participar en el boom que el género estaba experimentando a raíz del estreno de “Star Wars”. Ciertamente, la revista no pretendía atraer a los más maduros aficionados del comic británico y americano, sino que su material estaba más bien dirigido a un público de edades comprendidas entre 7 y 14 años, intervalo en el cual se hallaban el grueso de lectores de comics en Inglaterra.

El nombre “Juez Dredd” fue creado originalmente por Pat Mills para una posible historia de temática ocultista (en realidad era “Dread” “Pavor”), pero cuando Wagner le comentó su idea para una serie policiaca ambientada en el futuro y en la que el personaje principal sería juez, jurado y verdugo, Mills decidió cederle a él esa denominación con un ligero cambio de grafía –que no de sonoridad-. A continuación, Wagner escribió un guión introductorio sobre el que Mills efectuó algunos cambios.

El siguiente paso consistía en buscar un dibujante para la serie. Ambos se habían sentido impresionados por el trabajo de un artista anónimo publicado en una revista de temática bélica de la competencia. Y digo anónimo porque en aquellos años la práctica habitual de las editoriales británicas era la de no acreditar a los autores de las historias, escondiendo así sus mejores bazas a la atención de otros editores que pudieran pujar para arrebatárselos. Mills y Wagner no se amilanaron y tantearon a todos los agentes artísticos buscando a aquél que representara a ese desconocido dibujante. Finalmente dieron con él. Se trataba del español Carlos Sánchez Ezquerra y, aunque se trataba de un trabajo incierto –“2000 A.D.” era una cabecera nueva y nadie podía garantizar su continuidad- consiguieron convencerle para embarcarse en su proyecto.

Fue por tanto Ezquerra quien diseñó las bases de la
apariencia visual del Juez Dredd: sus ojos eternamente ocultos por un impresionante casco, expresión pétrea, mandíbula cuadrada, aspecto indestructible y uniforme de cuero negro. Su armamento consiste en una enorme pistola que dispara proyectiles de diferentes clases y conduce una poderosa motocicleta acorazada con la que patrulla por las calles de Mega-City Uno. (Por cierto, Ezquerra también diseñaría y dibujaría durante muchos años otro de los personajes más longevos del comic británico, “Perro de Estroncio”, igualmente para “2000 AD”).

Cuando dibujó la primera entrega, Ezquerra incluyó de fondo, casi de forma casual, unos enormes rascacielos que formaban parte del paisaje urbano de la Nueva York de 2099, el lugar y la época en la que Dredd iba a vivir inicialmente sus aventuras. Mills se fijó en esa ambientación y decidió otorgarle una mayor entidad, pidiendo a
Ezquerra que realizara una viñeta a toda página en la que se mostrara con mayor detalle la ciudad. Un director artístico de I.P.C., Doug Church, señaló que esa urbe futurista parecía demasiado colosal como para ser “simplemente” Nueva York, por lo que los creadores decidieron agrandarla aún más y bautizarla como Mega-City Uno.

Fue un acierto, porque Mega-City se convirtió desde entonces en una parte integral de la serie, con un protagonismo solo superado por el de los propios Jueces. Sus innumerables localizaciones, compañías y productos comerciales han proporcionado a John Wagner (que a veces firmaba con pseudónimos como John Howard o T.B.Grover) multitud de ideas para todo
tipo de argumentos, especialmente los gigantescos edificios, capaces de alojar hasta 60.000 personas y que ostentan nombres de celebridades como Will Eisner, Enid Blyton, Sonny Bono… El universo del Juez Dredd se ampliaría posteriormente con otras urbes, como Mega-City Dos, la Luna, la Tierra Maldita, el Sovblock Ruso, Texas City o Mega-City Tres.

Por desgracia, los problemas editoriales empezaron pronto. Mills entendió que la historia del Juez Dredd preparada para el Prog. 1 de “2000 AD” (los números de esa revista se denominan “Prog.”) era demasiado violenta y los personajes y su entorno no se hallaban adecuadamente presentados, por lo que decidió no publicarla. Ello motivó el enfado y la marcha de Wagner y Ezquerra. El primero, necesitado de dinero y animado por la dirección que había adoptado la revista y las posibilidades creativas que ofrecía, volvería al Juez Dredd a partir del Prog.9. A Ezquerra le costaría más, pero ello no fue impedimento para que acabara convirtiéndose en uno de los artistas más representativos y prolíficos de la serie.

Con Wagner y Ezquerra fuera del proyecto, la primera historia de Dredd, respetando eso sí el concepto básico de Wagner, fue escrita por un guionista independiente llamado Peter Harris, dibujada por Mike McMahon –entonces un joven artista cuyo estilo recordaba algo al de Ezquerra, aunque posteriormente evolucionaría hacia una visión muy particular y adecuada al carácter de Dredd- y publicada en el segundo número de “2000 A.D.” (marzo de 1977) bajo la leyenda: “Conoce al más duro hombre de la ley…”.

El entorno de esa primera historia era todavía –y por última vez- la Nueva York de 2099. Era una presentación muy sencilla en la que un criminal llamado Whitey asesinaba al Juez Alvin y luego era capturado por Dredd, que lo sentenciaba a “Isla del Diablo”, una colonia penal. No es que fuera un debut particularmente memorable, pero al menos establecía en pocas páginas tanto la seca y monolítica personalidad del Juez Dredd como la premisa principal que iba a sostener la mayor parte de sus aventuras futuras.

Poco a poco, con cuentagotas, se van desvelando datos biográficos del personaje. En el Prog.30
se nos revela que Joe Dredd fue adiestrado desde su nacimiento para convertirse en Juez junto a su hermano, Rico Dredd. Éste acabó corrompiéndose y Joe se vio forzado a exiliarlo a una colonia penal durante veinte años para ejecutarlo más tarde cuando aquél regresó en busca de venganza. En Prog.34 se descubre que el año de nacimiento del Juez fue el 2066. Pero en realidad poco de todo esto importa. Lo único que el lector necesita saber del Juez Dredd es que es un individuo eternamente circunspecto y absolutamente dedicado a su misión pacificadora. Dredd vive para la Ley.

Su inflexible personalidad viene dada, al menos en parte, por el adiestramiento físico y psicológico al que se somete a todos los jueces desde la infancia. Éste comienza en la Academia de Jueces de Mega-City en la que los alumnos comienzan cuanto tienen cinco años. La formación se prolonga durante quince años y tras la graduación atraviesan un periodo de prueba supervisados por un Juez cualificado. Sólo tras superar esa etapa se les permite asumir la identidad de un Juez. El mejor representante de todos ellos es Dredd, cuya frase favorita es “Yo soy la Ley”.

Es, por tanto, un personaje a mitad de camino entre la Policía del Pensamiento de la distópica “1984”, de George Orwell y Harry el Sucio, connotaciones fascistas incluidas. Pero incluso entonces, los comics del Juez Dredd eran considerados por cualquier lector con sentido común no como una literal exaltación de fantasías justicieras, sino como una sátira de ciertas actitudes ultraconservadoras hacia el crimen y el castigo. Así, por ejemplo, los Jueces sentenciaban a infractores de tráfico o simplemente a peatones que tiraban un papel al suelo con ridículas penas de cárcel de varios años. Hasta el día de hoy, Wagner siempre ha renegado de los superhéroes americanos y virtuosos luchadores contra el crimen en general, y utilizó este personaje como vehículo para explorar esa aversión.

Los primeros siete episodios de Juez Dredd mantuvieron el mismo tono. Ninguna de las historias guardaba continuidad respecto a las demás sino que se limitaban a añadir más detalles e información sobre Dredd y su trabajo. Mega-City Uno ya estaba evolucionando y aumentando su complejidad y la serie en general empezaba a mostrar un considerable potencial.

Los dibujantes que participaron en esta etapa inicial fueron el mencionado Mike McMahon, Ron Turner y Massimo Bellardinelli. Los dos últimos demostraron ser inadecuados para el tono de la serie. Ezquerra regresó para dibujar al personaje que él mismo había creado. Hubo otros dibujantes que probaron suerte con la serie, pero solo Ezquerra, McMahon y, algo después, Ian
Gibson (luego muy conocido gracias a “Robo-Hunter”) mantuvieron cierta continuidad en estos primeros pasos del Juez.

El éxito de Dredd fue una sorpresa para todos, porque en realidad se esperaba que el estrellato de “2000 AD” se lo llevara la nueva versión del clásico héroe “Dan Dare”, inmensamente popular en Inglaterra. Sin embargo, tanto se alejaba Dredd del héroe de carácter más tradicional que cautivó completamente a los lectores de la revista hasta el punto de que no solo pasó a ocupar el puesto central de la misma, sino que se convirtió en su única serie verdaderamente regular.

(Continua en la siguiente entrada)

1977- JUEZ DREDD (2)

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(Viene de la entrada anterior)

El Juez Dredd era cada vez más popular entre los lectores de “2000 A.D.”, pero no fue hasta la publicación de su primer arco argumental largo, “Las Guerras de Robots”, que conquistó el puesto de superestrella del comic británico, un puesto que no ha perdido desde entonces.



Al final del Prog.9, el Juez planteaba una inquietante pregunta: “¿Cuánto tiempo pasará hasta que los robots descubran cómo infringir la ley?”, a la que seguía una promesa editorial: “La respuesta, en el próximo Prog. del Juez Dredd”. Fue éste un verdadero punto de inflexión para la serie. Mills había ido desarrollando Mega-City Uno y ahora el testigo creativo pasó a John Wagner, ya de vuelta en la revista tras su enfado inicial. Mills pensaba que la revista, aunque de buena calidad, carecía del suficiente contenido propio del género de la ciencia ficción. Creyó que introducir robots en el mundo del Juez Dredd solucionaría el problema y sugirió tal idea a Wagner, quien a continuación presentó esta saga, “Las Guerras de Robots” serializada desde el Prog 10 al 17. En ella se narraba la revolución robótica contra sus amos humanos liderada por un ingenio mecánico que respondía al nombre “Llámame-Kenneth”. Por supuesto, Dredd se encargaría de derrotarlo y sofocar el alzamiento con la ayuda de un robot leal con problemas de dicción llamado “Walter-el-Bobot”.

Aunque posteriores sagas desplegarían mayor longitud y dosis de ambición temática, “Las Guerras de Robots” ha mantenido su popularidad entre los seguidores de Dredd, y no sólo por motivos nostálgicos. En cierto sentido, fue una de las historias más importantes publicadas por “2000 A.D.”, porque demostró a sus editores que no había nada con más gancho que una buena saga, incluso aunque su protagonista se hubiera asociado previamente a historias cortas y autoconclusivas. Había que repetir el formato.

Por otra parte, se introdujeron elementos propios del género de superhéroes -aunque muy distorsionados, ya dijimos que Wagner siempre se ha declarado enemigo de los justicieros enmascarados- y se presentaron algunos personajes secundarios –como el mencionado robot Walter y María, la mucama de Dredd- que aportaron cierta sensación de continuidad. También es destacable el uso en la historia de las Leyes de la Robótica de Asimov.

Sin embargo, y a pesar del éxito cosechado, hubo de transcurrir algún tiempo antes de que
“Las Guerras de Robots” pudiera superarse. En los siguientes números volvieron a sucederse una lista de historias autoconclusivas e independientes que es inútil detallar. Muchas de ellas eran simple relleno. Un comic de aparición semanal tiende a consumir las ideas muy rápidamente y no resulta el mejor formato para desarrollos argumentales de cierta solidez, revelaciones sorprendentes o construcción de personajes, especialmente si se trata de una serie centrada en la acción. En cambio, Wagner y los dibujantes con los que colaboró se limitaron a producir historias de calidad mediocre aunque con cierta capacidad de sorpresa y un negro sentido del humor.

El Prog.41 (1977) marcó otro hito en la historia del Juez Dredd: la presentación de Brian Bolland como dibujante regular de la serie. Previamente, entre 1975 y 1977, Bolland había participado en el polémico comic destinado al mercado nigeriano “Powerman” y tras realizar varias portadas para “2000 A.D.” se le encomendó el personaje emblemático de la revista. No tardó en convertirse en el dibujante que más a menudo se asocia con el Juez aun cuando dibujó muchas menos
historias que otros artistas como McMahon, Ron Smith, Ezquerra o Gibson y que hace décadas que terminó su relación con él. Ello nos puede dar una pista de la calidad de su trabajo. Desde el principio de esta etapa, el atrevido y preciso estilo de Bolland, sus figuras esculturales, imaginación visual, puntillosa precisión en los detalles e impactantes escenas, conquistaron a los lectores hasta el punto de que, aunque sólo llegó a dibujar cuarenta números (el último de ellos en 1981) siguen siendo sus viñetas y portadas para la serie las que muchos recuerdan como perfecta representación de la misma.

En Prog.42 dio comienzo otro serial largo: “Dredd en Luna 1”. A diferencia de “Las Guerras de Robots”, se trataba de una serie de historias independientes que transcurrían en un lugar distinto a Mega-City Uno. “El Tratado Lunar Internacional de 2061 dividió un millón de millas cuadradas de la superficie de la Luna entre las tres grandes ciudades de Norteamérica y la llamaron Luna Uno. Cada seis meses, una de las
tres ciudades tiene que aportar un nuevo Juez para dirigir la fuerza policial de Luna Uno. Ahora es el turno de Mega-City Uno… y elige a Juez Dredd”.

Así es como Dredd acaba desempeñando su labor en nuestro satélite. Las historias de esta saga, con un ambientación deudora del Western, son simplemente correctas, ofreciendo la inventiva que el lector habitual ya esperaba de esta serie. Pero el verdadero hogar del Juez no está en la Luna y en el Prog.59 se anunciaba: “¡Cuidado Mega-City Uno! ¡El Juez ha vuelto!”. Su estancia allí, no obstante, duraría poco porque tras un par de números el protagonista se embarcaría en su aventura más larga hasta entonces: “La Tierra Maldita”, considerada por muchos la aventura definitiva del Juez Dredd.

A diferencia de casi todas las demás historias del Juez Dredd, “La Tierra Maldita” fue escrita por Pat Mills –con ocasionales episodios intercalados a cargo de T.B.Grover (seudónimo de John Wagner) o Jack Adrian (seudónimo del escritor de CF Chris Lowder)-. La saga se prolongó un total de 25 entregas (1977-78) y sólo contó con dos dibujantes: Brian Bolland (entintado por Dave Gibbons en un episodio) y Mike McMahon.

La premisa básica de este arco narrativo se describía en la página viñeta de apertura: “Un viaje imposible a través de un infierno radioactivo - ¿Podrá incluso el Juez sobrevivir a la Tierra Maldita?”. Habrá quien vea demasiadas similitudes entre esta historia y la novela “El Callejón de la Muerte” (1969), de Roger Zelazney, pero como sucede en muchas de las aventuras del Juez Dredd, este fue un caso de adaptación más que de plagio. De hecho, la mayor parte de “La Tierra Maldita” consistía en desviaciones de la línea argumental central, en la que se narraba cómo Dredd transportaba una vacuna atravesando un desierto radioactivo, la Tierra Maldita, que se extendía entre Mega-City Uno y su contrapartida de la costa Oeste, Mega-City Dos. Los habitantes de esta última se hallaban infectados de la plaga conocida como 2T(FRU)T (que en inglés se lee como “Tutti Frutti”). Dado que el aeropuerto había sido tomado por portadores de la enfermedad, Dredd no tuvo más remedio que emprender el peligroso viaje por tierra. Para ello se sirvió de un gran vehículo similar a un tanque y bautizado como “Killdozer” y de una extraña criatura, “Spikes” Harvey Rotten. También le acompañaban los jueces Jack, Patton y Gradgring, cuyo papel consistió poco más que en servir de carne de cañón.

Como podía esperarse, Dredd se va topando con numerosos obstáculos por el camino, desde ratas monstruosas hasta una banda de mutantes conocida como “La Hermandad de la Oscuridad” –la cara de su líder ha sido añadida al Monte Rushmore- pasando por el último presidente de los Estados Unidos, Robert L.Booth. Fue él quien en 2070 pulsó el botón nuclear, causando la muerte de millones en el holocausto subsiguiente. Juzgado culpable de crímenes de guerra por los supervivientes, fue sentenciado a pasar cien años en animación suspendida… hasta que Dredd lo encuentra.

Pero los invitados más infames y divertidos de esta descalabrante peripecia aparecieron en las conocidas como “Burger Wars”. Citando al propio Juez: “Ahora lo veo. Tras la guerra, con el gobierno desaparecido, no había nada que detuviera el ansia de control total de las cadenas de hamburgueserías. Se hicieron más y más poderosas, hasta que en sus luchas recurrieron a la violencia”. Lo que siguió fue una guerra total entre las rivales Burger King y McDonald´s por captar a los clientes… con Dredd y sus compañeros atrapados en medio. Un victorioso Ronald McDonald revelaba su plan como “¡un sueño, amigos míos, un sueño en el que veo cada pulgada de esta maravillosa tierra cubierta por un establecimiento McDonalds! ¡Un sueño en el que cada niño americano, normal o mutante, pueda crecer sin conocer los horrores de la comida natural!” Algo más adelante se añadirían a la historia otro par de caras conocidas: el Gigante Verde de los guisantes y cierto coronel de Kentucky famoso por su pollo frito…

Desde el principio y lo largo de toda su trayectoria, el Juez Dredd ha servido de plataforma
para las ácidas críticas que sus autores, especialmente Wagner, vierten sobre Estados Unidos, su sistema político y judicial, su sociedad y su actitud hacia quienes no son norteamericanos. Pero en este punto de la saga se traspasó la sátira afilada para llegar a una burla tan explícita que a punto estuvo de costarle caro a los autores. La editorial recibió amenazas legales por infringir las leyes de copyright, viéndose obligada a retirar estos números de cualquier proyecto de reimpresión. Naturalmente, hoy se han convertido en material de coleccionista.

Aunque a lo largo de “La Tierra Maldita” Pat Mills se distanciaba ocasionalmente de su idea original, esta historia tuvo éxito por su carácter épico en un momento en el que el término “saga” solía aplicarse con excesiva generosidad a narraciones que abarcaban tan sólo un par de números. Es una aventura llena de extravagancias y peripecias en las que podía esperarse cualquier cosa y que incluso añadía algo de complejidad a la por otra parte simplona naturaleza del protagonista. En “La Tierra Maldita” es cuando el Juez Dredd encuentra su verdadero lugar, mostrando su faceta más heroica, reducido a arrastrarse por el suelo radioactivo pero con su férrea voluntad intacta. A punto está de verse aplastado por todos los peligros y horrores que acechaban fuera de Mega-City Uno, pero se niega a rendirse y abandonar su misión.

De vuelta en Mega-City Uno, Dredd es acusado de asesinato y aunque al final resulta que todo se debe a un engaño urdido por un robot que se ha hecho pasar por él, sirvió de excusa para iniciar otra aventura de larga duración, “El Día que la Ley Murió” (1978-79), escrita en solitario por John Wagner e ilustrada por varios artistas, algunos de ellos nuevos en la serie: Ron Smith, Garry Leach, Bret Ewins y Brendan McCarthy.

El guionista nos presenta aquí al Juez Cal (apócope de Calígula), un maniaco homicida elegido
líder de los Jueces de Mega-City Uno después de que el robot “Dredd” bajo su control asesinara a su predecesor. Con la ayuda de los Kleggs, unos mercenarios alienígenas, Cal gobierna la ciudad atenazado por el miedo, la paranoia y la locura. Intenta desacreditar primero y asesinar después a Dredd. Hacia el final de la historia, Cal considera que su mandato ha sido tan perfecto que la ciudad debe ser destruida antes de que se malogre ese excelso estado. Serán Dredd y un pequeño grupo de compañeros jueces, acompañados de un amable gigantón, Fergee, quienes derrotarán a Cal y sus jueces-sicarios.

“El Día que la Ley Murió” se parece mucho más a “La Revuelta de los Robots” que a “La Tierra Maldita” en tanto en cuanto desarrolla una línea argumental única en lugar de tomarla como eje sobre el que contar otras historias. La locura de Calígula constituye el motor de la historia y es ese personaje –junto a Fergee- el que mejor recuerdo ha dejado en los lectores. Conforme su demencia iba alcanzando mayores cotas, también lo hacía el humor (en un
momento dado, aprueba leyes prohibiendo la felicidad y nombra Juez a su pez-mascota, de la misma forma que su homónimo romano, igualmente chiflado, nombró senador a su caballo), acompañado siempre por generosas dosis de acción, requisito imprescindible de cualquier historia del Juez Dredd.

Muchos lectores habían creído que tras “La Tierra Maldita” cualquier historia parecería inferior en comparación, pero “El Día que la Ley Murió” fue una digna sucesora al adoptar un tempo narrativo y un tema opuestos al de aquélla. Al fin y al cabo, uno de los contenidos implícitos de la serie desde sus inicios había sido el abuso de poder. Ahora ese abuso se hace explícito cuando Dredd tiene que enfrentarse a un reflejo distorsionado de sus propios principios absolutistas y comprobar el daño que pueden causar los defensores de la ley en una sociedad aparentemente civilizada cuando quien los dirige es un lunático sin mesura.

A continuación se volvió a la “normalidad” de las historias breves, con una duración máxima
de dos episodios, que sirvieron para ampliar el entorno de Dredd. Se presentó a su única pariente viva de Dredd, Vienna (hija de Rico y con la que Dredd, a lo largo de los años, desarrollaría una relación afectuosa. Vienna, de hecho, sería la única persona capaz de suscitar sentimientos compasivos en el por otro lado insensible Juez), se publicó el ciclo del “Padre Tierra” y otro de cuatro partes que contaba una invasión de arañas gigantes, “La Plaga Negra”… Tendríamos que saltar al Prog. 149 para leer la presentación de la principal némesis del héroe titular, el temible Juez Muerte.

Como muchos grandes villanos, Juez Muerte no era sino una imagen especular pero pervertida y exagerada de su oponente heroico, en este caso Dredd. En la primera andadura del personaje ambos se enfrentaron en dos ocasiones, la primera en un arco argumental de tres episodios y la segunda de cinco (1980-1981), ambas escritas por John Wagner y dibujadas por Brian Bolland.

El Juez Muerte llegó a Mega-City Uno decidido a erradicar cualquier atisbo de maldad. Provenía de una realidad paralela que interpretó que, como “todo el crimen era cometido por los seres vivos, la propia vida era ilegal”. Dredd recluta para la ocasión a una aliada, la atractiva Juez-Psi Anderson, que se convierte involuntariamente en el nexo de unión entre héroe y villano. Cuando Muerte se apodera del cuerpo de ella, Dredd se ve obligado a aprisionarla en una solución plástica que la coloca en un estado comatoso y la condena a compartir la misma mente y cuerpo con el Juez Muerte.

O eso creyeron. En la segunda saga, un turista imprudente revive a Muerte, que convoca a sus
compañeros Jueces: Fuego, Miedo y Mortis. Anderson también vuelve a la vida y acompaña a Dredd al mundo origen de esos seres, donde consiguen que los juzguen y condenen las almas muertas de sus víctimas.

Retrocediendo un poco en la continuidad de Dredd, el Prog.156 dio inicio a una nueva saga, “El Juez Niño”, la más larga de la serie hasta el momento, prolongándose hasta el Prog.181. Sus artífices fueron John Wagner una vez más como escritor y Brian Bolland, Mike
McMahon y Ron Smith como dibujantes.

El Juez Niño en cuestión era Owen Krysler, un chico calvo con una señal en forma de águila en su frente –el símbolo de los Jueces- y dotado de poderes sobrenaturales. La historia comienza cuando el moribundo Juez Precog Feyy tiene la visión de una Mega-City Uno destruida en el año 3010…futuro que sólo se podrá conjurar si se encuentra a Krysler, porque es él quien “está destinado a dirigir Mega-City en su hora más oscura” y ofrecer la única esperanza de salvación. Así, Dredd recibe la misión de encontrar a ese niño y su búsqueda le lleva por localizaciones tan exóticas como mercados de esclavos o sepulcros de dioses de la Basura, la Tierra Maldita, Texas City, Plutón, el planeta Ommbra, el planeta del rompecueros Lesser Lingo, el planeta Argos… Además, presentaba a personajes igualmente pintorescos como la Banda de los Ángeles, el Hombre Puzzle, el Necromante y dos compañeros de Dredd, la Juez Hershey y el Juez López. Durante el transcurso de la misión, Dredd va de frustración en frustración: siempre parece estar un paso por detrás del enigmático Juez Niño. Por el camino van encontrando pistas que apuntan a que éste está lejos de ser una criatura pura y noble y, en último término, corresponderá al duro policía decidir si hace o no caso a la profecía que lo erige como mesías.

Como en sagas anteriores, la premisa argumental central es interrumpida por numerosas
desviaciones y subargumentos. Ello aportó un nivel de espectacularidad nunca visto hasta ese momento en Juez Dredd (gracias especialmente a los dibujos de Ron Smith), pero también la alargó en exceso y su carácter fragmentario hizo perder a menudo el foco de la historia a su guionista, que a veces parecía haber olvidado cuál era la auténtica misión del Juez.

La vida de Dredd regresó a la “normalidad” ya una vez de vuelta en Mega-City tras un episodio particularmente bien escrito en el que se
pone en duda la competencia de Dredd para el puesto que ocupa. Otras historias incluían la presentación de Fink Angel o Ratly, un perverso subhumano que controlaba una horda de ratas mutantes, y un ataque nuclear del Capitán Skank que iba introduciendo los problemas que surgirían entre Mega-City Uno y el Sovblock. Dredd había entrado ya en una dinámica cómoda pero predecible. El personaje, su aspecto, comportamiento y entorno hacía ya mucho que se habían establecido claramente y sus aventuras empezaron a perder atrevimiento e interés. Las presiones derivadas de su popularidad hicieron de Dredd (y de la propia revista “2000 A.D.”) algo menos fresco y sorprendente.

Siguió una especie de miniserie con el título “Los Mega-Rackets”, en el que se narraban una serie de fantásticos crímenes, cada uno de los cuales ocupaba tres o cuatro episodios. Esta etapa supuso una bienvenida variación al relato-tipo habitual de Dredd sin necesidad de abandonar el
escenario de Mega-City. De ahí se pasó a otra aventura larga, “Block Mania” (1981) escrita por John Wagner (bajo el seudónimo T.B.Grover). Constituyó además el último trabajo de dos de los principales artistas del personaje. Por un lado, Mike McMahon, quien pensaba que ya había obtenido de la serie todo lo posible y pasó a ocuparse de otro personaje de la revista, “Slaine”, escrito por Pat Mills. Por otro, Brian Bolland, quien daría el salto al mercado americano donde seguiría asombrando a todos con obras como “Camelot 3000”, “La Broma Asesina” o sus numerosas portadas.

La saga arrancaba con el texto: “Las Guerras de Bloques no eran nada nuevo para Mega-City Uno. Los Jueces eran utilizados en ellas. Pero nada podía haberles preparado para ese día de 2103 en el que toda la ciudad se sumergió en la locura”. A partir de un pequeño incidente, la rivalidad existente entre los diferentes bloques de apartamentos –con una capacidad de miles de habitantes cada uno- llega a explotar de una forma nunca antes vista, extendiéndose por toda la ciudad y empujando a sus ciudadanos a una orgía de violencia y
destrucción irracionales. Dredd averigua que la locura se debe a la contaminación del agua efectuada por un tal Orlok. Aunque se encuentra un antídoto para la locura colectiva, el plan para sumir a Mega-City Uno en el caos resulta ser el prólogo a un ataque soviético orquestado por la ciudad estado East Meg One.

Esa guerra se narró en otra saga de veinticinco entregas, “La Guerra del Apocalipsis” (1982), con el retorno de Carlos Ezquerra al apartado gráfico tras una larga ausencia. Se ocupó de todos los episodios de la aventura, con un estilo más suelto que aquel con el que había comenzado en el personaje, producto probablemente de las presiones derivadas del apretado calendario de entregas semanales. Para muchos, ese aspecto tosco y apresurado se ajustaba bien al tono de la historia.

“La Guerra del Apocalipsis” fue con mucho la más polémica de todas las sagas publicadas
hasta la fecha y muchas de las críticas que recibió no carecían de razón. En primer lugar, tenía poco que ver con las bases sobre las que se habían desarrollado las aventuras previas de Dredd, limitándose a ser la narración de una guerra total entre los ejércitos soviético y norteamericano. En segundo lugar, Wagner adopta una postura claramente pro-americana, retratando a los rusos como unos agresores malvados y sedientos de poder. Los Jueces, por tanto, no tienen más remedio que responder con la fuerza. Este posicionamiento político tan evidente en una revista británica supuestamente apolítica y en una serie en la que normalmente se adopta un tono satírico, resulta incómodo. Y en tercer y último lugar, “La Guerra del Apocalipsis”, continuación de la entretenida “Guerras de los Bloques”, no parecía ir a ninguna parte en sus episodios iniciales, si bien la historia empezó a cobrar sustancia cuando los Jueces soviéticos invaden la ciudad.

Aunque algunas partes de la saga son amenas, la impresión general es que se trata tan solo de una larga escena de combate sostenida por una historia mínima y una cantidad innecesaria e insensata de violencia. Puede que agradara al lector medio satisfaciendo sus instintos más primarios, pero no se puede decir que estemos ante una de las etapas más notables del personaje.

Tras la guerra, Mega-City Uno se encuentra en un estado de caos generalizado. La misión de reconstruir la urbe fue complicada y lenta y Dredd hubo de retomar su labor de combatir el abundante crimen que surgió durante su ausencia. Por fortuna, Wagner llevó de nuevo a la serie hacia su característico estilo a mitad de camino entre lo grotesco y lo satírico. 






(Finaliza en la siguiente entrada)

1977- JUEZ DREDD (y 3)

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(Viene de la entrada anterior)

En un periodo de ocho años, Dredd había pasado de ser un recién llegado a convertirse en el personaje de comic más famoso de Gran Bretaña, relegando incluso a su heroico predecesor viñetero, Dan Dare. Los tiempos habían cambiado y era Dredd quien más en sintonía estaba con ellos. Paradójicamente, conforme su popularidad se extendía generando el correspondiente merchandising y sus historias se multiplicaban en diversos formatos (tiras de periódico, álbumes, reimpresiones), saltando a otros países e incluso poniendo un pie en Estados Unidos, su interés, frescura y originalidad fueron disminuyendo.



A pesar de ello, de vez cuando siguieron publicándose sagas dignas de interés. Por ejemplo,“Democracia” (1986). En Mega-City Uno aparece un movimiento prodemocrático que se opone al gobierno fascista de los Jueces. La primera mártir de esa lucha es una mujer, Hester Hyman, asesinada por el propio Dredd. Más tarde, se convoca en su nombre una enorme marcha prodemocrática y Dredd recurre a tácticas sucias para sabotearla porque, según él, la democracia fue ya un experimento fallido. La serie siempre había sido una especie de sátira fascista (otras historias relacionadas con la idea democrática en Mega-City fueron “América”, “Carta a un Demócrata” o “Guerra Total”), pero esta saga forzó la situación más que nunca, mostrando sin recato lo horrible que sería vivir bajo un gobierno de jueces. En lugar de a monstruos y supercriminales, el Juez se enfrenta aquí a gente ordinaria. De repente su firmeza y capacidad guerrera ya no parece tan admirable.

Cuatro años después, en el arco argumental “Necrópolis” (1990) Dredd empieza por fin a tener dudas respecto a que los jueces sepan realmente lo que es mejor para el pueblo de Mega-City Uno. Dimite de su puesto como juez y se exilia en la Tierra Maldita. Pero su lugar es ocupado por el Juez Kraken, quien resulta ser un peón de los Jueces Oscuros en su intención de escapar de su realidad y volver a sembrar el terror. Aunque Dredd regresará para salvar a la ciudad, su relación con ella ya nunca será la misma.

En “Mecanismo” (1992-1993), tras el desastre de “Necrópolis”, la ciudad experimenta con la posibilidad de sustituir a los Jueces por robots. Pero éstos demuestran una preocupante propensión a descontrolarse –tal y como sabe cualquier lector de ciencia ficción-. Dredd se ve obligado a infringir la ley para detener a los jueces robóticos y enfrentarse a su antigua aliada, la Juez
McGruder, cada vez más inestable tras su autoexilio a la Tierra Maldita años atrás. Aunque alargada en exceso, es esta una saga interesante por cuanto supone ver a Dredd romper la misma ley que tanto ha luchado por defender.

Con ocasión del 30º aniversario del personaje, sus creadores originales, John Wagner y Carlos Ezquerra ofrecieron una saga, “Orígenes” (2006-2007) en la que se revelan los orígenes de la Tierra Maldita y los Jueces con una aventura en la que Dredd y otros colegas se aventuran fuera de Mega-City para entregar un rescate por el cuerpo desaparecido mucho tiempo atrás del primer Juez Jefe, Fargo. Dredd no solo averigua que él mismo es un clon del Juez Fargo y que tras la creación del sistema de Jueces se esconde una nada despreciable corrupción, sino que a raíz de su experiencia cambiará su actitud ante las leyes antimutantes de Mega-City y despertará en él un destello de empatía hasta entonces inédita.

El siguiente arco argumental relevante fue “Tour of Duty” (2009-2010), en el que Dredd vuelve a sufrir el exilio cuando su postura promutante se enfrenta a la política excluyente del nuevo Juez Jefe. En esta ocasión, se le asigna la protección de cuatro barrios de mutantes de reciente creación. Cuando un asesino en serie llamado P.J.Quizás (que es en realidad el alcalde) siembra la muerte y el pánico en Mega-City, Dredd es el único que puede solucionar el problema.

A este respecto, lo que Wagner creó inicialmente como una figura tan antidemocrática y autoritaria que rayaba en el absurdo, fue, con el transcurso de los años, acercándose a posturas más liberales convertido, como en esta saga, en un defensor de la minoría mutante oprimida. El propio guionista admitió que “era necesario dejar que el personaje evolucionara sin alterar su naturaleza vindicativa o su actitud hacia el trabajo. Ha cambiado, pero nunca cometáis el error de pensar que es un apasionado liberal”.

Como última saga de relevancia citaré “Día de Caos” (2011-2012), una aventura épica de 48
números en la que se retoman y confluyen líneas argumentales de grandes historias de años atrás. Los rusos buscan venganza por la derrota en la Guerra del Apocalipsis y liberan un virus letal en Mega-City Uno; P.J.Quizás escapa, más loco que nunca, y asesina a su sucesor; y, por si eso fuera poco, los Jueces Oscuros se las arreglan para regresar… Tras tantas historias en las que una u otra amenaza a punto estaba de aniquilar Mega-City Uno, John Wagner por fin se zambulle en una orgía de destrucción total en el transcurso de la cual muere el 87% de la población de la urbe y casi todos los cadetes de la Academia de los Jueces. En buena medida, los peores horrores son resultado de la incapacidad de los jueces para adoptar los métodos despiadados y extremos de Dredd. El guionista encuentra por tanto la forma de devolver al protagonista a sus raíces originales.

Me siento incapaz de glosar siquiera someramente más material del que a lo largo de todas estas décadas ha aparecido con el Juez Dredd como protagonista, escrito principalmente por John Wagner. Sería una relación aburrida y poco fructífera por cuanto la mayor parte carece de interés para quien no sea un rendido seguidor del personaje. Personalmente, lo único que recomendaría para quien quiera probar suerte con el Juez Dredd serían las sagas comentadas.

Aunque las entregas de Juez Dredd están estructuradas como historias cortas –en cada número de 2000 AD se incluyen de seis a ocho páginas del personaje- existe una continuidad subyacente –responsabilidad en buena medida de la coordinación editorial de Pat Mills-, y los acontecimientos narrados en algunas de las historias más relevantes tienen consecuencias que se exploran en narraciones posteriores. Elegir al azar cualquier historia de Dredd no impedirá disfrutar de la acción que siempre contienen, pero cuanto más se empape uno de su peculiar universo, mejor podrá apreciar los detalles y comprender la forma en que se ha ido construyendo paulatinamente ese entorno futurista.

Es cierto, no obstante, que en los últimos años el tono de las historias se ha vuelto más
sofisticado a la hora de describir la ética del sistema judicial en el que Dredd opera, así como el panorama político de Mega-City Uno. No sólo eso, sino que en un mundo, el de los héroes de comic, en el que habitualmente parece no pasar el tiempo, el Juez Dredd ha ido envejeciendo en lo que podríamos definir como “tiempo real”. Efectivamente, cuando debutó en 1977, sus aventuras tenían lugar en el año 2099. Hoy transcurren en el 2136 y el protagonista supera los 70 años.

John Wagner admitió en una entrevista que cuando creó al personaje no le dio más de cuatro o cinco años de vida. No esperaba que “2000 A.D.” durara más que eso, lo normal en muchas publicaciones de la época. Hoy, con medio siglo de servicio activo a sus espaldas, no puede extrañar que el temperamento de Dredd se haya vuelto más precavido y reflexivo que en sus primeros años. Hasta sus compañeros lo ven de una forma diferente, como una vieja leyenda cuyos mejores tiempos ya han quedado atrás. Hace unos años, incluso, se le diagnosticó un cáncer benigno en el duodeno, algo que parece haberse dejado de lado en las historias actuales y que puede que en el futuro no sea una dolencia grave habida cuenta de la tecnología disponible, pero que sí abunda en la idea de un personaje capaz de envejecer al mismo ritmo que sus lectores más veteranos. ¿Cuánto tiempo podrán los creadores seguir envejeciendo a este icono de la cultura popular? ¿Quién le reemplazará? Son preguntas que aún tendrán que hallar respuesta.

La fenomenal popularidad de Juez Dredd ha generado desde hace años una proliferación insensata de publicaciones derivadas, incluyendo dos cabeceras mensuales en blanco y negro que reeditan material antiguo: “Best of 2000 AD Monthly”, que no se centra exclusivamente en el Juez Dredd, y “The Complete Judge Dredd”. Desde 1990, se publica mensualmente y a todo color “Judge Dredd, The Megazine”, con historias serializadas, algunas de ellas con continuidad sincronizada con las presentadas en “2000 AD”. Titan Books ha lanzado diversas colecciones recopilatorias, como “The Chronicles of Judge Dredd” (desde 1981) o “Judge Dredd Graphic Paperbacks” (desde 1988). Por no mencionar los diferentes anuales, números especiales, videojuegos, audiolibros, tira de prensa, juegos de mesa y de rol, novelas y, hasta la fecha, dos películas de acción real. Dos personajes femeninos, la Juez Anderson y la Juez Hershey, llegarían también a disfrutar de sus propias series durante un tiempo. Incluso el Juez Muerte obtendría su propia cabecera, así como el Juez Armadura, el equivalente a Dredd en la Brit Cit.

Otra editorial, Eagle Comics, se fundó para explotar la fama del Juez Dredd en los Estados
Unidos, reeditando –coloreadas y adaptadas al formato de comic book- las primeras aventuras publicadas en “2000 A.D.”. Esa labor sería continuada por Quality Comics. Ambas editoriales superaron el problema de la incompatibilidad en los tamaños de página estirando la imagen respecto a la edición inglesa, lo que provocó que los personajes tuvieran un aspecto alto y delgado.

Un salto de gigante en su internacionalización tuvo lugar cuando en 1991, DC Comics y Fleetway publicaron conjuntamente un team-up entre Dredd y Batman, “Juicio en Gotham”, escrito por John Wagner y Alan Grant y pintado por el llamativo Simon Bisley. La misma DC comics publicó su propia serie del Juez Dredd,”Legends of the Law”, entre 1994 y 1995. En 2013, la editorial norteamericana IDW lanzó su propio comic mensual del Juez Dredd, así como el spin-off “Mega-City Dos” y la miniserie “Juez Dredd: Año Uno”. Aunque estos comics se integran dentro de lo escrito por John Wagner durante décadas, en un intento de captar lectores de las nuevas generaciones, los guionistas de IDW sitúan la acción en el año 2100, presentando a un Juez más joven que el actual y tratando de establecer su propia continuidad.

El éxito continuado de Juez Dredd puede responder a dos razones principales. En primer lugar, no hay duda de que la combinación de un estirado y reaccionario defensor de la ley en un entorno futurista resultó ser particularmente atractiva para muchos lectores, algo que Wagner sabía muy bien. El propio guionista declaró: “És un extremista. Los personajes aguados no calan muy bien, pero alguien que es extremadamente malo o bueno es, automáticamente, más interesante. Dredd puntúa aquí doble, porque es tanto bueno como malo: el rígido pilar de la ley, nunca desviándose de su código y, aún así, juzgando de forma que, para los estándares actuales, resulta terrorífico”.

En otra entrevista fue aún más sincero: “Supongo que hay mucho de Dredd en mí mismo, pero,
¿acaso no lo hay en la mayoría de nosotros? Yo describiría mi inclinación política como bastante hacia la izquierda. Cualquier tipo de brutalidad policial me horroriza y, aún así, aún así… admito que a veces fantaseo con que Dredd aparezca y le de a ese o a aquel chorizo una buena tunda con su porra”.

Como curiosidad, recordemos que al otro lado del Atlántico, por aquellas mismas fechas –en realidad un poco antes, en 1974-, surgió un personaje similar y con éxito parecido: Punisher, si bien, de acuerdo a la tradición norteamericana de justicieros individualistas derivada del western, no actuaba como oficial de la ley, sino como agente independiente.

En segundo lugar, el Juez Dredd ha disfrutado normalmente de un nivel creativo bastante más sólido que el de muchos otros personajes, lo que sin duda ha contribuido a mantener una popularidad sostenida en el tiempo.

“Juez Dredd” es, sobre todo, un comic muy británico, tanto en su planteamiento (los futuros distópicos han acompañado a la ciencia ficción británica desde sus inicios) y desarrollo argumental como en su dibujo. Sus páginas están llenas de bromas y guiños dirigidos a un público inglés y tanto su tono satírico como su serialización fragmentada pueden no ser del gusto del lector afín al comic book americano o al álbum europeo.

A menudo criticado injustamente de producto fascista y violento por aquellos que no comprenden su sutil crítica a la figura del vigilante justiciero, se ha convertido, y de esto no hay ninguna duda, en uno de los personajes más conocidos y populares del mundo de la ciencia ficción y del comic en general, trascendiendo su origen viñetero para alcanzar la naturaleza de franquicia multimedia e icono de la cultura popular contemporánea.


CUMPLEAÑOS... Y NUEVO BLOG

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Aquí estamos, de cumpleaños.... Porque con el artículo anterior este blog cumplió nada menos que cuatrocientas obras comentadas. ¡Quién me lo iba a decir hace cinco años, cuando di a luz a este pequeño rincón de Internet! Poco a poco, dedicándole mucho tiempo e ilusión, ha crecido hasta donde está hoy. 

Pero esto no es el final, claro. Sigo adelante y espero que algún día pueda celebrar las mil.... Por lo pronto, abajo -haced click en "Leer Mas"- os incluyo una relación, por orden cronológico, de todas esas obras aquí comentadas. No todas tienen etiquetas anexas -sobrepasado cierto número de etiquetas, este sistema de clasificación se vuelve engorroso- y quizá así podáis encontrar alguna serie, novela o película que se os haya pasado... Siento no incluir los links, pero comprendereis que eso me llevaría un trabajo ímprobo. Podréis acceder a ellas mediante el cuadro de búsqueda a la derecha del blog.

También os quiero anunciar que en otra esquinita de Internet he abierto un nuevo blog dedicado exclusivamente al comic, otra de mis pasiones. Ahí se duplicarán algunos artículos de tebeos de ciencia ficción que ya vieron la luz en este blog, pero también y mayoritariamente se revisarán obras de muchas otras temáticas realizadas tanto en Estados Unidos como en Europa -lo siento, no soy un gran amante del manga-. El título del blog es "Un Universo de Viñetas" -no tenía ganas de exprimirme los sesos tratando de dar con un nombre ingenioso- y podréis encontrarlo aquí.  A aquellos de vosotros que os guste el mundo de la narrativa dibujada, os invito a que le deis una oportunidad.

Lo dicho, espero seguir viendoos por aquí dentro de otras cuatrocientas entradas... ¡Nos seguimos leyendo!





  1. 180 d.C.- Una historia verdadera– Luciano de Samosata
  2. 1622- El Adonis– Giambattista Marino
  3. 1624-Nueva Atlántida– Francis Bacon
  4. 1634- Somnium– Johannes Kepler
  5. 1638-El hombre en la Luna– Francis Godwin
  6. 1657-El otro mundo– Cyrano de Bergerac
  7. 1726-Los viajes de Gulliver– Jonathan Swift
  8. 1818-Frankenstein o el moderno Prometeo– Mary W.Shelley
  9. 1820-Symzonia– Capitán Adam Seaborn
  10. 1826- Roger Dodsworth, el inglés reanimado– Mary W.Shelley
  11. 1826-El último hombre– Mary W.Shelley
  12. 1827-La momia o un cuento del siglo XXII– Jane C.Loudon
  13. 1835-La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall- Edgar Allan Poe.
  14. 1836-Napoleón y la conquista del mundo– Louis Geoffroy
  15. 1838-La narración de A.Gordon Pym– Edgar Allan Poe
  16. 1854-Los libros starianos– C.I. Defontenay
  17. 1863-París en el siglo XX– Julio Verne.
  18. 1863-Viaje al centro de la Tierra– Julio Verne
  19. 1865-De la Tierra a la Luna– Julio Verne
  20. 1865- Viaje a Venus - Achille Eyraud
  21. 1868-El hombre de vapor de las praderas– Edward Ellis
  22. 1869-Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino– Julio Verne
  23. 1869-Luna de Ladrillo– Edward Everett Hale
  24. 1870-Alrededor de la Luna– Julio Verne
  25. 1871-La batalla de Dorking– George T.Chesney.
  26. 1871-La raza venidera– Edward Bulwer-Lytton
  27. 1872-La novela del siglo venidero– Mór Jókai
  28. 1877-El hombre sin cuerpo– Edward Page Mitchell
  29. 1877-Hector Servadac– Julio Verne
  30. 1879- Los quinientos millones de la Begún– Julio Verne
  31. 1880- Across the Zodiac– Percy Greg
  32. 1882- The Fixed Period– Anthony Trollope
  33. 1882-El siglo XX: Cuento de un parisiense en el pasado mañana– Albert Robida.
  34. 1884-Un cuento de gravedad negativa- Frank R.Stockton
  35. 1884-Flatland: un romance en muchas dimensiones– Edwin Abbot
  36. 1885-After London– Richard Jefferies
  37. 1885-1897: La guerra de España con Estados Unidos y otros relatos – Nilo María Fabra.
  38. 1886-El extraño caso del Dr.Jekyll y Mr.Hyde– Robert L.Stevenson
  39. 1886-Un romance de dos mundos- Marie Corelli
  40. 1886-Robur el conquistador/Dueño del Mundo– Julio Verne
  41. 1887-La edad de cristal– W.H. Hudson
  42. 1888-El año 2000: una visión retrospectiva– Edward Bellamy
  43. 1889-El último americano– John Ames Mitchell
  44. 1889-El secreto de Maston– Julio Verne
  45. 1889-Un día de un periodista americano en el año 2889– Julio Verne
  46. 1889-Un yanqui en la corte del rey Arturo– Mark Twain
  47. 1890-Willmoth the wanderer – Charles Curtis Dail
  48. 1890-Diez mil años en un bloque de hielo– Louis Boussenard
  49. 1890-La columna de César– Ignatius Donnelly
  50. 1890-Noticias de Ninguna Parte– William Morris
  51. 1893-Sub-Coelum: A Sky-Built Human World– Addison Peale Russell
  52. 1893-Angel of the Revolution– George Griffith
  53. 1894-A Journey in Other Worlds– John Jacob Astor IV
  54. 1894-1921- Cuentos– H.G.Wells
  55. 1895- El reparador de reputaciones– Robert W.Chambers
  56. 1895- La isla a hélice– Julio Verne
  57. 1895-Los bárbaros británicos– Grant Allen
  58. 1895- La máquina del tiempo– H.G.Wells
  59. 1896-The Argosy / All-Story  (Revista)
  60. 1895-The Crack of Doom– Robert Cromie
  61. 1896-Le Cataclysme– J.H.Rosny Aîne
  62. 1896- La isla del Dr.Moreau– H.G.Wells
  63. 1897-Dos planetas– Kurd Lasswitz
  64. 1897-Un viaje a Venus– John Munro
  65. 1897-El Hombre Invisible– H.G.Wells
  66. 1897-Ante la bandera– Julio Verne
  67. 1898-La guerra de los mundos– H.G.Wells
  68. 1898-La conquista de Marte por Edison– Garrett P.Serviss
  69. 1898-El peligro amarillo– M.P.Shiel
  70. 1899-1918-La ciencia ficción de Jack London– Jack London
  71. 1899-Cuando despierte el durmiente– H.G.Wells
  72. 1901-A la conquista del aire (Cine)– Ferdinand Zecca
  73. 1901-La nube púrpura– M.P.Shiel
  74. 1901-Los primeros hombres en la Luna– H.G.Wells
  75. 1901-Luna de miel en el espacio– George Griffith
  76. 1902-Viaje a la Luna (Cine)– Georges Méliès
  77. 1903-El misterio de las arenas– Erskine Childers
  78. 1904-El alimento de los dioses– H.G.Wells
  79. 1904-El Napoleón de Notting Hill– Gilbert K.Chesterton
  80. 1904-El Pancronicon– Harold Steel
  81. 1905-El hombre subterráneo– Gabriel Tarde
  82. 1905-Gullivar Jones– Edwin Lester
  83. 1905-Una Utopía Moderna– H.G.Wells
  84. 1905-Con el correo nocturno– Rudyard Kipling
  85. 1905-El hotel eléctrico (Cine)– Segundo de Chomón
  86. 1906-La invasión de 1910– William Lequeux
  87. 1906-Viaje alrededor de una estrella (Cine)– Gaston Velle
  88. 1906-El motorista (Cine)– Walter R.Booth
  89. 1906-En los días del cometa– H.G.Wells
  90. 1907-El talón de hierro– Jack London
  91. 1908-Estrella Roja– Alexander Bogdanov
  92. 1908-La guerra en el aire– H.G.Wells
  93. 1908-La caza del meteoro– Julio Verne
  94. 1909-The Airship Destroyer (Cine) – Walter R.Booth
  95. 1909-La Máquina se para– E.M.Forster
  96. 1909-El otro lado– Alfred Kubin
  97. 1910-El secreto de Wilhelm Storitz– Julio Verne
  98. 1911-El peligro azul– Maurice Renard
  99. 1911-Mundos Mágicos– F.W.Mader
  100. 1911-La maravilla de Hampdenshire– J.D.Beresford
  101. 1911-Ralph 124C41+ - Hugo Gernsback
  102. 1912-El mundo perdido y las aventuras del profesor Challenger– Arthur Conan Doyle.
  103. 1912-El reino de la noche– William Hope Hodgson
  104. 1912-El segundo diluvio– Garrett P.Serviss
  105. 1912-John Carter y el ciclo de Barsoom– Edgar R.Burroughs
  106. 1913-El túnel– Bernhard Kellerman
  107. 1913-Cuando vino Guillermo– Saki (H.H.Munro)
  108. 1914-La liberación mundial– H.G.Wells
  109. 1914-Tinieblas y amanecer– George Allan England
  110. 1914-Pellucidar– Edgar Rice Burroughs
  111. 1915-El vagabundo de las estrellas– Jack London
  112. 1916-20.000 leguas de viaje submarino (Cine)- Stuart Paton
  113. 1916-El fin del mundo (Cine) – August Blom
  114. 1916-El continente perdido– Edgar Rice Burroughs
  115. 1917-El mesías del cilindro– Victor Rousseau
  116. 1918-Un viaje a Marte (Cine) – Holger Madsen
  117. 1918-El estanque de la luna– Abraham Merritt
  118. 1919-Ciudad de noche eterna– Milo Hastings
  119. 1919-Los primeros hombres en la Luna  (Cine)-Bruce Gordon
  120. 1919-La chica del átomo dorado– Ray Cummings
  121. 1919-Cuando el mundo se estremeció– Henry Rider Haggard
  122. 1920-Más allá del planeta Tierra– Konstantin Tsiolkovsky
  123. 1920-Viaje a Arturo– David Lindsay
  124. 1920-La gente de las ruinas– Edward Shanks
  125. 1920-El monstruo de metal– Abraham Merritt
  126. 1921-R.U.R. – Karel Capek
  127. 1922-La fábrica de Absoluto– Karel Capek
  128. 1923-El millón de Nordenholt– J.J.Connington
  129. 1923-El colapso del Homo Sapiens– P.Anderson Graham
  130. 1923-Hombres como Dioses– H.G.Wells
  131. 1923-El hombre reloj– E.V.Odle
  132. 1924-Aelita (Cine)– Yakov Protazanov
  133. 1924-Trilogía de Caspak– Edgar Rice Burroughs
  134. 1924-Los huevos fatales– Mijail Bulgakov
  135. 1924-Nosotros– Yevgueni Zamiatin
  136. 1924-El Hombre que dominó el Tiempo– Ray Cummings
  137. 1924-Montañas, mares y gigantes– Alfred Döblin
  138. 1924-La Krakatita– Karel Capek
  139. 1925-La chica de las cavernas– Edgar Rice Burroughs
  140. 1925-El disparo al infinito– Otto Willi Gail
  141. 1925-El mundo perdido (Cine) – Harry O´Hoyt
  142. 1926-Amazing Stories (Revista)
  143. 1926-La dama de la Luna– Edgar Rice Burroughs
  144. 1926-Frank R. Paul
  145. 1926- Metrópolis – Thea von Harbou
  146. 1927-Metrópolis (Cine) – Fritz Lang
  147. 1928-Alta Traición (Cine) – Maurice Elvey
  148. 1928-Virgil Finlay (Ilustrador)
  149. 1928-La Alondra del espacio– E.E.Smith
  150. 1928-El mundo sumergido– Stanton A.Coblentz
  151. 1928-El anfibio– Alexander Beliaev
  152. 1929-El mundo subterráneo– S.Fowler Wright
  153. 1929-Air Wonder Stories (Revista)
  154. 1929-Buck Rogers (Comic) – Philip Nowlan y Dick Calkins
  155. 1929-La mujer en la Luna (Cine) – Fritz Lang
  156. 1929-La chica de las sombras– Ray Cummings
  157. 1929-La isla misteriosa– Lucien Hubbard
  158. 1929-La más grande aventura– John Taine
  159. 1930-El mundo en 2030– Conde de Birkenhead
  160. 1930-La ciudad de los muertos vivientes– Laurence Manning y Fletcher Pratt
  161. 1930-La Última y Primera Humanidad– Olaf Stapledon
  162. 1930-H.W. Wesso (Ilustrador)
  163. 1930-Una fantasía del porvenir (Cine) – David Butler
  164. 1930-Howard V.Brown (Ilustrador)
  165. 1931-La corriente temporal– John Taine
  166. 1931-El horror de Arrhenius– P.Schuyler Miller
  167. 1931-El fin del mundo (Cine) – Abel Gance
  168. 1931-Antes de la Edad de Oro– Isaac Asimov (Editor)
  169. 1932-La última evolución– Joseph W.Campbell
  170. 1932-Un mundo feliz– Aldous Huxley
  171. 1932-La muerte del metal– David H.Keller
  172. 1932-La isla de las almas perdidas (Cine)-Erle C.Kenton
  173. 1932-Carson de Venus– Edgar Rice Burroughs
  174. 1933-La vida futura– H.G.Wells
  175. 1933-Horizontes perdidos– James Hilton
  176. 1933-El hombre invisible (Cine)– James Whale
  177. 1933-Brick Bradford (Comic) – Varios.
  178. 1933-Cuando los mundos chocan– Philip Wylie y Edwin Balmer
  179. 1933-King Kong (Cine) – Meriam C.Cooper y Ernest B.Shoedsack
  180. 1933-It´s Great to Be Alive (Cine) – Alfred L.Werker
  181. 1933-El túnel (Cine)– Kurt Bernhardt
  182. 1933-El diluvio (Cine)- Felix E.Feist
  183. 1934-Flash Gordon (Comic) – Alex Raymond
  184. 1934-Los extraños invasores– Alun Llewellyn
  185. 1934-El hombre orgulloso– Murray Constantine
  186. 1934-Los hombres de la Lente– E.E.Smith
  187. 1934-La Legión del Espacio– Jack Williamson
  188. 1934-Crepúsculo– John W.Campbell
  189. 1934-La tierra bajo Inglaterra– Joseph O´Neill
  190. 1934-Lo Mejor de …- Stanley G.Weinbaum
  191. 1935-Juan Raro– Olaf Stapledon
  192. 1936-La vida futura (Cine)- William Cameron Menzies
  193. 1936-Flash Gordon (Cine)
  194. 1936-La Guerra de las Salamandras (Karel Capek)
  195. 1936-El jugador de croquet -H.G.Wells
  196. 1936-En las montañas de la locura–H.P.Lovecraft
  197. 1937-La Noche de la Esvástica -Katherine Burdekin
  198. 1937-Hacedor de Estrellas–Olaf Stapledon
  199. 1937-1958-Años de trabajo: Los Viajes Temporales– L.Sprague de Camp.
  200. 1937-Astounding Stories / Analog (Revista)
  201. 1938-La Guerra de los Mundos (Radio) – Orson Welles
  202. 1938-La Legión del Tiempo– Jack Williamson
  203. 1938-Semillas de Oscuridad– Raymond Z.Gallum
  204. 1938-¿Quién hay ahí?– John W.Campbell
  205. 1939-Adam Link– Eando Binder
  206. 1939-Buck Rogers (Cine)
  207. 1939-El Manuscrito Hopkins– R.C.Sherriff
  208. 1939-Historia del Futuro– Robert A.Heinlein
  209. 1939-1949-El Primer Asimov– Isaac Asimov
  210. 1940-Slan– A.E. van Vogt
  211. 1940-Speed Spaulding (Comic)-P.Wylie, E.Balmer y M.Bradley
  212. 1940-Relámpago en la Noche– Fred Allhoff
  213. 1940-Doctor Cíclope (Cine) – Ernest B.Schoedsack
  214. 1940-Planet Comics y los primeros comic books de CF (Comic)
  215. 1942-Gran Cañón– Vita Sackville-West
  216. 1942-Islandia– Austin Tappan Wright
  217. 1943-Destrucción – René Barjavel
  218. 1943-Garth (comic)
  219. 1949-El Capitán Video y sus Video Rangers (TV)
  220. 1949- 1984–George Orwell
  221. 1950-Con destino a la Luna (Cine) – Irving Pichel
  222. 1950-Strange Adventures y Mystery In Space (Comic)
  223. 1950-Crónicas Marcianas–Ray Bradbury
  224. 1951-El alienígena– Raymond F.Jones
  225. 1951-Ultimátum a la Tierra (Cine) – Robert Wise
  226. 1952-Ciudad– Clifford D.Simak
  227. 1953-El hombre demolido– Alfred Bester
  228. 1953-El Monstruo de los Tiempos Remotos (Cine) – Eugene Lourie
  229. 1953-Fahrenheit 451– Ray Bradbury
  230. 1954-20.000 Leguas de Viaje Submarino (Cine) – Richard Fleischer
  231. 1954-La onda cerebral– Poul Anderson
  232. 1954-Soy leyenda– Richard Matheson
  233. 1954-Godzilla (Cine)– Ishiro Honda
  234. 1954-La Humanidad en Peligro– Gordon Douglas
  235. 1955-1986-Los mejores relatos– Brian Aldiss
  236. 1956-Planeta Prohibido (Cine) – Fred McLeod Wilcox
  237. 1956-El hombre menguante– Richard Matheson
  238. 1956-Puerta al Verano– Robert A.Heinlein
  239. 1957-El increíble hombre menguante (Cine)– Jack Arnold
  240. 1958-La nave estelar– Brian Aldiss
  241. 1958-Adam Strange (Comic) – Varios autores
  242. 1958-Un caso de conciencia– James Blish
  243. 1959-La Cuarta Edad Interglacial– Kobo Abe
  244. 1959-Tiranía universal– Damon Knight
  245. 1959-Galaxias como granos de arena– Brian Aldiss
  246. 1959-¡Ay Babilonia!–Pat Frank
  247. 1960-Agente de Vega– James Schmitz
  248. 1960-Star Hawkins (Comic)
  249. 1960-Los Caballeros Atómicos (Cómic) -John Broome y Murphy Anderson
  250. 1961-A de Andrómeda (TV)
  251. 1962-Invernáculo– Brian Aldiss
  252. 1962-After Doomsday– Poul Anderson
  253. 1962-A de Andrómeda– Fred Hoyle y John Elliot
  254. 1963-Estación de Tránsito– Clifford D.Simak
  255. 1963-El Planeta de los Simios– Pierre Boulle
  256. 1964-Teléfono Rojo, ¿Volamos hacia Moscú?– Stanley Kubrick
  257. 1964-Los oscuros años luz– Brian Aldiss
  258. 1964-Robinson Crusoe en Marte– Byron Haskin
  259. 1964-Barbagrís– Brian Aldiss
  260. 1964-Qué Difícil es ser Dios– Boris y Arkadi Strugatski
  261. 1966-Adam Adamant Lives! (TV)
  262. 1966-¡Hagan sitio, Hagan sitio!– Harry Harrison
  263. 1966-Viaje Alucinante (Cine)- Richard Fleischer
  264. 1967-Criptozoico– Brian Aldiss
  265. 1968-El alienígena– L.P.Davis
  266. 1968-Barbarella (Cine)– Roger Vadim
  267. 1968-El Planeta de los Simios (Cine) – Franklin Schaffner
  268. 1968-Pavana -Keith Roberts
  269. 1969-La amenaza de Andrómeda– Michael Crichton
  270. 1969-He aquí el hombre– Michael Moorcock
  271. 1969-Un muchacho y su perro– Harlan Ellison, LQ Jones y Richard Corben
  272. 1970-Las aventuras de Don Quick (TV)
  273. 1970- After Things Fell Apart– Ron Goulart
  274. 1971-La amenaza de Andrómeda (Cine) – Robert Wise
  275. 1971-El último hombre…vivo (Cine) – Boris Sagal
  276. 1971-Naves Misteriosas (Cine) – Douglas Trumbull
  277. 1972-John Carter en los comics (Comic) - Varios
  278. 1973-Almas de metal (Cine) – Michael Crichton
  279. 1973-Cuando el destino nos alcance (Cine) – Richard Fleischer
  280. 1973-Killraven (Comic) – Varios autores
  281. 1974-Omac– Jack Kirby y John Byrne
  282. 1976-Aldair en Albión– Neal Barrett Jr.
  283. 1976-Star-Lord (Cómic) – Varios autores
  284. 1976-Homo Plus– Frederik Pohl
  285. 1977-La Ciudad que No Existía (Cómic) – P.Christin y E.Bilal
  286. 1977-Hom (Cómic) – Carlos Giménez
  287. 1977-Encuentros en la Tercera Fase (Cine) – Steven Spielberg
  288. 1977-Juez Dredd (Comic) – Varios autores
  289. 1978-Los Siete de Blake (TV)
  290. 1978-Doble Dimensión (Cómic) – Enki Bilal
  291. 1978-El matrimonio alquímico de Alistair Crompton– Robert Sheckley
  292. 1978-Apocalipsis– Stephen King
  293. 1978-Sabre (Comic) – Don McGregor y Paul Gulacy
  294. 1978-Battlestar Galactica (TV)
  295. 1979-Alien (Cine)– Ridley Scott
  296. 1979-El abismo negro (Cine) – Gary Nelson
  297. 1979-Guía del autoestopista galáctico– Douglas Adams.
  298. 1979-Exterminador17 (Comic)– Enki Bilal
  299. 1979-La zona muerta– Stephen King
  300. 1979-Vida en otro planeta (Comic) – Will Eisner
  301. 1979-Star Trek: La Película (Cine) – Robert Wise
  302. 1979-La estrella negra (Comic) – Ricardo Barreiro y Juan Giménez
  303. 1980-Cuentos de un futuro imperfecto (Comic) – Alfonso Font
  304. 1980-Trilogía Nikopol (Comic) – Enki Bilal
  305. 1980-Clarke & Kubrick  (Comic) – Alfonso Font
  306. 1980-Érase una vez en el futuro (Comic) – Carlos Giménez
  307. 1980-Crónicas Marcianas (Televisión)
  308. 1981-Atmósfera Cero (Cine) – Peter Hyams
  309. 1981-Hombre (Comic) – Antonio Segura y José Ortiz.
  310. 1981-Mad Max 2 (Cine) – George Miller
  311. 1982-Akira– (Comic) Katsuhiro Otomo
  312. 1982-Camelot 3000 (Comic) – Mike W.Barr y Brian Bolland
  313. 1982-Jeremy Brood (Comic)-Jan Strnad y Richard Corben
  314. 1982-Star Trek II: La Ira de Khan (Cine) – Nicholas Meyer
  315. 1982-Cuestión de Tiempo (Cómic) – Juan Giménez
  316. 1983-El último recreo (Cómic) – Carlos Trillo y Horacio Altuna
317.      1983-Ficcionario (Cómic) – Horacio Altuna
318.      1983-V (TV)
319.      1983-Star Slammers (Cómic) – Walter Simonson
320.      1983-American Flagg! (Cómic) – Howard Chaykin
321.      1983-D.R. & Quinch (Comic) – Alan Moore y Alan Davis
322.      1983-Videodrome (Cine) – David Cronenberg
323.      1984-Alien Legion (Cómic)
324.      1984-Ronin (Comic) – Frank Miller
325.      1984-AtariForce (Comic) – Gerry Conway y Jose Luis García López
326.      1984-Star Trek III: En busca de Spock (Cine) – Leonard Nimoy
327.      1984-Las aventuras de Ton y Mirka (Comic)-Harriet y Daniel Redondo
328.      1984-Six From Sirius (Comic) – Doug Moench y Paul Gulacy
329.      1985-El prisionero de las estrellas (Comic) – Alfonso Font
330.      1985-Mad Max 3 (Cine) – George Miller y George Ogilvie
331.      1986-Chances (Cómic)- Horacio Altuna
332.      1986-La Mosca (Cine) – David Cronenberg
333.      1986-Doctor Mabuse (Cómic)- Jose María Beroy
334.      1986-Aliens (Cine) – James Cameron
335.      1986-Aboriginal Science Fiction (Revista)
336.      1986-ALF (TV)
337.      1986-Rip Tiempo Atrás (Comic) – Bruce Jones y Richard Corben
338.      1986-Star Trek IV: Misión Salvar la Tierra (Cine) – Leonard Nimoy
339.      1986-Xenozoic Tales (Comic) – Mark Schultz
340.      1987-Fuera de Juego (Cómic) – Patrick Cauvin y Enki Bilal
341.      1987-Depredador (Cine) – John McTiernan
342.      1987-Agente de Bizancio– Harry Turtledove
343.      1987-Mundo de Krypton– John Byrne y Mike Mignola
344.      1987-Esfera– Michael Crichton
345.      1987-Slash Maraud (Comic) – Doug Moench y Paul Gulacy
346.      1988-Akira  (Cine) – Katsuhiro Otomo
347.      1988-Alien Nación (Cine) – Graham Baker
348.      1988-Huérfanos de la creación– Roger Macbride Allen
349.      1989-Alien Nación (TV)
350.      1989-Las alucinantes aventuras de Bill y Ted (Cine) – Stephen Herek
351.      1989-The Abyss (Cine) – James Cameron
352.      1989-Angel Station– Walter Jon Miller
353.      1989-Star Trek V: La Última Frontera (Cine) – William Shatner
354.      1989-Basura (Comic) – Carlos Trillo y Juan Giménez
355.      1990-Twilight (Comic) – Howard Chaykin y José Luis Garcia López
356.      1991-Beyond Reality (TV)
357.      1991-Star Trek VI: Aquel País Desconocido (Cine)- Nicholas Meyer
358.      1992-Alien 3 (Cine)– David Fincher
359.      1992-Star Trek:Deuda de Honor (Comic) – Chris Claremont y Adam Hughes
360.      1993-Las aventuras de Brisco County Jr. (TV)
361.      1993-La Historia de Cyann (Comic)- Bourgeon y Lacroix
362.      1993-Babylon 5 (TV)
363.      1994-Guerra de clanes (Cómic)– Darko Macan y Edvin Biucovic
364.      1994-Tierra 2 (TV)
365.      1994-El Refugio– Juan Miguel Aguilera y Javier Redal
366.      1996-Star Wars Ala X: El problema fantasma (Cómic) – Darko Macan y Edvin Biucovic
367.      1996-Dark Skies (TV)
368.      1997-La Tierra: Conflicto Final (TV)
369.      1997-Alien Resurrección (Cine) – Jean-Pierre Jeunet
370.      1997-Gattaca (Cine) – Andrew Niccol
371.      1997-Aliens: Alchemy (Comic) – John Arcudi y Richard Corben
372.      1998-Esfera (Cine) – Barry Levinson
373.      1999-Nombre Código: Eternidad (TV)
374.      1999-Matrix (Cine) – Hermanos Wachowski
375.      1999-Cruzada (TV)
376.      1999-Farscape (TV)
377.      2000- Andrómeda (TV)
378.      2000-Cleopatra2525 (TV)
379.      2000-Dark Angel (TV)
380.      2000-Dune (TV)
381.      2001-Mundos en la eternidad– Juan Miguel Aguilera y Javier Redal
382.      2001-Náufragos– Juan Miguel Aguilera
383.      2002-Odyssey 5 (TV)
384.      2002-La zona muerta (TV)
385.      2002-La máquina del tiempo (Cine) – Simon Wells
386.      2002-Firefly (TV)
387.      2003-Matrix Reloaded / Revolutions (Cine)– Hermanos Wachowski
388.      2003-Planetes (TV)
389.      2004-Century City (TV)
390.      2004-Steamboy (Cine) – Katsuhiro Otomo
391.      2004-Ocean (Comic) – Warren Ellis y Chris Sprouse
392.      2004-Battlestar Galactica (TV)
393.      2005-Aeon Flux (Cine) – Karyn Kusamaç
394.      2005-Serenity (Cine) (Ver Firefly) – Joss Whedon
395.      2005-V de Vendetta (Cine) – James McTeigue
396.      2008-La amenaza de Andrómeda (TV)
397.      2008-Las crónicas de Sarah Connor (TV)
398.      2009-Distrito 9 (Cine) – Neill Blomkamp
399.      2009-Defying Gravity (TV)
400.      2009-Astro Boy (Cine) – Dave Bowers
401.      2010-El libro de Eli (Cine) – The Hughes Brothers




1965- PERDIDOS EN EL ESPACIO (1)

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Hay una ironía implícita en ciertos títulos, como el de esta serie norteamericana. Durante su emisión inicial, que constó de tres temporadas con un total de 83 episodios, fueron alternándose diversos grados de éxito y fracaso creativos, ofreciendo una clara indicación del dilema al que se ha tenido que enfrentar la ciencia ficción desde sus inicios, a saber: ¿debe tener más peso la ciencia o la ficción? ¿Aventura, Emoción y Miedo o Física, Química y Matemáticas?

Es una pregunta bastante clara y razonable, pero las productoras televisivas establecieron ya desde sus inicios que la ciencia ficción no sería totalmente ni la una ni la otra, lo cual, naturalmente, tiene todo el sentido. Después de todo, ¿quién quiere ver un documental analizando la fuerza gravitacional de la Luna cuando pueden utilizar la ficción para viajar a Titán o fundar la base Alpha en el Mar de la Tranquilidad?




Así que la cuestión no es si la ciencia ficción debe ser una cosa o la otra. Debe ser las dos. Lo que nos lleva a otra disyuntiva, ésta relacionada con el equilibrio de ambas facetas. ¿Cuándo ocurre que la diversión de lo Ficticio pasa a deteriorar la sinceridad de la Ciencia? O a la inversa, ¿Cuándo el realismo tecnológico constriñe la narración de una buena historia? La receta perfecta, la combinación de todos esos elementos para crear una síntesis única y fascinante, es lo que ha llevado de cabeza a los creadores de CF desde mucho antes de que la televisión irrumpiera en los hogares de todo el mundo.

“Perdidos en el Espacio”, que comenzó a emitirse un año antes que “Star Trek” y cinco antes de que el hombre llegara a la Luna, no fue una excepción. Hasta el día de hoy, los seguidores de la serie siguen discutiendo sobre cuál de sus etapas fue la mejor. ¿La primera, centrada en el acertado uso de la tecnología por parte de la familia Robinson y las promesas de la exploración espacial? ¿O las dos últimas, cuando el programa pasó a dedicar la mayor parte de su atención al cómico Dr.Smith y extravagancias tales como los Vikingos Espaciales, vegetales parlantes y planetas gobernados por palurdos? ¿Pueden quizá considerarse ambos enfoques igualmente
buenos, aunque de formas diferentes?

“Perdidos en el Espacio” hundía sus raíces, sobre todo, en un cuento moralista cristiano publicado en 1812, “Los Robinsones Suizos”, en el que se narraban las aventuras de una familia naufragada en una isla de las Indias Orientales. El libro fue escrito por Johann David Wyss, un pastor protestante que esperaba con ella guiar a sus cuatro hijos de acuerdo a los valores familiares cristianos (algo que también hicieron, en mayor o menor grado y de forma más o menos explícita, autores de ciencia ficción como Julio Verne, H.G.Wells o Robert A.Heinlein). Creía que la mejor forma de aprender estas lecciones morales era insertarlas en una aventura emocionante. Ciento cincuenta años después, el productor cinematográfico Irwin Allen recurrió a la misma idea, aunque por razones muy diferentes.

Allen había ganado un Oscar en 1953 al Mejor Documental por “The Sea Around Us” y pasó a continuación a producir películas de ciencia ficción y aventuras como “El Mundo Perdido” (1960), “Viaje al fondo del mar” (1961) o “Cinco Semanas en Globo” (1962). La ABC lo contrató para convertir “Viaje al fondo del Mar” en una serie de televisión, que se estrenó en 1964 con tanto éxito que se convertiría en el programa de ciencia ficción más longevo de la década en Estados Unidos. A la vista de ello, una cadena competidora, la CBS, propuso a Allen escribir otra serie para ellos. El resultado fue “Perdidos en el Espacio”, que se puso en antena al año siguiente.

A Allen le gustaba la sencilla idea propuesta por la novela de Wyss de una familia perdida y
sola que trabaja unida para sobrevivir. Su familia para la serie se construyó alrededor del personaje de Will Robinson (Bill Mummy), su miembro más joven, un niño prodigio que se pasa el día jugando con un robot gigante, discutiendo por nimiedades con un “malvado” científico -del que a continuación hablaremos- y, de vez en cuanto, disparando a monstruos con una pistola laser. Will era, en definitiva, lo que todo niño en 1964 desearía ser.

(Por cierto, resulta destacable la relación de Bill Mummy con la ciencia ficción desde temprana edad. Cuando fue seleccionado para “Perdidos en el Espacio” ya acumulaba más de cincuenta apariciones en películas y series de televisión, entre las que sobresalen los tres episodios de “Dimensión Desconocida” en los que participó unos años antes y que le convirtieron en un rostro familiar para los espectadores norteamericanos. Más adelante, realizaría un inolvidable papel en la serie “Babylon 5” interpretando al diplomático Minbari Lennier y volvería a aproximarse al género como ingeniero Kellin en un episodio de “Star Trek: Espacio Profundo Nueve”)

La familia en el episodio piloto se completaba con los padres de Will, el astrofísico John Robinson (Guy Williams) y su esposa, de especialidad bioquímica, Maureen (June Lockhart) así como sus dos hermanas mayores, la ya crecidita Judy (Marta Kristen) y la adolescente Penny (Angela Cartwright, una de las niñas Von Trapp de “Sonrisas y Lágrimas”). Con ellos viajaba el geólogo y piloto de la nave, el comandante Don West (Mark Goddard).

La historia se ambientaba en el entonces futurista año 1997, cuando la población de la Tierra había alcanzando un punto en el que se hacía necesaria iniciar la exploración espacial so pena de agotar en nuestro planeta los requisitos más básicos para la vida: la comida, el agua e incluso el espacio vital. Qué diferencia puede suponer el que una sola familia abandone la Tierra es
difícil de decir, pero en cualquier caso los Robinson, tras superar a dos millones de voluntarios competidores, suben a bordo de la Gemini 2 (que, según la serie, costó 40.000 millones de dólares, mientras que el verdadero transbordador espacial de la NASA no pasaba de los 450 millones) y parten para colonizar algún planeta del sistema Alfa Centauri, el más cercano a nuestro Sol. Realizarán el viaje programado de cinco años en estado de sueño profundo y sólo se les despertará en la fase final de aproximación o si surge algún problema. Y, claro, esto último es lo que sucede. La familia acaba perdida por las inmensidades desconocidas del espacio.

Las raíces “literarias” de la ciencia ficción televisiva se pueden encontrar en las ilustraciones que adornaban las portadas de las revistas pulp de los años veinte, treinta y cuarenta: “Amazing Stories”,“Astounding Science Fiction”, “Unknown”… títulos emblemáticos del entretenimiento efímero que utilizaban esos atractivos dibujos para seducir y emocionar a sus lectores. De aquellas impactantes ilustraciones bebieron los primeros seriales cinematográficos de ciencia ficción en los años treinta (“Flash Gordon”, “Buck Rogers”), que a su vez establecieron otra característica más tarde trasladada a la televisión: los finales con “cliffhanger”, ese recurso narrativo que consiste en rematar un segmento del relato con un momento cargado de suspense que incite al espectador a ver el siguiente episodio.

Ya en la era de la televisión, el peldaño anterior a “Perdidos en el Espacio” fueron programas como “Captain Video and His Video Rangers”, “Tom Corbett, Space Cadet” o “Rod Brown of the Rocket Rangers”, programas todos ellos emitidos en directo en los primeros años de la pequeña pantalla. Eran space operas sencillas inspiradas a su vez en seriales de los pulp como “La Alondra del Espacio” o “Los Hombres de la Lente” de E.E.Smith o “La Legión del Espacio” de Jack Williamson.

“Perdidos en el Espacio” bebía de todas esas fuentes y las mezclaba con el tema de los náufragos, subgénero que popularizara inmensamente Daniel Defoe con su novela “Robinson Crusoe” en el siglo XVIII. Ya hemos mencionado la obra de Johann Wyss, que poco antes del estreno de “Perdidos en el Espacio”, en 1960, había producido Disney. En 1964 se estrenaron la película “Robinson Crusoe en Marte” y la serie de la CBS “La Isla de Gilligan”. Desde luego, los náufragos estaban de moda.

Era una época en la que las exigencias de los espectadores televisivos eran más fáciles de satisfacer que en la actualidad. Así, los efectos visuales se solventaban con maquetas colgando de cuerdas o artefactos teleportadores de aspecto casero. Sin embargo, cuando empezó la producción de la serie y con las miras puestas en obtener un mayor impulso en lo que a promoción se refiere, Allen se molestó en involucrar en la producción a la NASA.

A comienzos de los sesenta, la carrera espacial estaba en su momento álgido. Rusia adelantó a
Estados Unidos con el lanzamiento en órbita del Sputnik, obligando al presidente Kennedy a hacer una declaración, en 1961, en la que se comprometía a alcanzar la Luna antes de que finalizara la década…y antes que los rusos, claro. Era un tema de la más rabiosa actualidad que capturaba la imaginación del público americano y Allen, ambientando su nueva serie en el espacio, demostró haberlo entendido. Contar con el aval de la NASA significaría una especie de sello de calidad a ojos de la audiencia. Por su parte, la agencia gubernamental, con todos sus esfuerzos puestos no sólo en conseguir poner a los astronautas en el espacio sino en publicitar su labor, aprovechó la oportunidad que le brindaba Allen con la esperanza de que la serie sirviera para promover sus ideales de exploración espacial ante el público norteamericano.

Tal asociación de mutuos intereses no duró mucho.

Una de las más desafortunadas y recurrentes frases de Allen durante el rodaje de la serie era: “¡No me molestéis con la lógica!” Las necesidades inmediatas de la historia eran para él siempre más importantes que cualquier verosimilitud científica. La NASA, huelga decirlo, tenía una visión del mundo algo distinta, y cuando sus técnicos revisaron los bocetos para la nave Júpiter se apresuraron a afirmar que semejante artefacto no sólo no volaría jamás sino que sería imposible que llegara a salir siquiera de la rampa de lanzamiento. Allen se limitó a contestar que lo mismo se había dicho de los cohetes de la NASA años atrás. Estaba claro que Ciencia y Ciencia Ficción no coincidirían en este proyecto en particular, y la NASA cortó rápidamente todos sus lazos con el programa.

Allen no se amilanó y siguió adelante con el rodaje respaldado por un abultado presupuesto de
600.000 dólares. El piloto original (que nunca llegó a emitirse) daba el protagonismo a los efectos especiales y los diferentes artefactos y equipamientos propios del viaje espacial: naves, land rovers, trajes de brillantes tejidos, mochilas cohete… todo aquello que los espectadores esperarían ver en un documental de exploración del espacio. El momento climático de ese desfile de trucos visuales sería una especie de maremoto espacial y un monstruo gigante que atacaría a los Robinson (léase, un hombre enfundado en un traje de goma persiguiendo marionetas).

Allen afirmó que ese piloto era el mejor trabajo que había hecho hasta la fecha, pero cuando los ejecutivos de la CBS se pasaron riendo toda la proyección de prueba, se sintió tan avergonzado
y furioso que saltó de su asiento para detenerla. Su montador le obligó a sentarse: “Irwin”, le dijo, “¡les encanta!”.

Así fue. Funcionó. Aquella risa no había sido de burla, sino de disfrute infantil, de hombres adultos pasando un buen rato. Pero al mismo tiempo, sus sugerencias finales apuntaron a que el programa estaba demasiado lastrado por la fría exhibición científica, que se invertía demasiado tiempo en mostrar artefactos y evoluciones por el espacio. Se necesitaba más peso del factor humano, unos personajes con los que identificarse.

Y aquí entra en escena el doctor Smith.

Smith era un personaje secundario que acabó estando tan identificado con la serie que aún hoy
hay quien cree erróneamente que la familia perdida en el espacio eran los Smith. El supervisor del programa, Anthony Wilson, creía que era necesario introducir un villano fijo. Allen abogó por alguien del estilo de Ming, la malvada némesis de Flash Gordon; Wilson, en cambio, por un personaje del estilo del pirata Long John Silver de “La Isla del Tesoro”. La solución de compromiso fue Zachary Smith.

De esta forma, se estableció que todos los problemas de la familia Robinson eran producto de un sabotaje perpetrado por el doctor Zachary Smith (Jonathan Harris), psicólogo y experto en control medioambiental, que trabajaba como espía de una potencia extranjera –la cual, aunque nunca se menciona, los espectadores inmediatamente asociaron con la Unión Soviética-. Consigue reprogramar el ordenador de misión, pero al hacerlo queda atrapado a bordo y, cuando el Júpiter II es desviado de su rumbo original, Smith no puede escapar.

El diseñador Robert Kinishita –padre del también legendario Robby de “Planeta Prohibido” (1956)- creó para la serie un robot parlante (con la voz de Dick Tufeld), oficialmente designado
como General Utility Non-theorizing Environmental Control Robot, Clase M-3, Modelo B9. Esta máquina encarnaba el elemento cómico que, por citar las palabras del estudio, “gustaría a los niños”. Era uno de esos ingenios multiusos capaz tanto de entablar una lucha cuerpo a cuerpo como de prever amenazas, ejecutar complejos cálculos, realizar tareas mecánicas de precisión y ejercer de profesor de los más variados campos del conocimiento. Y, para colmo, resultó ser un artefacto bastante más emocional de lo que podría haberse esperado, agitando nervioso sus brazos mientras avisaba de algún peligro inminente. En resumen, el juguete/mascota perfecto para cualquier niño de entonces. El Robot –que nunca tuvo nombre- se convirtió ya desde sus inicios no sólo en la imagen más recordada por los espectadores de la serie, sino en todo un icono de la ciencia ficción televisiva.

Se cambió el nombre de la nave (abandonando el inicial, “Géminis”, que denominaba el programa de vuelos tripulados de la NASA inaugurado aquel mismo año 1965, por el de
“Júpiter”) y se rodó nuevo metraje para un nuevo piloto, utilizando el del antiguo para rellenar los cinco primeros episodios. Aunque los capítulos semanales contaban con un presupuesto de solo 130.000 dólares (cantidad normal para la época), lo cierto es que “Perdidos en el Espacio” ya llevaba gastados en el piloto una cantidad muy importante de dinero. Solamente la astronave costó 350.000 dólares –y ello aunque no tenía un diseño muy inspirado, limitándose a copiar el de los tópicos “platillos volantes”- . Se estimó entonces que la serie tendría que emitirse durante tres años sólo para recuperar la inversión realizada.



(Finaliza en la siguiente entrada)

1965- PERDIDOS EN EL ESPACIO (y 2)

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(Viene de la entrada anterior)

“Perdidos en el Espacio” se estrenó el 15 de septiembre de 1965, apoyada por unos anunciantes inquietos a los que se les prometió que atraería a una audiencia de tipo familiar. Y vaya si lo cumplieron.

En 1965, un rating de 20 era considerado un éxito. Para el sexto episodio, la serie ya tenía un 23, saltando a la lista de los Top Ten televisivos. El sistema de rating era bastante sencillo: un 20 significaba, literalmente, que el 20% de todos los televisores de América sintonizaban el programa en cuestión. Esto es, un quinto del país veía el show. No solamente el público se volcó con la serie, sino también la crítica, alabando especialmente los originales efectos especiales y el trabajo de Jonathan Harris como Dr.Smith.



El personaje de este último se había asentado ya a la altura del sexto episodio. Los planes para construir un villano de opereta se dejaron de lado con buen criterio. Tanto los guionistas como el actor se dieron cuenta de que el personaje no tendría futuro si se limitaba a tratar de matar a los Robinson semana tras semana. Así que empezaron a suavizar su naturaleza inicialmente perversa, deslizándolo cada vez más hacia la comedia bufonesca. El Dr.Smith estrenó pronto su famoso bombardeo de quejas y lamentaciones por un mundo que le maltrata (“¡El dolor, el dolor!”) y los improperios al por otra parte impasible Robot (“¡Estúpido simplón neandertaloide!”, “¡Bobo cabeza de burbuja!”). Pronto acuñaría su frase más famosa, “¡No tengáis miedo, Smith está aquí!”. Había nacido una leyenda de la pequeña pantalla.

No importaba que Smith saboteara las mochilas-cohete, entregara a Will a ladrones extraterrestres de cerebros para salvar su propio pellejo o usara hasta la última gota de agua potable de la nave para darse una ducha. Bastaba que se desmayara a la más mínima dificultad para compensar su malicia con un toque de humor bien recibido tanto por los productores de la cadena como por los
espectadores. Este sesgo hacia la comedia sería reproducido cada vez en mayor medida por el “Doctor Who” de la BBC –especialmente en su encarnación de Tom Baker. Se diría que si no fuera por el humor la audiencia familiar nunca se habría enamorado de la CF.

Así, aunque inicialmente, la serie se había estructurado de tal forma que todos los personajes pudiesen ir asumiendo protagonismo en diferentes episodios, las encuestas propiciaron que Smith acabara apoderándose del programa, ocupando el vértice de un extraño triángulo en el que él se comportaba como un niño malo, Will Robinson como un adulto cerebral y el Robot como un mayordomo resignado a obedecer a los estúpidos humanos.

El tono general de la serie, por supuesto, tendía a ser moralizante y conservador. La señora Robinson puede que fuera una competente bioquímica, pero sólo la vemos ocupada en tareas “hogareñas” como cocinar y hacer la colada. Especialmente los primeros episodios tendían a subrayar las virtudes de la unidad familiar y lanzar mensajes morales sobre los prejuicios, el comportamiento social, la lealtad, la responsabilidad…y la educación: ¡en uno de los capítulos incluso se regaña a Will por poner los
codos encima de la mesa!

El presidente de la CBS, William S.Paley, se sentía avergonzado por la serie. Era un programa estúpido que no merecía compartir la parrilla con otros espacios de la misma cadena. Dio instrucciones para cancelarlo en cuanto las cifras de audiencia dieran signos de debilitarse. Vamos, el típico grito de guerra de los ejecutivos de las cadenas.

Y, sin embargo, para su asombro, esas cifras se mantuvieron en lo más alto.

Paley, incapaz de entender las razones del éxito de “Perdidos en el Espacio”, llegó a pagar a un psicólogo para que analizara qué era lo que estaba “mal” en el público norteamericano. Los protagonistas fueron portada de TV Guide en repetidas ocasiones; el Robot recibía incontables cartas de los fans; el Dr.Smith recibía aún más. Cuando las
imágenes en directo del amerizaje de la cápsula Géminis VIII de la NASA interrumpieron un episodio de la serie, la CBS se vio inundada de llamadas telefónicas exigiendo que completaran la emisión de su serie favorita.

Una de las cosas que más cautivaba a los espectadores más jóvenes era ver a niños como ellos inmersos en aventuras emocionantes, el mismo planteamiento que hizo de Harry Potter un bombazo editorial. Will, un niño al fin y al cabo, recibía la confianza de sus padres para conducir transportes y utilizar pistolas láser; Penny salvaba a sus padres haciéndose pasar por miembro de la realeza en misión diplomática… La fórmula era sencilla: dar a los niños unos héroes de su misma edad con los que pudieran identificarse fácilmente.

Y eso, como era de esperar, lo interpretaron los ejecutivos de forma errónea: la realidad debía dejar aún más espacio a la fantasía desbordada y al tono primordialmente infantil. Como el Doctor Who y sus atractivas ayudantes, el profesor Robinson y su esposa jamás se besaban, limitándose a cruzar miradas afectuosas y tocarse en
los brazos, temerosos de avergonzar a sus espectadores más jóvenes. El episodio “Seguid al Líder”, en el que Will está a punto de ser arrojado al vacío por su poseído padre, provocó que los guionistas recibieran un aviso de la cadena respecto al uso de la violencia en episodios venideros.

Nada de todo eso importaba, porque los espectadores se fijaban en otras cosas. Cuanto más sobreactuaba el Dr.Smith, más les gustaba. Incluso el Robot acuñó su propia frase: “¡Peligro, Peligro!”. Al final de la primera temporada, la trinidad Smith-Will-Robot pasó a ocupar el indiscutible centro de la serie. Todos aquellos aspectos relacionados con la ciencia del viaje espacial habían ido dejando paso progresiva pero implacablemente a la aventura infantil, los monstruos y la fantasía ligera.
Incluso Penny se hizo con una mascota, un “bloop” bautizado Debbie –en realidad un mono con un casco peludo-.

Mientras que los defensores de la ciencia ficción dura clamaban al cielo, las cifras de audiencia seguían subiendo.Y es que al público medio lo que le gustan son las historias de aventuras y entretenimiento sin complicaciones. No quieren recibir lecciones de ciencia, sino desconectar sus cerebros y que les diviertan. Es la fórmula más simple, el camino directo a la apreciación de las masas.

Y así, en la segunda temporada, se cambió del blanco y negro al color y se acentuó aún más el tono fantástico y humorístico. ¿Hasta dónde se podía llegar por ese camino?

“Perdidos en el Espacio” no fue la única serie que adoptó este formato. De hecho, la televisión
americana se encontraba por entonces entrando en su etapa más “camp”. La absurda “Batman” se estrenó como serie rival de “Perdidos en el Espacio” en 1966, alcanzando un asombroso rating del 39%. Otros programas en la misma o semejante línea emitidos por aquellas mismas fechas fueron “Los Vengadores”, “El Superagente 86”, “El Agente de CIPOL”, “Jim West”, “Mr.Terrific”… Incluso las películas de James Bond de mediados de los sesenta bebieron algo de aquella moda, una moda que sin duda emanaba de los gustos de los espectadores de “Perdidos en el Espacio”.

El éxito cosechado por la primera temporada de “Perdidos en el Espacio” propició el estreno de “Star Trek” en septiembre de 1966. Para competir con ésta, “Batman” y el resto de programas televisivos que fusionaban la aventura con la fantasía y la ciencia ficción, los Robinson se encontraron sumidos en situaciones cada vez más cómicas, por no decir absurdas. Irwin Allen había decidido que eso era lo que el público quería y estaba dispuesto a llegar hasta el final. Por el momento, funcionó: “Perdidos en el Espacio” recuperó los índices de audiencia y acabaría sobreviviendo al hombre murciélago televisivo. Y, aunque nos duela, el histriónico Smith siempre tuvo más aceptación en su momento que el estoico Spock.

Los Robinson se habían pasado la primera temporada explorando un solo planeta mientras efectuaban reparaciones en su nave. La segunda se abrió con el Júpiter 2 despegando de un
mundo que se desintegraba, aunque no tardaron en llegar a otro planeta diferente. El tercer año vio a los protagonistas moviéndose de un lado a otro sin permanecer en un sitio concreto. Lo cierto es que la siempre cordial familia Robinson nunca pareció demasiado preocupada por su difícil situación de náufragos espaciales. Todo lo contrario, parecían disfrutar de unas largas vacaciones intergalácticas que incluían visitas a extraños planetas poblados por aún más extrañas criaturas: piratas, elfos, pistoleros, caballeros medievales, magos, vikingos espaciales e incluso zanahorias gigantes. Y, claro, para no desentonar en semejante desfile, el Dr.Smith forzó todavía más los rasgos más histriónicos e ineptos de su personalidad.

Con todo, de vez en cuando, había episodios que conseguían sobresalir por encima de la mediocridad para desarrollar alguna buena idea. Por ejemplo, el titulado “Visita a un Planeta Hostil”, en el que los Robinson logran regresar a la Tierra, pero la del año 1947, cuya población los recibe con miedo y violencia.

Entretanto, la primera temporada fue nominada a los Premios Emmy en la categoría de efectos especiales y maquillaje, mientras que la excelente banda sonora, a cargo de un joven John Williams, fue ignorada. Con todo, al final de la segunda temporada, “Perdidos en el Espacio” ya no se encontraba ni siquiera en el Top 20 de la parrilla televisiva. La demografía de los espectadores se revelaba ahora como “demasiado joven”: había quedado reducida a niños, y los niños no compran suficientes productos. Entretanto, los críticos y los espectadores adultos se habían ido cansando de las exageradas pataletas del Dr.Smith y el interminable desfile de monstruos estrafalarios.

En este sentido, otro rasgo que confirma la poca consideración que Allen sentía hacia los
espectadores más adultos eran los alienígenas que mostraba no sólo en “Perdidos en el Espacio”, sino en sus otras series televisivas. Otros programas de la época se habían tomado la molestia de diseñar criaturas más complejas. Cuando un alienígena de aspecto grotesco aparecía en algún episodio de “Dimensión Desconocida” (1959-1964) o “Rumbo a lo Desconocido” (1963-1965), los guionistas le dotaban frecuentemente de cierta profundidad, presentándolo con cierta empatía y otorgándole el papel de amigo o salvador benevolente en relación al protagonista humano, ignorante y violento. Otro clásico de la ciencia ficción televisiva, “Star Trek” (1966-1969) cuenta también con buenos ejemplos de alienígenas con aspecto desagradable pero cuyo comportamiento, violento o no, obedecía a unas razones perfectamente lógicas y comprensibles. Irwin Allen, en cambio, no se molestaba en suscitar empatía alguna con esos seres. Los extraterrestres estaban allí para atormentar a los héroes y no había que entenderlos, solo aniquilarlos. Eran simplemente algo que servía para aumentar las cifras de audiencia.

Sin embargo, como he comentado, la popularidad de la serie iba en descenso. Era necesario dar algún giro. Allen y sus guionistas decidieron regresar a las raíces del viaje espacial. Plagiando el formato de “Star Trek”, hicieron que los Robinson visitaran un planeta nuevo cada semana en su camino de vuelta a casa. Se rodó metraje adicional del Júpiter II, se encargó más música a John Williams y se añadió una nueva cápsula espacial a los vehículos regulares de la serie. Además, en lugar de incidir una y otra vez en el trío Smith/Robot/Will se fue poniendo cada semana el foco sobre un personaje diferente. Fue entonces cuando se pudo ver quizá el mejor episodio de toda la serie, “El Hombre de Anti-Materia”, en el que el profesor Robinson tenía que enfrentarse a su doble.

Pero el elemento fantástico (o fantásticamente estúpido) no había desaparecido del todo. El
episodio “La Rebelión de las Verduras Gigantes” marcó el punto más bajo de la serie. En él, los Robinson se peleaban con zanahorias, guisantes y lechugas humanoides convertidos en ecologistas militantes. Durante todo su rodaje, Guy Williams (John Robinson) y June Lockhart (Maureen Robinson) no pudieron parar de reír, enfureciendo tanto a Allen que los retiró de los siguientes dos capítulos como castigo.

Como ya había hecho con “Viaje al Fondo del Mar”, Allen introdujo en “Perdidos en el Espacio” modas y temas del momento, tratando de dar a la audiencia lo que, según él, pedía. Ya hablamos anteriormente de cómo se fijó en las historias de náufragos y la carrera espacial. Aunque la serie siempre estuvo centrada en la aventura y la acción, introdujo el elemento del espionaje mediante el personaje de Smith. Uniéndose a la larga serie de alienígenas hubo
algunos cuya morfología resultaba familiar para la audiencia gracias a otros programas. La serie “Los nuevos ricos” (1962-1971) disfrutaba de un gran éxito, así que Allen introdujo una variación “espacial” en el episodio “Los cosechadores espaciales” (1966). Cuando el movimiento hippie saltó a la palestra, el productor lo reflejó en “El Planeta Prometido” (1968), un capítulo embarazoso en el que Jonathan Harris baila y trata de ser “molón”.

CBS canceló la serie en 1968, al final de la tercera temporada y sin que los Robinson hubieran conseguido regresar a la Tierra. El coste por episodio había subido a 170.000 dólares, la audiencia registraba una clara tendencia a la baja y el Congreso había empezado a poner sus miras sobre la televisión con contenido supuestamente violento. A Allen se le dio una última oportunidad de convencer a la cadena de que la serie merecía una temporada más. ¿Cuál fue su gran idea? Una llama púrpura llamada Willoughby, que hablaría con acento inglés y se uniría a los Robinson como instructor. La CBS ya había tenido suficiente.

La otra serie estrella de Allen, “Viaje al Fondo del Mar”, también se canceló aquel año 1968,
después de haber seguido la misma trayectoria desde lo más o menos riguroso hasta lo declaradamente absurdo (de hecho, los disfraces de las criaturas de una serie solían reciclarse para la otra). Allen también produciría “El Túnel del Tiempo” (1966-67), sobre dos jóvenes científicos atrapados en una brecha temporal abierta por un experimento gubernamental; y “Tierra de Gigantes” (1968-70), sobre una nave que se estrella en un misterioso mundo donde todo tiene un tamaño colosal. En la década de los setenta, Allen se reinventaría como “Maestro del Desastre”, con filmes de esa temática como “La Aventura del Poseidón” (1972) o “El Coloso en Llamas” (1974).

“Perdidos en el Espacio” desapareció del mapa durante los siguientes quince años. Allen se negó a trasladar a los Robinson al formato cinematográfico y se limitó a tratar de utilizar al Robot como mayordomo para una posible sitcom, pero la idea no interesó a nadie. Hubo un intento de lanzar una serie de dibujos animados por parte de Hannah-Barbera pero sólo llegó a emitirse el piloto en 1973. “Star Trek” ganó la guerra de las cadenas sindicadas, aunque tras el estreno de “Star Wars” en 1977, con todas las televisiones ansiosas por echar el guante a cualquier cosa que fuera o pareciera ciencia ficción, “Perdidos en el Espacio” volvió a obtener cierto éxito en las reposiciones. WTCG (la cadena de Ted Turner) mantuvo al programa en el centro de su programación familiar durante cinco años. Aparecieron clubs de fans. Las cadenas por cable USA Network y Sci-Fi Channel también la repusieron con éxito en los ochenta y noventa. Comenzó a aparecer merchandising, especialmente réplicas del Robot…

Y, por fin, en 1998, se estrenó una película de imagen real con un reparto encabezado por
estrellas del momento como William Hurt, Gary Oldman o Mimi Rogers y con cameos de casi todo el reparto original. Comentaré en otra ocasión esta película; por el momento baste decir que se trató de un digno intento de superar las absurdas premisas de la serie televisiva recurriendo a un tono más oscuro y realista, introduciendo un mensaje de corte ecologista y envolviendo la producción con impactantes efectos especiales. Prueba del afecto que aún se le profesaba en Norteamérica a este particular universo de ficción es que “Perdidos en el Espacio”, a pesar de las críticas que le llovieron por parte de los fans más ortodoxos, fue la película que desbancó al “Titanic” de James Cameron del número uno de recaudación tras su reinado de cuatro meses.

Pero siempre, en cualquiera de sus encarnaciones y como sucedía en la más moderna “A través del Tiempo” (1989-1993), la fusión de ciencia y fantasía se mantenía unida gracias a un arquetipo narrativo mucho más antiguo: la de los individuos perdidos que tratan de llegar a casa. Homero la había utilizado en “La Odisea”, Johann Wyss en “Los Robinsones Suizos”, Julio Verne en “Dos Años de Vacaciones” y, más recientemente, J.J.Abrams en “Perdidos”.

La Ciencia Ficción siempre camina por un estrecho desfiladero que discurre entre lo absurdo y lo sublime. Desde cierto punto de vista, trabajos tan provocativos como “Dune”, “Un Mundo Feliz” o “La Máquina del Tiempo” pueden interpretarse como estúpidos o infantiles. Y, sin embargo, otros que merecerían más esa calificación, como “Star Wars”, “Flash Gordon” o “Battlestar Galáctica” han demostrado ser auténticos creadores de mitos modernos.

Esa es la eterna disyuntiva de la ciencia ficción. “Perdidos en el Espacio” forcejeó con ella durante tres años, aunque, considerando el perdurable atractivo de su comedia del absurdo, quizá no lo hizo tan mal después de todo. Al fin y al cabo, sin las producciones de Irwin Allen, el género se podría haber sumergido en una relativa oscuridad dominada por series más cerebrales al estilo de “Star Trek”, atractivas para una audiencia tan fiel como marginal.

Es necesario también tener en cuenta que “Perdidos en el Espacio” no podía escapar fácilmente del clima televisivo predominante en la época, clima con el que el público parecía disfrutar, ya fuera en la forma de las producciones de Irwin Allen, en los programas de variedades como “El Show de Dean Martin” (1965-1974) o fantasías sobrenaturales como “Embrujada” (1964-1972). Incluso series policiacas o westerns supuestamente realistas, como “Mannix” (1967-1975), “La Ley del Revolver” (1955-1975) o “Bonanza” (1959-1973) no escaparon a la moda fantástico-cómica en boga.

Muchos aficionados aún prefieren la primera temporada de “Perdidos en el Espacio”, y
ciertamente es mucho mejor que las siguientes, pero en ningún momento se puede decir que productor y guionistas sintieran mucho respeto por las leyes de la ciencia, el tiempo y el espacio tal y como las conocemos. Ni siquiera en el primer episodio, en el que vemos a John Robinson sobrevivir a un vuelo de entrada la atmósfera de un planeta vistiendo únicamente un finísimo traje espacial sin presurizar. A Irwin Allen se le puede acusar de haberse plegado a los gustos de los espectadores menos exigentes, de violar flagrantemente las leyes físicas o de favorecer la acción sobre el desarrollo de personajes. Pero desde luego, no de que sus series fueran aburridas.


1969- UBIK – Philip K.Dick

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Aunque “El Hombre en el Castillo” sea probablemente la mejor novela de Philip K. Dick y la única que ganó un Premio Hugo, “Ubik” está considerada por muchos como una obra maestra. Otros, en cambio, lo califican como un trabajo magnífico aunque imperfecto; y otros, en fin, como un fracaso no exento de mérito.

Tal disparidad de opiniones es comprensible. “Ubik” tuvo forzosamente que sorprender al lector medio de ciencia ficción de los años sesenta. De hecho, es posible que muchos ni siquiera la identificaran como una novela de ese género. Ni exhibe el positivismo de los autores de los años cincuenta, ni invoca un sentido de lo maravilloso, ni tampoco da valor a la ciencia o la tecnología. De hecho, ni siquiera presenta un mundo en el que los problemas puedan ser claramente identificados ni mucho menos resueltos.



El argumento de “Ubik” se desarrolla en un futuro, el de 1992 (por entonces aún quedaba dos décadas para llegar allí) en el que existen dos peculiaridades fundamentales. En primer lugar, existen individuos con talentos “psi”, básicamente telépatas y precognitivos, que han sido rutinaria y reconocidamente integrados en el sistema capitalista como espías industriales a sueldo de las grandes corporaciones y cuya misión suele consistir en infiltrarse en la competencia para descubrir sus secretos. Sin embargo, existe también otro grupo de “individuos psi” con el poder de neutralizar las capacidades de los primeros y que reciben el nombre de “inerciales”. Glen Runciter dirige la más importante “organización de previsión”, un tipo de empresa cuya actividad radica en alquilar personal inercial a aquellas compañías que sospechan que han sido infiltradas.

Como segundo rasgo característico del marco general de la historia (y tomado del cuento del propio Dick “Lo que dicen los muertos” -1964-), la gente fallecida es conservada en instituciones llamadas “Moratorios” en un estado de hibernación criogénica conocido como “semi-vida”. Con la tecnología precisa, se pueden leer sus débiles ondas cerebrales y los vivos pueden comunicarse con ellos en tanto en cuanto pueda prolongarse ese estado que, indefectiblemente y como si fueran unas pilas ya medio vacías, va apagándose progresivamente hasta que sobreviene la muerte completa. Mientras tanto, no obstante, se puede decir que los muertos no están totalmente muertos.

Cuando Dick escribió la novela, ni la hibernación ni los individuos con poderes mentales eran conceptos nuevos en la ciencia ficción. Pero a partir de estas premisas rápidamente establecidas nada más comenzar la novela, la historia toma una dirección sorprendente. Los operativos de Runciter han descubierto que los principales agentes psi de su competidor, Hollis, han desaparecido y éste sospecha que han sido contratados en bloque para una misión de máxima importancia. Justo entonces recibe un jugoso encargo de negocios en la Luna que promete revelarle el secreto, pero cuando acude allí con la plana mayor de su equipo de inerciales se produce un atentado y muere. Sus empleados le llevan a un Moratorio y le colocan en semivida. Mientras tanto, el segundo al mando y supuesto heredero de la empresa, Joe Chip, empieza a investigar quién puede estar tras el crimen.

Los inerciales que acompañaron a Runciter a la Luna pronto empiezan a experimentar
extraños fenómenos que apuntan a que su mundo está involucionando, cayendo en una especie de reversión del flujo temporal que produce una extraña decrepitud en los objetos cotidianos: el café y los cigarrillos recién comprados parecen tener décadas de antigüedad, algunos de los inerciales envejecen y mueren a velocidad imposible, la tecnología retrocede a niveles de la década de los 30 del siglo XX (por ejemplo, la televisión se convierte en radio de válvulas) y, aún más desconcertante, la efigie de Runciter empieza a aparecer en las monedas y billetes….

Chip y sus compañeros tratan de avanzar en la investigación y evitar que la entropía que se apodera de todo disuelva el mundo y a ellos mismos, hasta que descubren –para su sorpresa y la del lector- que la situación podría ser la inversa a la que habían creído inicialmente: ellos fueron quienes murieron en el atentado y es Runciter, único superviviente, quien los colocó en “semivida” y ahora trata de comunicarse con ellos dejando enigmáticos mensajes en los más diversos lugares de ese mundo virtual compartido. La entropía que parece engullir a todos ellos y el mundo que les rodea solo puede combatirse con un misterioso producto, el “Ubik”, que se vende en forma de aerosol y cuya aplicación devuelve el vigor y la energía; su carencia, en cambio, lleva al agotamiento y la muerte.

Así, lo que empezó siendo una novela de carácter policíaco en la que se trataba de encontrar a un asesino, pasa a ser una reflexión filosófica en la que se cuestiona la naturaleza de la realidad y en la que la solución a los enigmas planteados (¿Quién estuvo tras el asesinato? ¿Hubo siquiera tal asesinato? ¿Quién traicionó al resto? ¿Qué clase de mundo es el que están habitando Chip y sus empleados? ¿Y por qué está involucionando?) pasa por saber quién de todos los personajes son los que están verdaderamente muertos.

Pero el caso es que el autor no llega realmente a ofrecer una explicación clara y definitiva sobre todo ello, por lo que la interpretación final del misterio dependerá de qué realidad decida el lector que tiene más sentido, la de Glen Runciter o la de la Joe Chip. ¿Ha estado viviendo –o semiviviendo- Joe Chip en una pseudorealidad esencialmente controlada por Runciter? ¿O ha sido este último quien ha vivido –o semivivido- en una pseudorealidad creada por Joe? ¿O ambos han estado viviendo –o semiviviendo- en la protectora semivida de la mujer de Runciter, Ella, y un malicioso adolescente también muerto llamado Jory? Todas las posibilidades tienen sentido… y al mismo tiempo ninguna de ellas explica satisfactoriamente los acontecimientos que han ido sucediéndose en la trama.

Por si todo esto no fuera suficientemente complejo, añádase a este baile de realidades la
presencia en la historia de una misteriosa joven, Pat Conley, quien podría haber sido infiltrada por Hollis en la organización de Runciter. Pat tiene el extraordinario y único talento de reorganizar el presente retrocediendo al pasado y eligiendo desde allí uno de los posibles futuros alternativos. En el curso de la trama hace uso de esa habilidad en al menos dos ocasiones, y no hay forma de saber si también ella es la responsable de otros de los cambios que tienen lugar. Además, toda la novela está trufada de elementos absurdos e incongruentes que sólo tendrían sentido dentro de la extraña lógica que preside los sueños. Los personajes visten de forma estrafalaria cosas como “toga de tweed, mocasines, faja escarlata y gorrita púrpura rematada por una hélice” y reaccionan a las cosas de forma incomprensible. Cuando quien parece ser el rico empresario que ha contratado a los inerciales de Runciter empieza a levitar hacia el techo, la reacción de éste es tan serena que se diría descabellada: “Ya sé lo que es: es una bomba humanoide autodestructora - dijo Runciter a Joe -. Ayúdeme a sacarles a todos de aquí. La han puesto en "auto”, por eso ha subido hasta el techo”.

Imagino que a estas alturas habrá quedado clara la compleja relación que Dick mantenía con sus lectores y el por qué es un autor tan adorado por unos y detestado por otros. No todas sus novelas fueron tan oscuras y complejas, pero desde luego “Ubik” no ofrece una narración fácilmente resumible ni interpretable. Como suele suceder en sus relatos, el argumento es menos interesante que los personajes, los temas y la peculiar forma de desarrollarlos.

Tomemos por ejemplo la muerte. Casi todos los protagonistas están “muertos” durante la mayor parte de la novela y su existencia post-mortem no es sino un viaje hacia la decadencia y un estado, la verdadera muerte, aún más definitivo que la semivida en la que han sido colocados. De acuerdo con la extraña manera que Dick tenía de integrar sus obsesiones en las novelas que escribía, “morir” equivale en “Ubik” a “consumirse” en un lento proceso. Joe Chip, el protagonista principal, dice algo al respecto: “El metabolismo es un proceso de combustión, un horno en actividad. Cuando deja de funcionar, se acaba la vida. La gente yerra por completo cuando se imagina el infierno: el infierno es un lugar frío; todo lo que hay en él es frío. El cuerpo significa peso y calor; ahora, el peso es para mí una fuerza a la que sucumbo, y el calor algo que me abandona. Y que, a menos que yo renazca, no volverá nunca a mí. Este es el destino de todo el universo, así que por lo menos no estaré solo.” Esto no es sino el concepto de Entropía, la ley termodinámica que describe el proceso irreversible que llevará a la muerte térmica del Universo.

Pero en “Ubik”, la entropía, el consumo de la energía del universo se pone en equivalencia con el consumo capitalista. Y si la entropía es el consumo, Ubik es su solución: una especie de rehabilitador universal de la realidad, un principio de estabilidad y permanencia. Y puesto que
la publicidad forma parte esencial del mundo capitalista, cada capítulo se abre con un anuncio diferente en el que el Ubik se presenta como un producto comercial ordinario en múltiples versiones, desde un café hasta un crédito bancario, de una hoja de afeitar a un pan de molde, de un sujetador a un somnífero (“Tomado según las instrucciones, Ubik le depara un sueño ininterrumpido y un despertar libre de molestias. Con Ubik, usted se levantará fresco como una rosa y dispuesto a enfrentarse a esos pequeños problemas que le preocupan. No exceder la dosis recomendada”).

En resumen, para evitar la entropía=muerte=no consumo, es necesario comprar=consumir=Ubik . No es casualidad que “Ubik” sea un apócope de ubicuo, omnipresente. ¿Acaso hay algo más omnipresente en nuestro mundo que la publicidad y la oferta de productos de consumo?

Pero eso no es todo. Ubik es mucho más. En “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” (1968) la figura del salvador adoptaba la forma de un hombre artificial. En “Ubik”, el autor da un paso más allá: el liberador es un producto. Cristo en la forma de un aerosol. Porque el tono satírico de los anuncios de Ubik contrasta con la revelación final de su ¿verdadera? naturaleza: “Yo soy Ubik. Antes de que el universo existiera, yo existía. Yo hice los soles y los mundos. Yo creé las vidas y los espacios en los que habitan. Yo las cambio de lugar a mi antojo. Van donde yo dispongo y hacen lo que yo les ordeno. Yo soy el verbo, y mi nombre no puede ser pronunciado. Es el nombre que nadie conoce. Me llaman Ubik, pero Ubik no es mi nombre. Yo Soy. Yo Seré siempre”.

Hay otro aspecto de la novela que Dick utiliza como sátira del capitalismo y el consumismo:
todo, incluyendo la apertura de las puertas del propio apartamento o calentar algo en el horno de casa, funciona mediante la inserción de monedas. Resulta significativo que los obsesivos problemas económicos de Joe Chip –nunca dispone de suficiente calderilla- persistan independientemente del nivel de realidad en el que se encuentre, vivo o semivivo, en el futuro real o en el pasado entrópico virtual.

Los creadores de realidad son otro de los temas obsesivos de Dick. En el caso de “Ubik” es un malvado niño en semivida, Jory, que se infiltra en las mentes hibernadas de otros “muertos” del Moratorio para construir en ellas un “sueño compartido” a través del cual absorberles las energías y provocando de paso la decadencia entrópica que mencionábamos anteriormente. En parte, este concepto bebe del interés de Dick por la leyenda india “El Sueño del Brahmin”, un individuo que construye en sus sueños una realidad alternativa a su gusto y conveniencia, pero que se esfuma en cuanto despierta. Estos temas (los múltiples niveles de realidad, el mundo interior y la naturaleza de la divinidad) se desarrollan una y otra vez en varias novelas de Dick de finales de los sesenta, entre las que también se puede destacar la aún más compleja “Los Tres Estigmas de Palmer Eldricht” (1965).

La Ciencia Ficción siempre ha tenido que enfrentarse al desafío de representar la realidad física cotidiana del futuro, como lo demuestra el cliché que dice que las obras del género tienden a envejecer rápidamente debido a lo caduco que acaba resultando el mundo que plantean para el lector de veinte o treinta años después. Aunque tal afirmación también puede aplicarse en cierta medida al western o al género histórico, en el caso de la ciencia ficción este parece ser un tema más espinoso, ya que los diseñadores de producción y departamentos de vestuario del ámbito cinematográfico se enfrentan con el problema de imaginar un futuro que, unas décadas más tarde, puede resultar ridículo.

Esa ansiedad permea tanto la ciencia ficción visual como literaria. En “Ubik”, los personajes están atrapados en un entorno virtual en el que los objetos revierten a modelos más antiguos de sí mimos: un avión a reacción se convierte en un biplano a hélice, un coche futurista en un Ford T, los modernos elevadores en cajones metálicos con ascensorista… Dick hace mención explícita a la Teoría de las Ideas de Platón: “Todo aquello venía quizá a confirmar, de algún modo extraño, una vieja filosofía abandonada, la de los objetos ideales de Platón, los universales que tenían una existencia real para cada clase. La forma televisor era un modelo impuesto como sucesor de otros modelos, como la sucesión de los fotogramas de una secuencia filmada.

“Las formas primitivas deben de llevar una vida residual, invisible, en cada objeto”, meditó Joe.
“El pasado está latente, sumergido, pero sigue ahí y puede aflorar a la superficie tan pronto desaparezcan, por cualquier desafortunado motivo y contra lo que nos enseña la experiencia diaria, las características del objeto último, más tardío. El hombre no contiene al muchacho, sino a los hombres que le precedieron. La historia empezó hace mucho.”

A través de esta novela, Dick contesta en cierta forma a esos críticos que acusan a la ciencia ficción de ser un género abocado a la caducidad: en la historia tanto el lector como los protagonistas experimentan anacronismos en la forma de las mencionadas reversiones tecnológicas, pero aquéllos no importan en tanto en cuanto el escritor sea capaz de construir un mundo consistente –al tiempo que original- en el que situar coherentemente todos esos elementos. Y que el lector sea capaz, por su parte, de prescindir de lo accesorio –el aspecto de los objetos, el funcionamiento de la tecnología…- y concentrarse en lo esencial, en la idea subyacente.

El mundo conceptual y la importancia que para Dick tenía el “mundo interior” frente a los temas tecnológicos tradicionales en la ciencia ficción, ha hecho que muchos críticos le integren en la llamada “Nueva Ola” que surgió a partir de 1964 en Gran Bretaña y en virtud de la cual se exaltaba la calidad y complejidad literaria frente a las narraciones de tipo más lineal que habían sido la norma en el género hasta el momento.

Ciertamente, hay notables paralelos entre la literatura de Dick en este periodo y el vanguardista experimento inglés. El escritor americano desarrolló sus propias estrategias narrativas para plasmar la mareante experiencia de una realidad inestable de forma aún más subjetiva de lo que lo solían hacer los escritores adscritos a aquel movimiento. Como J.G.Ballard, Dick defendía la esquizofrenia como herramienta para liberarse de la opresión de una realidad consensuada, que en el caso de “Ubik” viene marcada por el fetichismo de la sociedad de consumo. La propia incoherencia que exhibe la narración y la ausencia de un final cerrado y claro, agudiza la sensación de fragilidad de cualquier noción de realidad.

Así, la acción de la novela se divide en dos partes. La primera comprende los acontecimientos
que llevan a Runciter y sus inerciales a la Luna. Tras el atentado, el relato se hace progresivamente más difícil de seguir, ya que la solidez de cada pasaje tiende resquebrajarse por la insinuación de que esa realidad está siendo constantemente manipulada.

Por supuesto, en una novela en la que se confunden y deconstruyen tantas dualidades, puede que no resulte adecuado asumir que la historia consta de dos partes claramente diferenciadas. Aunque la vida y la muerte han quedado diluidas por el concepto de la semivida, y el pasado y el presente por el sorprendente talento psiónico del personaje de Pat, la narración está organizada en base a una serie de dualismos. Los talentos psiónicos se dividen en positivos e inerciales; el mundo corporativo se sintetiza en la lucha encarnizada entre las empresas dirigidas por Hollis y Runciter; y la de de este último se ha construido gracias al trabajo de dos personas, el propio Runciter y su esposa Ella, fallecida tiempo atrás pero aún activa desde su semivida… cada uno de esos binomios, sin embargo, va deshaciéndose de uno u otro modo conforme la historia avanza

Así son las novelas de Dick. Complejas y repletas de ideas extrañas y seductoras mezcladas de una forma surrealista. Y por eso son tan difíciles de analizar y recomendar. ¿Son obra de un genio o, por el contrario, de un escritor mediocre con la mente trastornada? En el caso de “Ubik” entra dentro de lo posible que las incoherencias en que incurre la trama y que tienen el efecto de dejar abiertas todas las posibilidades, obedezcan no tanto a la brillantez literaria como al desorden y chapucería resolutiva presentes en bastantes de los trabajos de Dick y reconocidos incluso por sus más firmes defensores.

Y, sin embargo, en una maravillosa ironía, el principio fundamental que sustenta a “Ubik” habría quedado desleído o incluso traicionado por la inclusión de la consistencia y la lógica. En una novela que subraya la multiplicidad de las realidades, la descripción de situaciones que pudieran reconciliarse con una visión única de la verdad habría sido un error. Después de todo, quizá las contradicciones en las que incurre el libro fueran intencionadas. Sólo alguien con una clara compresión de su propia inestabilidad mental –Dick sufría de severos problemas psíquicos exacerbados por las drogas- podría haberse internado con éxito en temas y conceptos tan resbaladizos como los presentes en “Ubik”. Dick es todo lo cerca que uno puede aproximarse al mundo de los paranoicos esquizofrénicos sin llegar demasiado lejos.

Dick fue el primer escritor de ciencia ficción en jugar con la mente de sus lectores y hacerles
dudar y reflexionar sobre la naturaleza de sus percepciones y, por consiguiente, de la realidad. Esa es la razón de que sus libros nunca hayan quedado obsoletos. Pueden volverse a leer años después de la primera vez y encontrar nuevos detalles que guíen hacia rincones del relato que antes pasaron desapercibidos.

La paranoica visión de Dick acerca del mundo de las corporaciones y el consumismo se funden en “Ubik” con sus obsesiones por la incapacidad de distinguir lo real de lo ilusorio, la divinidad y la muerte para socavar el sentido de la realidad del lector y ofrecerle una experiencia tan surrealista como plena de misterio. Una novela sorprendente que demuestra lo flexible e iconoclasta que puede llegar a ser la ciencia ficción y que desafía al lector capítulo a capítulo.


1955- TARANTULA – Jack Arnold

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El éxito cosechado por Warner Bros con “La Humanidad en Peligro” (1955) no podía pasar inadvertido para el resto de compañías, y dieciocho meses después Universal presentaba su propia versión de película con criatura gigante: “Tarántula”, eligiendo con mayor acierto un animalito por el que la gente siente una mayor repulsión instintiva que por las hormigas.

En el desierto que rodea Desert Rock, una pequeña ciudad de Arizona, la policía descubre el cuerpo deformado del científico Eric Jacobs. El médico local, Matthew Hastings (John Agar), se halla perplejo por lo que parece ser la causa de la muerte: un caso extremo de acromegalia, un crecimiento descontrolado de los huesos. Hastings se pregunta cómo es posible que esa enfermedad, que habitualmente es de muy lenta evolución, se desarrollara en la víctima hasta un grado tan acusado en solo cuestión de días. El socio de Jacobs, el hermético doctor Deemer (Leo G.Carroll), afirma que todo es lo que parece y se opone a seguir investigando mediante una autopsia.



Hastings conoce entonces a la recién llegada Stephanie Clayton (Mara Corday), la nueva ayudante de laboratorio del doctor Deemer Ambos, Hastings y Clayton, descubren que el científico está tratando de sintetizar un compuesto que permite crecer a los animales muy rápidamente y a tamaños descomunales con el fin de presentar una solución a la escasez de alimento que se prevee como consecuencia de la superpoblación. Deemer acaba sufriendo las consecuencias de su propio invento: la misma acromegalia que mató a su colega Jacobs.

Mientras tanto, una tarántula que había sido inyectada con la fórmula, escapa del laboratorio y empieza a crecer descontroladamente hasta alcanzar unas dimensiones colosales. La inmensidad del desierto la hace pasar desapercibida por un tiempo hasta que, empujada por el hambre, comienza a atacar ganado y personas.

“Tarántula” fue uno de los films clásicos de ciencia ficción estrenados en la década de los
cincuenta por el director Jack Arnold, quizá el mejor realizador del género de aquella época. Debutó en el mismo con “Llegó del más allá” (1953) y firmó otros clásicos como “La Mujer y el Monstruo” (1954), “La Venganza del Hombre Monstruo” (1955), “El Increíble Hombre Menguante” (1957, donde también aparecía una araña) y las más prescindibles “Monster on the Campus” (1958) y “The Space Children” (1958). En varias de ellas, incluida la que nos ocupa, formó equipo con el productor William Alland, que había sido actor en la compañía teatral de Orson Welles (encarnó al periodista que buscaba a “Rosebud” en “Ciudadano Kane”) pero que en los cincuenta había abandonado la interpretación para centrarse en la producción.

Para “Tarántula”, Arnold recuperó la idea con la que ya había trabajado meses atrás en un episodio de la serie televisiva “Science Fiction Theater”, “No Food For Thought”. Los guionistas Robert Fresco y Martin Berkeley repitieron la misma estructura que había triunfado en “La Humanidad en Peligro”: plantear un comienzo que bebe claramente del cine policíaco y en el que se trata de averiguar el misterio tras el hallazgo de un cadáver; la resolución del misterio desemboca en el subargumento del monstruo y su destrucción, con predominio de la acción y el terror.

Pero igual que se pueden hallar similitudes entre “Tarántula” y la cinta que la inspiró, “La Humanidad en Peligro”, también puede subrayarse una importante diferencia, tan importante de hecho que la destaca por encima de la inmensa mayoría de imitadoras de ese periodo. Y es que “Tarántula” no se resigna a utilizar el comodín de la radiación para explicar el origen de las aberrantes mutaciones. En su lugar, recurrió a los estereotipos del “científico loco” de los años treinta y cuarenta. Deemer no está exactamente loco ni alberga ansias de poder. Al contrario, sus intenciones son altruistas, pero sí es huraño, introvertido, obsesivo y tendente al secretismo. Además, experimenta con cosas que no entiende del todo bien y sobre cuyas consecuencias no ha reflexionado suficientemente. Todo ello acaba provocando su desgracia y la de otros inocentes. La moraleja –muy propia de este tipo de películas de serie B- era clara: tratar de manipular la Naturaleza acarrea graves consecuencias.

(Permítaseme una pequeña digresión referente al objetivo del experimento del doctor Deemer: de acuerdo con sus angustiosas previsiones, el planeta pasaría de los 2.000 millones de seres humanos del año 1955, a los 3.600 millones en el año 2000, una cifra a la que sería imposible alimentar. Como suele ocurrir en la ciencia ficción, el futuro acabó siendo muy diferente al que se había anticipado. En el año 2000 el mundo contaba con 6.000 millones de personas)

Por otra parte, no hay aquí ninguna referencia a la Guerra Fría o al poder atómico. La araña gigante no es una personificación de la amenaza nuclear, sólo una aberración producto de la ceguera de los científicos y a la que sólo los militares pueden detener.

En este sentido, “Tarántula” constituye una suerte de divisoria entre dos épocas: por una parte, se adscribe claramente a las “monster movies” de los cincuenta protagonizadas por grandes bestias de anormal tamaño y gusto por la carne humana campando a sus anchas. Pero por otra, se aleja del típico escenario planteado por aquéllas, en las que los militares suelen ser torpes y responsables últimos de los experimentos atómicos mientras que los científicos son quienes salvan la situación gracias a sus conocimientos. Al contrario, en “Tarántula” se acusa a éstos de aventurarse en campos del conocimiento que deberían estar vedados, y los militares son los únicos capaces, gracias a su moderno armamento, de destruir la amenaza.

Teniendo en cuenta el gran número de películas de monstruos que se estrenaron en esos años,
“Tarántula” es razonablemente buena. Y en parte se debe a los magníficos efectos especiales, que la hicieron única en su momento. Y es que a excepción de unos pocos primeros planos realizados con un modelo mecánico, la araña era un animal auténtico. El especialista en fotografía Clifford Stine rodó una tarántula de verdad en una serie de decorados en miniatura, dirigiendo sus movimientos mediante chorros de aire. Estos planos se combinaron ópticamente con aquellos en los que aparecían los actores, consiguiendo un nivel de verosimilitud superior incluso a la animación stop-motion, algo inédito en una época muy anterior a los efectos digitales.

Gracias a esta técnica, el director consiguió momentos de gran fuerza visual, como cuando la araña aparece por primera vez, o cuando ataca a la casa del profesor Deemer. El arácnido era, con diferencia, mucho más terrorífico que las hormigas mecánicas de “La Humanidad en Peligro”. Para el incendiario final, el piloto (interpretado por un jovencísimo Clint Eastwood en su cuarta película) dispara cohetes de napalm contra la araña y la incinera. En esa escena se utilizó un modelo creado por Wah Chang, quien no tardaría en convertirse en una estrella de los efectos especiales cinematográficos y televisivos participando en títulos de la fama de “El Tiempo en sus manos”, “Star Trek” o “El Planeta de los Simios”.

Esa fuerza visual compensa la ocasional caída de ritmo –sobre todo en la parte central: la araña
tarda casi cincuenta minutos en hacer acto de presencia-, el insulso subargumento romántico y el precipitado y anticlimático final. Dejando aparte a Leo G.Carroll (un profesional muy sólido y de gran presencia en pantalla), el apartado interpretativo tampoco merece mayor atención. Mara Corday aporta su belleza pero poco más. Se supone que es una cualificada licenciada en biología y, de hecho, la vemos manipulando con pericia el instrumental. Pero a diferencia de la científica que aparecía en “La Humanidad en Peligro”, su personaje no juega aquí ningún papel relevante en la solución a la amenaza de la criatura. Por su parte, uno se pregunta la razón por la que John Agar siempre sonríe al decir sus líneas, se ajuste ello o no al tono de la escena. Es como si no pudiera meterse en el personaje y se encontrara incómodo como parte del reparto de una película de monstruos.

“Tarántula” es un film eficaz como entretenimiento, pero carece de la sutileza y poesía que adornaban otras películas del director, como “El Increíble Hombre Menguante”. Pero hay elementos comunes a todas ellas. Arnold solía contar sus historias desde la perspectiva de un hombre empequeñecido por un entorno que se ha convertido en algo extraño y peligroso para él. Y, ciertamente, el realizador consigue extraer un cierto lirismo descarnado del paisaje desértico, como ya había hecho en “Llegó del más allá”. Hay un sentimiento de alienación en la inmensidad del paisaje y su geología que tiene mucho en común con otras películas de CF de la época. Abundemos un poco más sobre esto.

La fascinación por el desierto fue una constante en las películas de ciencia ficción de los cincuenta. Por supuesto, hubo en ello razones puramente económicas: se trataba de un entorno situado a pocos kilómetros de Hollywood en el que resultaba fácil y barato rodar (no había que pagar extras, detener el tráfico, alquilar estudios…). Pero esa elección económica tuvo a su vez importantes implicaciones estéticas y conceptuales.

Como oposición a los mundos imaginarios creados en el controlado y artificial ambiente de un
estudio o los rodajes en entornos urbanos poblados de símbolos de nuestra civilización moderna, el desierto funcionó como territorio hostil en el que se ocultaban cosas que amenazaban con destruirnos. En un proceso inverso al de esas películas optimistas que reducían la infinitud e incertidumbre del cosmos a una idealizada vista tomada desde un vehículo intergaláctico, los films que nos muestran lo alienígena del mundo en el que vivimos convierten la imagen de un coche recorriendo la larga y estrecha franja de carretera que atraviesa el desierto en un viaje al vacío infinito y hostil. Cuando la tierra de la que procedemos nos amenaza, nos sentimos realmente perdidos en el “espacio”.

Lo que nos sugieren films como “Tarántula”, “Llegó del más allá” (1953), “La Mujer y el Monstruo” (1954), “The Beast with a Million Eyes” (1955), “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” (1956), “The Monolith Monsters” (1957), “The Space Children” (1958) o “El Hombre más Peligroso del Mundo” (1961) es que la Tierra no es parte de nosotros, ni siquiera nos reconoce como sus hijos. Estos films nos alejan de nuestras construcciones artificiales, las ciudades y los rascacielos que normalmente rompen la inquietante extensión del horizonte. Nuestra civilización y su aparato tecnológico quedan reducidos a una pequeña ciudad o un pueblo situado justo al borde de un abismo desértico. Al ver esas películas, con sus abundantes planos generales en los que las figuras humanas parecen moverse como insectos y su insistencia en mostrar un paisaje inabarcable, el espectador se ve obligado a adoptar una visión pesimista del progreso tecnológico como herramienta para controlar el destino del hombre.

En “Tarántula”, la araña está perfectamente integrada en el paisaje desértico. La casa aislada
donde trabaja el científico parece, desde la primera vez que se muestra en pantalla, condenada a la destrucción. Cuando John Agar y Mara Corday detienen su coche para descansar junto a una formación rocosa de formas irregulares que se recorta contra el inmenso cielo de mediodía, aquél dice con cierta incomodidad refiriéndose al paisaje: “Sereno, tranquilo, y aún así extrañamente malvado, como si estuviera escondiendo algún secreto al hombre”. Algo después añade: “No puedes terminar de conocer al desierto. Rocas que permanecen quietas durante mil años se mueven de repente. No se puede entender”

Una relación exhaustiva de las “monster movies” de la década ocuparía toda el espacio de esta entrada y no serviría más que para complacer a los obsesos del completismo puesto que la calidad general nunca pasó de lo mediocre. El boom llegó a su cénit en 1957 y el torrente de ejemplos de este subgénero continuó en 1958, en su mayoría ligeras variaciones sobre el mismo tema. La repetición de unos esquemas en exceso rígidos llevó a una pronta e inevitable decadencia. Se realizaron más películas de monstruos entre 1959 y 1962 que en el periodo 1951-1958, pero casi sin excepción eran productos de calidad tan baja como su presupuesto, dirigidos al mercado adolescente de autocines.

“Tarántula” fue, por tanto, una de las últimas “monster movies” clásicas en merecer la atención del aficionado de hoy, una película de la gama más alta de la serie B y de las pocas que, aun estando muy anclada en su tiempo, sigue aguantando razonablemente bien su visionado. Quienes sientan un pánico primigenio por las arañas seguirán pasándolo hoy tan mal como los espectadores de entonces.

1956- PLANETAS MORALES - Philip K.Dick

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El trabajo primerizo de Dick, en el que se incluyen novelas como “Lotería Solar” (1955) o esta que ahora comentamos (titulada originalmente “The Man Who Japed”, El Hombre que Bromeaba”, de una extensión relativamente breve), fue mucho más directo en su estructura narrativa y trabajo de caracterización que las complejas exploraciones sobre la naturaleza de la realidad que constituirían el núcleo de su obra años más tarde.



En el año 2114, la humanidad apenas ha conseguido sobrevivir a una guerra nuclear, acontecida en la década de los 70 del siglo XX y que arrasó buena parte del planeta. El mundo está ahora gobernado por un régimen totalitario modelado al estilo de la China comunista de los cincuenta del pasado siglo. Han desaparecido el hambre y la guerra. La paz y la prosperidad son ahora la norma… pero, como de costumbre, hay que pagar un precio, en este caso la Libertad. Porque como todo gobierno totalitario que se precie, éste se apoya, justifica e impone una ideología: la Recuperación Moral (MoRec), una especie de neocalvinismo instituido por un antiguo líder, el Alcalde Streiter, y que consiste básicamente en el rechazo a la vieja moralidad liberal del siglo XX que llevó en último término al desastre nuclear, así como a la adopción de un pensamiento y comportamiento estrictamente puritanos. Se ha prohibido el sexo extramatrimonial, claro, pero también la literatura clásica.

La población se encuentra concentrada en las zonas que han permanecido habitables. En las ciudades, la gente vive en minúsculas habitaciones multipropósito insertas en austeros bloques
de apartamentos. Robots insectoides miniaturizados de gran movilidad atraviesan muros y puertas para vigilar y grabar cualquier infracción moral que cometan los residentes. Semanalmente se celebran reuniones en cada edificio para discutir y castigar dichas infracciones. Lejos de la Tierra, sin embargo, las colonias establecidas en otros planetas se desarrollan con éxito, enviando preciosos recursos a la metrópoli.

En Newer York, Allen Purcell y su mujer Janet son los propietarios de una emergente agencia de publicidad, “Entretenimiento y Propaganda”, especializada en diseñar campañas promocionando los principios de MoRec para vendérselas a Telemedia, la compañía estatal que controla los medios de comunicación. Purcell y su mujer son ciudadanos respetables: él cree en su trabajo y confía verdaderamente en la bondad de los principios de Recuperación Moral. Pero un día, un importante miembro del gobierno, Sue Frost, le visita para hacerle una oferta que mejorará espectacularmente sus posibilidades profesionales: convertirse en presidente de Telemedia y, por tanto, en guardián de la ética pública; y unirse a la caza mundial del bromista loco que se dedica a socavar la imagen del gobierno, desecrando las estatuas de su líder fundador, el Alcalde Streiter.

Sin embargo, Purcell no tarda en encontrar pistas que le señalan a él como culpable… ¿Cómo
es ello posible? ¿Qué le ha llevado a crear folletos de propaganda oficial y, simultáneamente, denigrar los símbolos del régimen? Nadie lo ha averiguado todavía, pero si sale a la luz, lo perderá todo: su negocio, su apartamento y todo aquello por lo que ha trabajado tan duramente. Sabe que cualquier escándalo salpicará también a su mujer, que ya se encuentra psicológicamente al límite, carcomida por la triste sociedad en la que viven. ¿Puede un hombre cambiar el mundo? Purcell deberá decidir si eso es lo que desea en el fondo de su ser.

“Planetas Morales” no es una de las grandes joyas de la bibliografía de Dick y probablemente nunca servirá de inspiración para una adaptación cinematográfica, pero ello no significa ni mucho menos que sea una novela carente de interés. De hecho, supuso un gran salto adelante respecto a su anterior novela, “El tiempo doblado”, publicada en el mismo año 1956, ambientada en un mundo distópico similar al de “Planetas Morales”, pero cuya calidad es manifiestamente inferior.

Ese sabor tan peculiar que años más tarde se encontraría en sus obras más conocidas ya lo encontramos aquí. Por ejemplo, el apartamento de Purcell cambia de disposición según la hora del día y en base a una programación previa (su horno es una mesa que es un fregadero y que también es una alacena); su mujer mitiga su vacío existencial con una amplia variedad de fármacos; la humanidad ha emigrado a otros mundos y lunas; y también aparecen aquí los problemas de identidad, la sociedad distópica y la sátira del mundo capitalista, la publicidad y los medios de comunicación de masas.

Como muchos relatos firmados por Dick, “Planetas Morales” versa sobre individuos ordinarios arrastrados contra su voluntad a situaciones extraordinarias que ponen a prueba sus límites, antihéroes solitarios enfrentados al sistema y que a menudo se sorprenden a ellos mismos y a los demás con sus capacidades hasta entonces ocultas. Aquí, el protagonista, Allen
Purcell, está especialmente bien desarrollado, pero no se puede decir lo mismo de los secundarios (Janet, Myron Davis, Sue Frost, el incompetente doctor Malparto, Fred Luddy o el bohemio profesor Sugarman). La misión de éstos consistiría en perfilar diferentes aspectos de la sociedad disfuncional, ineficiente e inhumana que se esconde tras una fachada de rigurosidad moral, pero lo cierto es que resultan en exceso planos y nada memorables.

Lo que sí está bien descrito es la sociedad distópica que sirve de marco a la intriga. Debe recordarse que esta novela fue escrita a mediados de los cincuenta, por lo que conceptos e ideas que hoy nos pueden parecer tópicos y gastados, entonces no lo estaban en absoluto. Al fin y al cabo, la novela distópica por excelencia, “1984”, de George Orwell, había aparecido tan sólo siete años antes.

Así, Dick introduce detalles que contribuyen a construir la atmósfera distópica general. Algunos son pintorescos, como los coches “Getabout” impulsados por vapor y con una velocidad máxima de 55 km/h y conductores tan negados que les entra el pánico a los 30 km/h y se estrellan. Otros son mucho más preocupantes, como su advertencia sobre la instrumentalización de la televisión al servicio del poder (recordemos que la televisión había hecho acto de presencia en los hogares estadounidenses a comienzos de la década) y como medio de propaganda y manipulación de la vida emocional e ideológica de las personas.

Ya desde el comienzo de la novela aparecen algunas de las ideas que Orwell presentó en su “1984”: las instituciones gubernamentales se denominan mediante slogans al estilo de la neolengua orwelliana; el totalitarismo se manifiesta estéticamente a través de la construcción de grandes edificios para alojar el aparato del gobierno junto a ruinosas viviendas para el pueblo; y el gobierno se dedica a elaborar campañas que reformulan el mensaje ideológico original para adaptarse a nuevas situaciones sin que parezca que se ha cambiado nada.

Sin embargo, el mundo imaginado por Dick no vive sumido en los horrores descritos por
Orwell en su novela. Por ejemplo, se han invertido muchos esfuerzos en habilitar verdaderos espacios públicos, como los parques, si bien, claro está, en último término sirven a los intereses del régimen. El alcalde conserva su puesto mediante la vigilancia e imposición de la moralidad. La Moral, un ámbito privado, pasa a identificarse a la fuerza con la Moralidad, cualidad de lo público. Pero aunque efectivamente la vida privada ha quedado abolida, lo ha sido no en provecho de un Estado indiferente e interesado sólo en conservar el poder, sino respondiendo a un genuino –aunque mal dirigido- interés por el bienestar del ciudadano medio.

De hecho y hasta cierto punto, la sociedad MoRec refleja algunos de los sueños cultivados por los anarquistas. El estado no se dedica a ejercer una opresión física sobre sus ciudadanos, sino que son las propias comunidades las que regularán sus asuntos internos, ya que se estima que todos sus componentes comparten un propósito común. ¿Parece ideal? En absoluto, porque la vigilancia de los propios vecinos es mucho peor, más estricta y tiránica que la impersonal burocracia gubernamental interesada sólo en elaborar mensajes ideológicos.

Efectivamente, el MoRec afirma que la condición para que una sociedad funcione adecuadamente reside en la moralidad y que son las propias comunidades las que tienen la responsabilidad de regular las acciones individuales de sus miembros. Este es el sentido de las “reuniones de bloque” que se celebran regularmente presididas por los Comités de Padres Ciudadanos de cada edificio y que siempre están dirigidos por mujeres. En ellas se examinan los informes de los vigilantes robots y, en una especie de rito confesional postmoderno, los “infractores” se ven obligados a confesar y explicar sus debilidades morales a sus convecinos. El castigo puede variar, pero el más severo es el exilio de la comunidad a la que pertenecen. Dado el reducido espacio habitable disponible, esa medida supone obviamente la pérdida del apartamento, que se va heredando de generación en generación, y su devolución al Estado.

El resultado es un Estado pasivo-agresivo que realiza juicios sin requerir policía ni abogados y que se parece más a una Asociación de Padres de un colegio de clase media que a un mundo orwelliano (dejando claro, de paso, los sentimientos que Dick albergaba hacia los caseros).

Existe, por supuesto, un grado no despreciable de hipocresía en el seno del gobierno, derivada
de la tensión entre lo ideológico y lo práctico. Purcell diseña una campaña a favor de la MoRec en la que se afirma que trasladarse demasiado lejos de la Tierra, a alguna de las colonias, puede ser peligroso por cuanto establecerse en la “frontera” en busca de una nueva vida implica alejarse del corazón ideológico del sistema. Su campaña, sin embargo, es rechazada por el gobierno porque, aunque defiende la pureza espiritual de la causa, va en contra de los intereses de la política económica. Efectivamente, el gobierno ha venido promocionando la agricultura en los planetas exteriores con inversiones multimillonarias, tratando de atraer a nuevos colonos que, con su trabajo, puedan suministrar alimentos y materias primas a la Tierra. No pueden permitir que ahora, en aras de la ideología, se ponga en peligro ese frágil equilibrio.

La mente y la psicología es otro de los temas recurrentes en la obra de Dick. En “Planetas Morales” aparece bajo la forma del Resort de Salud, un lugar de mala reputación en el que se puede recibir tratamiento de psicoanálisis. La psiquiatría en cualquiera de sus formas es despreciada por el MoRec, pero el gobierno permite ejercerla a algunos individuos con licencia con el fin de detectar y separar de la sociedad a los psicóticos. Purcell acude a esa institución con el fin de solucionar sus problemas mentales, pero su experiencia acaba derivando, en las manos de Gretchen Malparto y su hermano, el Doctor Malparto, en una experiencia que oscila entre lo surrealista y lo hilarantemente ridículo, como cuando éste somete a su paciente a una batería de tests psicológicos en los que comienza intentando averiguar si Purcell tiene capacidades precognitivas, telekinéticas o telepáticas, para acabar preguntando si tiene habilidades tales como transmutar el plomo en oro, contactar los espíritus de la Diosa, crear lluvia a partir de la porquería o matar a siete hombres de un golpe, entre otras estupideces. Si Dick tenía un mal concepto de los caseros, peores eran los sentimientos que albergaba hacia los psiquiatras, lo que resulta paradójico (o comprensible) habida cuenta de que no sólo cursó estudios de psicología en la universidad de California en Berkeley (aunque nunca se graduó) sino por los problemas mentales que él mismo desarrolló con el paso del tiempo.

¿Ha perdido algo de actualidad la novela? Al fin y al cabo, si hay algo opuesto al monopolio informativo y recreacional de MoRec es la visión multifacética del mundo que ofrecen las millones de páginas de Internet. Dick contempla la cultura desde el punto de vista de 1956: un sistema de diseminación informativa y recreativa que va de arriba abajo. ¿Cómo podría haber él imaginado que medio siglo después cualquier persona podría escribir artículos o crear videos
a los que todo el planeta podría acceder prácticamente desde cualquier punto geográfico? Eso sí, “Planetas Morales” está ambientado en el año 2114 así que ¿podría aún acontecer algún cataclismo que nos retrotrajera al monolitismo cultural? Entra dentro de lo posible.

Por otra parte, hay elementos de la novela que han hallado eco en nuestro mundo. La confesión pública de faltas que defiende la MoRec sigue siendo hoy una forma de penitencia, de salvaguarda de la moralidad. Cuando un político o una celebridad es descubierto conduciendo borracho o cometiendo adulterio, por ejemplo, la táctica a seguir suele ser una disculpa pública en la compañía de un estoica y comprensiva esposa/o y la consiguiente e inevitable farsa mediática. Este regreso episódico a los métodos antiguos de expiación sirve para reforzar el antiguo sentido de la moral. Por otra parte, la forma en que determinados programas televisivos o páginas de internet atacan y ridiculizan los gobiernos, no se aleja tanto de los métodos del “bromista” de “Planetas Morales”. Éste y aquéllos, a través del humor y el cuestionamiento de las ideologías dominantes, ofrecen una visión de la realidad subversiva y alternativa a las interpretaciones más “serias” y oficialistas de los boletines de noticias.

El trabajo de Dick es tan personal como vital y esta obra es un buen ejemplo de ello. “Planetas Morales”, con su equilibrada mezcla de acción, reflexión social y sátira, caos y clarividencia, es una novela fácilmente legible que contiene el embrión de todos los temas y obsesiones que luego harían a Dick tan famoso literariamente como desgraciado a título personal. De hecho, él mismo la consideró a mediados de los sesenta (incluso tras haber ganado el Premio Hugo por “El Hombre en el Castillo”) el trabajo del que se sentía más satisfecho.

1980- FLASH GORDON -Mike Hodges

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Cuando George Lucas quiso hacer su propia película de ciencia ficción épica, pensó en primer lugar en utilizar a Flash Gordon, personaje cuyos seriales de los años treinta había absorbido con avidez siendo niño cuando fueron repuestos en la televisión. Sin embargo, los derechos del apuesto héroe rubio eran tan caros que debió abandonar sus pretensiones y crear desde cero su propia space opera. El resultado es historia y se llamó “Star Wars” (1977). La gran ironía con la que se encontró Lucas es que el éxito de su película propició, precisamente, el regreso cinematográfico de Flash Gordon.



Desde que se estrenaran con éxito dos seriales para la pantalla grande en 1936 y 1939 –ambos comentados con detalle en otra entrada-, el personaje había pasado a la televisión en una serie de corta vida y amargo recuerdo protagonizada por Steve Holland (1954). Habrían de pasar dos décadas antes de volver a ver a Flash en imagen real, aunque de una forma muy diferente: “Flesh Gordon” (1974), una parodia en clave de porno blando que incluso obtendría secuela veinte años después, “Flesh Gordon Meets the Cosmic Cheerleaders” (1991). Huelga decir que, pese a su éxito comercial y posterior carácter de film de culto, no se trata de una cinta de recomendable visionado, aunque es bien cierto que el protagonista, Jason Williams, guardaba un notable parecido con Flash.

Cuando se anunció al mundo que Flash Gordon volvía a la pantalla grande, los fans del personaje, ya fueran seguidores de su versión en viñetas o de los viejos seriales de la Universal, se sintieron, por decirlo suavemente, inquietos. Porque detrás del proyecto había dos nombres italianos que inspiraban muy poca confianza: el productor Dino de Laurentiis y el guionista Lorenzo Semple Jr. Ambos habían colaborado en el desastroso remake de “King Kong” (1976); y, peor aún, el segundo había trabajado como supervisor de guionistas de la serie televisiva de “Batman” (1966-68).

La influencia de este último se dejó notar en el aspecto intencionadamente camp y retro de toda la producción. Un breve resumen del guión basta para darse cuenta de que su calidad no superó el de los seriales de los años treinta:

Ming, Emperador del planeta Mongo (Max von Sydow), decide hacer de la Tierra su juguete,
golpeándola con un rayo que provoca todo tipo de desastres naturales. Un avión que transporta como pasajeros al jugador de rugby Flash Gordon (Sam Jones) y la agente de viajes Dale Arden (Melody Anderson) se ve afectado por una de las tormentas creadas por Ming y se estrella en el laboratorio del ex científico de la NASA Hans Zarkov (Topol). Éste obliga a Flash y Dale a acompañarle en su cohete casero en dirección a Mongo para intentar evitar la inminente colisión de la Luna contra la Tierra.

Al llegar a Mongo son capturados por el despótico Ming, al que no le cuesta nada decidir casarse con Dale, destruir la Tierra, ejecutar a Flash y borrar la mente de Zarkov. Sin embargo, Flash es salvado en última instancia por la seductora hija de Ming, la Princesa Aura (Ornella Muti). Ella le facilita viajar a los reinos de Mongo para unir al pueblo de Arboria,
liderado por el Príncipe Barin (Timothy Dalton), y los Hombres Halcón, gobernados por Vultan (Brian Blessed), enfrentarse a Ming y acabar con su tiranía.

Inicialmente, Dino De Laurentiis confió en que Federico Fellini accedería a dirigir la película ya que el cineasta había dibujado al personaje durante los años de la Segunda Guerra Mundial en los que se interrumpió el suministro de comics de prensa desde Estados Unidos. Su presunción resultó ser en exceso optimista. Tampoco Nicolas Roeg fue contratado, pero en su caso debido a que el enfoque que propuso –recortar la acción y el melodrama y convertir a Flash en una especie de mesías metafísico- debió sonarle a chino a De Laurentiis. La lista de directores tanteados y tachados de la lista fue aumentando hasta que el octavo, Mike Hodges, se avino a trabajar con los mimbres que le proporcionaban.

A Hodges tampoco le debieron pasar desapercibidas las connotaciones religiosas del guión:
Gordon se convierte en un mesías que salva tanto a Mongo como a la Tierra; muere y resucita por amor –en este caso más bien lujuria- de una mujer hermosa; e inaugura un nuevo reino de paz y felicidad; incluso el ejército de Hombres Halcón pueden interpretarse como ángeles que acuden a ayudar a Flash en el último momento, olvidando su imparcialidad e involucrándose en la revolución.

Sin embargo, el director o bien no quiso o bien no pudo redondear esa alegoría religiosa, porque acabó entregándose en los brazos de la aventura más descaradamente camp, subiendo el tono sexual y encadenando escena tras escena de actores atractivos evolucionando –decir actuar sería pecar de excesivamente generoso- sobre decorados y efectos visuales que serían más propios de una ópera wagneriana filtrada con LSD. Igual que aquel mismo año hizo Robert Altman con “Popeye”, Hodges trató de recuperar la estética y espíritu lúdico del comic original. Los títulos de crédito, por ejemplo, utilizan ilustraciones de Alex Raymond y durante toda la película el realizador opta por encuadres, ángulos y colores que evocan la lectura de un comic.

Sorprendentemente, la opción “camp” funciona razonablemente bien para el argumento de este
Flash Gordon… casi todo el tiempo. El tono de la película recuerda mucho el de otros dos films que Dino de Laurentiis produjo en su nativa Italia en los sesenta, “Diabolik” (1968) y “Barbarella” (1968), ambas, también, adaptaciones de sendos comics. El diseñador de producción Danilo Donati opta para los palacios y cohetes por la estética art-decó que dominó las viñetas del héroe en su primera etapa, la dibujada por Alex Raymond en los años treinta y cuarenta. Los decorados y vestuario saltan de la pantalla agrediendo los ojos del espectador con sus chillones escarlata, naranjas, azules o amarillos –y, algunas veces, todos esos colores a la vez-. Toda la película está trufada de imágenes llamativas: relojes en los que la arena “cae” de abajo arriba, alienígenas de sangre azul brillante, cielos de colores cambiantes o el malvado tirano empalado por la antena del cohete que se estrella contra el salón del trono. Y todo ello subrayado y amplificado por la pegadiza banda sonora a cargo de Queen, las superestrellas del glam rock.

Por desgracia, hay demasiados momentos en los que lo camp se transforma en abiertamente estúpido, como cuando Flash sólo reacciona a la paliza que le están dando los sicarios de Ming al lanzarle Zarkov una pelota de rugby, convirtiéndose entonces en una máquina imparable; o la ceremonia nupcial entre Ming y Dale, con frases como “¿Prometes tomar a esta mujer como tu esposa? ¿Y no lanzarla al vacío por la escotilla? ¿O al menos no hasta que te canses de ella…?”.

Uno de los peores defectos del film reside precisamente en su protagonista. Digamos primero
que Arnold Schwarzenegger y Kurt Russell optaron para el papel de Flash. El primero fue rechazado a causa del fuerte acento austriaco que tenía por entonces; el segundo decidió abandonar al considerar que el personaje carecía de fondo. Y no le faltaba razón. Hodges quería un héroe con un perfil en consonancia con el tono de la película. Según él mismo afirmó: “(Para mí, Flash es) un poco espeso… un poco corto. Algo así como la política exterior norteamericana”. El problema es que para interpretar a un tipo escaso de luces escogió a un actor con las mismas características.

Lo mejor que podía ofrecer Sam Jones en su currículo es haber posado para el poster central de la revista “Playgirl”. Y he aquí que la abuela de Dino de Laurentiis se fija en este apuesto muchachote al verlo participar como concursante en “The Dating Game” (el concurso original que sirvió de modelo al español “Vivan los Novios”) en 1978. Con esas credenciales no puede extrañar el resultado. Jones –que tuvo que teñirse su pelo castaño y que no pudo llevar las lentillas azules que le habrían convertido en el ario por excelencia que era el personaje original- es un actor pésimo al que las circunstancias lo van empujando de un lado a otro durante toda la película y que ni por asomo irradia el carisma de líder, inteligencia y elegancia natural del personaje de comic. El Flash que ofrece Jones es un bruto musculoso con expresión bobalicona y con más ingenuidad que ingenio. InclusoBuster Crabbe realizó una labor más meritoria en los seriales de los años treinta.

Al menos nos libramos de escuchar su voz, porque a raíz de una discusión con el productor sobre el impago de parte de sus honorarios, Jones se negó a acudir al estudio de grabación para doblar sus propios diálogos –algo que se hace habitualmente en el cine cuando el sonido directo es de pobre calidad-.

Como heroína cotitular y compañera sentimental de Flash, Dale Arden es interpretada por la
modelo Melody Anderson con similar falta de talento que Sam Jones. Para intentar compensar tal desatino, se completó el reparto con actores de más enjundia, el primero y mejor de ellos el sueco Max von Sydow, que daba vida a Ming con un toque contenidamente autoparódico y juguetón que eclipsaba aún más en pantalla a Jones y Anderson. Al ser conocido sobre todo por sus colaboraciones con Ingmar Bergman en películas de tono radicalmente opuesto a la que nos ocupa, su elección por parte del director respondió a un intento de subrayar aún más el tono camp e irreverente de la película.

Brian Blessed, uno de los grandes del cine inglés, encarna al excesivo Vultan incorporando su
característico vozarrón y un entusiasmo que ya hubiera querido para sí Sam Jones. Timothy Dalton está perfecto en su papel de Barin, el apuesto espadachín de los bosques de Arboria. Y la carnal y lujuriosa Ornella Muti cumple bien como seductora y manipuladora Princesa Aura.

En una época en la que los espectadores disfrutaban de efectos especiales de la calidad de los de
“Superman”, “Alien”, “Star Trek: La Película” o “El Imperio Contraataca”, los de Flash Gordon se antojan de segunda fila, con unas pinturas mate y maquetas poco convincentes. Y hablando de “El Imperio Contraataca”, me cuesta creer que el sicario de Ming, Klytus (que luce claramente en sus guantes el símbolo masón del cartabón y el compás. El propio Ming lleva a cabo gestualizaciones masónicas) no fuera modelado a imagen y semejanza de Darth Vader, tanto en su aspecto como en su frialdad e incluso en la forma de descansar en una cámara de aislamiento.

Cuando se estrenó “Flash Gordon”, muchos de los chicos de 10-12 años a los que supuestamente iba destinada no supieron qué pensar de ella. En la era de “Star Wars” y programas televisivos como “Battlestar Galactica” o “Buck Rogers” los espectadores esperaban una space opera de producción lujosa, pero se encontraron con una lúdica fantasía retro-camp con alusiones a la política exterior norteamericana (la irrupción de tres americanos mayormente ignorantes que deciden intervenir alegremente en un contexto político, el de Mongo, del que no saben nada) cuyos referentes estéticos y conceptuales difícilmente podían entender los niños. De hecho, ni siquiera lo entendió así el propio Dino De Laurentiis, que siempre vivió en la ilusión de estar produciendo una épica espacial que rivalizaría con “Star Wars”.

Más por sus intenciones que por sus resultados, los críticos se mostraron razonablemente
benignos (a excepción del trabajo de Sam Jones, que ganó un “Razzie” a la peor interpretación del año), pero el público no estuvo de acuerdo. El film recaudó algo por encima de su presupuesto, pero aunque se llegó a planificar una secuela cuya acción transcurriría en Marte y en la que volverían a intervenir los actores principales, los resultados económicos de la primera entrega no justificaron su producción.

Desde entonces se ha hablado mucho de una posible nueva adaptación a imagen real del personaje raymondiano, pero por el momento sus apariciones se han limitado al ámbito de los dibujos animados, ya fuera en la serie de la NBC de 1979 o el film “Flash Gordon: The Greatest Adventure of All” (1982), a cargo de los mismos estudios de animación. Ambos, serie y película, eran versiones infantilizadas basadas en la versión original de los años treinta, mientras que la aproximación más adulta y moderna –pero también estéticamente más sobria- que realizó Dan Barry en los cincuenta nunca ha merecido la atención de productores y guionistas.

Un peldaño más hacia la trivialización del héroe fue la participación de Flash en otra serie de
animación, “Defensores de la Tierra”, en la que Marvel Productions llevaba a cabo una absurda e improbable asociación del campeón espacial con otros dos personajes clásicos de la King Features Syndicate, el mago Mandrake y el aventurero “Phantom” (más conocido como “El Hombre Enmascarado” en España), trasladando al trío junto a otros personajes secundarios al planeta Mongo, de nuevo tiranizado por Ming. En 2007, se estrenó una serie de imagen real cuya aceptación fue mínima, siendo cancelada tras una sola temporada. Los fans más veteranos y menos infantiles seguimos a la espera de una versión que haga justicia a la ya larga historia del personaje.

“Flash Gordon”, la película, es una fantasía colorista y simplona que nunca figurará entre los grandes títulos de la ciencia ficción. Falló tanto a la hora de capturar la inocencia de sus predecesores en blanco y negro como en transmitir al público su enfoque humorístico y autoparódico. Sin embargo, veinticinco años después de su estreno, aún es capaz de cumplir su función primordial: entretener al espectador; siempre y cuando, eso sí, éste decida dejar de lado cualquier espíritu crítico y limitarse a disfrutar y reír con su estética camp. Además, contra todo pronóstico, su aproximación ligera, absurda y excesiva ha resultado envejecer mejor que otras películas de la época con aspiraciones más intelectuales.



1979- TRANSFIGURACIONES - Michael Bishop

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Aparentemente, el tipo de novela de ciencia ficción con inclinación antropológica que cultiva Michael Bishop es engañosamente sencilla. Sólo aparentemente. En su primera y no adecuadamente valorada novela, “Un Funeral para los Ojos de Fuego” (1975), la premisa (trasladar a un pueblo alienígena fuera de su planeta) evoluciona hasta componer un gran y complejo tapiz antropológico lleno de historias dentro de historias. En “Caras Robadas” (1977), el misterio biológico tras una virulenta epidemia crece hasta convertirse en una exploración pesadillesca de la descomposición del cuerpo, la sociedad y la memoria.

La novela corta “Muerte y Dominación entre los Asadi” (1973), nominada a los premios Hugo y Nébula, sigue una pauta similar. Concebida como una serie de notas y transcripciones de observaciones reunidas y publicadas tras la desaparición de su autor, un xenólogo cultural llamado Egan Chaney, acabó formando el prólogo de lo que luego se ampliaría hasta ser la novela titulada “Transfiguraciones” (1979).



Chaney estaba llevando a cabo un estudio en el gran bosque del planeta Bosk Veld centrado en una extraña especie alienígena de aspecto simiesco, los Asadi, cuya cultura parece haber degenerado desde un nivel de compleja sofisticación tecnológica hasta una simplicidad primitiva en la que la única interacción social consiste en rituales cíclicos relacionados con la Naturaleza. Carentes de capacidades vocales, los Asadi se comunican mediante ondas lumínicas utilizando como emisores de señales sus ojos policromáticos. Su estructura social parece un rompecabezas incomprensible e impenetrable al entendimiento humano.

El propio Egan Chaney es un hombre atormentado. En la Tierra, tras un desastre que contaminó irremediablemente el continente africano, supervisó el traslado de los únicos pigmeos supervivientes, tan solo una docena, a América. No sirvió de nada porque, ya fuera debido a la nostalgia o a la desorientación, todos fueron muriendo poco a poco. La culpa y la confusión que se apoderaron del investigador a raíz de aquel episodio condiciona no sólo las ideas de Chaney acerca de los Asadi, sino su actitud hacia ellos. Se siente simultáneamente aterrorizado e intrigado por los alienígenas, que a menudo se abandonan a una violencia animal, dejando que se quemen sus ojos por sobreexposición al sol e incluso practicando canibalismo.

Chaney es incapaz de descifrar las claves de tal comportamiento. Cuanto más se acerca a la brecha intuitiva que le permitiría acceder a la comprensión de los Asadi, más se desliza hacia la locura y la disolución de su propia identidad humana. Sumido en una depresión, se niega a hablar de sus hallazgos con su principal colega y amigo, Thomas Benedict, y antes de desaparecer en el bosque, deja una nota: “Soy uno de ellos. Los quiero”.

Mucho después de que Chaney desapareciera en el bosque, su hija, Elegy Cather, llega a Bosk Veld para retomar los estudios sobre los Asadi desde el punto donde los dejó su padre. Con ella viaja un simio inteligente, Kretzoi, híbrido de babuino y chimpancé, adaptado quirúrgicamente para asemejarse a los alienígenas; y Thomas Benedict, el viejo socio de su padre. Conforme Kretzoi empieza a integrarse en los casi incomprensibles rituales de esos seres, Elegy empieza a desentrañar el misterio de los Asadi y, a través de sus ojos, el autor nos transmite lo que es una de las mejores descripciones de vida alienígena que se pueda encontrar en el género.

“Transfiguraciones” tiene mucho de reflexión sobre ciertas mentalidades postcoloniales. Así, el
planeta Bosk Veld está modelado de acuerdo a las extensiones salvajes del Bushveld sudafricano y parte de su inspiración proviene del polémico estudio etnográfico sobre los pigmeos del Congo Belga “El Pueblo de las Montañas” (1961), en el que el antropólogo Colin Turnbull describía lo que puede sucederle a una sociedad acosada por la dureza medioambiental. Por supuesto, el fantasma de “El Corazón de las Tinieblas” de Joseph Conrad, acecha por las esquinas. Después de todo, ambas obras retratan el contacto de dos especies/razas de costumbres, mentalidades y nivel tecnológico muy dispar así como la presencia de dos figuras: un individuo torturado que es misteriosamente absorbido por el asfixiante entorno nativo y otro que sale en su busca, persiguiendo además la iluminación.

Los enigmas que rodean la cultura Asadi se abordan desde diferentes puntos de vista: Chaney y su sentimiento de culpabilidad, Elegy y su anhelo por encontrar al padre que la abandonó, Thomas y su esperanza por encontrar al amigo perdido… A pesar de que los misterios de los
alienígenas se revelan y sus rituales acaban en buena medida explicándose desde un plano biológico, aquéllos y éstos nunca dejan de parecernos totalmente ajenos a lo humano.

El único inconveniente que puede tener la novela para algunos lectores es algo común a la mayoría de los libros de ciencia ficción escritos por Bishop: se trata de una historia que no se apoya en el argumento, sino en el estudio de personajes y la descripción etnográfica, planteando y abandonando hipótesis de una forma científicamente interesante, pero emocionalmente distante. Esto lleva a que determinados segmentos del libro tengan un ritmo excesivamente lento que puede llegar a aburrir. No obstante, si se supera su mitad, la narración cobra bastante dinamismo hasta su conclusión final, cuando el relato antropológico se transforma en una historia de terror.

Ya he dicho más arriba que a Bishop no le interesan demasiado los personajes y por ello no
encontramos aquí protagonistas con los que poder identificarnos o que siquiera podamos encontrar agradables. Prueba de ello es el personaje de Elegy, quien en momentos de gran intensidad emocional se muestra clínicamente fría en sus observaciones. Y es que el espíritu analítico del escritor a la hora de describir el entorno, las costumbres alienígenas y el proceso científico seguido para estudiarlos degenera en cierta carencia de empatía emocional.

“Transfiguraciones” es, en resumen, una novela atmosférica, densa, oscura e inquietante que mezcla la ciencia ficción con el horror psicológico y tan fascinante como convincente en su retrato de una cultura alienígena que se puede estudiar y describir, pero no comprender.

2005- LA GUERRA DE LOS MUNDOS – Steven Spielberg

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La novela “La Guerra de los Mundos” de H.G.Wells, es una de las obras clásicas por excelencia en el ámbito de la ciencia ficción. Y ello por una buena razón: fue la primera historia de invasiones alienígenas. Desde su aparición en 1898, nunca ha dejado de reeditarse una y otra vez y ha tenido una enorme influencia en incontables escritores y cineastas, viéndose adaptada a todos los medios imaginables.



Orson Welles hizo una famosa versión radiofónica en 1938 dándole la forma de boletines de noticias muy realistas. Otra adaptación popular, esta vez musical, fue la que realizó Jeff Wayne en su disco “La Guerra de los Mundos” (1977). Los comics han visto adaptaciones y versiones, como en el caso de “Killraven” (Marvel, 1973-76), héroe cuyas peripecias transcurrían tras una exitosa invasión de los marcianos de Welles. También se han escrito secuelas literarias (la mediocre “La Segunda Guerra de los Mundos” ,1976, de George H.Smith), pastiches (“La Guerra de los Mundos de Sherlock Holmes”, 1975, de Wade y Manley Wade Wellman) o antologías (“War of the Worlds: Global Dispatches”, 1996, en la que diferentes autores modernos ponen en palabras de celebridades históricas y literarias del siglo XIX sus propias visiones de la invasión). Por no mencionar las innumerables referencias, tanto en libros (“The Space Machine” ,1975, de Christopher Priest) como en comics (“”La Liga de los Caballeros Extraordinarios” ,1999, de Alan Moore).

La más famosa de las adaptaciones en imagen real fue la que el productor George Pal realizó
para el cine en 1953 con el obvio título “La Guerra de los Mundos”, un clásico del género. De la misma manera que el libro de Wells fue la pionera de las historias de invasión alienígena, el film de Pal creó el género de invasores del espacio exterior. Es por eso chocante que el relato de Wells no volviera a ser llevado al cine hasta ya entrado el siglo XXI. Hubo, eso sí, sucedáneos. La película de Pal tuvo una especie de secuela televisiva, “La Guerra de los Mundos II: La Siguiente Generación” (1988-90), que se apartaba bastante tanto del libro como del film; y en 1981 se estrenó la polaca “La Guerra de los Mundos-El Siglo Que Viene”, aunque su título era engañoso puesto que nada tenía que ver con la novela sino con la censura de los gobiernos autoritarios.

Y entonces, en 2005, llegan nada menos que tres adaptaciones de la novela. Una de ellas, producida independientemente por Pendragon Pictures y estrenada sólo un mes antes de la de Spielberg, conservaba la ambientación victoriana y seguía fielmente el argumento del relato original. Le siguió dos semanas más tarde otra versión de bajo presupuesto producida por The Asylum y protagonizada por C.Thomas Howell que daría lugar en 2008 a una secuela.

Pero hubo más: en 2006 se lanzó al mercado de DVD la representación teatral inspirada por el álbum musical de 1977 y Marvel Entertaiment anunció su intención de producir un film sobre Killraven. El mercado editorial aprovechó la ola y lanzó “War of the Worlds: New Millennium” (2005), de Douglas Niles, una actualización de la novela de Wells; y “The Martian War: A Thrilling Eyewitness Account of the Recent Invasion as Reported by Mr H.G. Wells” (2006), escrito por Kevin J.Anderson y en el que añadía otros personajes históricos y ficticios creados por Wells para otras narraciones.

Como casi todos los niños que crecieron viendo las películas de ciencia ficción de los cincuenta,
Steven Spielberg quedó fascinado por las horrendas posibilidades de una invasión alienígena a gran escala. A mediados de los noventa barajó la posibilidad de realizar un remake de “La Guerra de los Mundos”, pero el estreno de “Independence Day” (1996) frustró la tentativa. Años más tarde, unió interés y esfuerzos con Tom Cruise, con quien había trabajado en “Minority Report” (2002) y que también había querido llevar a cabo su propia versión de la novela en 2001.

Y entonces, tuvo lugar el atentado del 11-S. Tras él, la idea de la destrucción masiva pasó de ser materia de diversión y espectáculo visual a militar en el terreno del realismo sucio. Spielberg no se sustrajo a esa nueva aproximación a la ciencia ficción (que, por ejemplo y por aquellas mismas fechas, halló también reflejo en “Battlestar Galáctica”) y, por tanto, su versión del clásico relato de Wells no puede ser considerado un simple remake de la película de 1953, porque su entorno cultural, pretensiones y resultados fueron totalmente diferentes.

Durante un fin de semana, el estibador del puerto de New Jersey Ray Ferrier (Tom Cruise) se queda a cargo de sus dos hijos, el adolescente Robbie (Justin Chatwin) y la más joven Rachel (Dakota Fanning) mientras su ex mujer se marcha a Boston para pasar el fin de semana. Al mismo tiempo, empiezan a circular noticias sobre extrañas tormentas eléctricas por todo el mundo. Una de ellas llega al lugar donde vive Ferrrier, Bayonne, New Jersey, cuyo centro urbano es golpeado por varios rayos. A continuación, del suelo emergen unos gigantescos vehículos de tres patas que empiezan a desintegrar a los aterrorizados residentes y sembrar el caos y la destrucción.

Ray y sus hijos deben huir para salvar la vida, dirigiéndose hacia Boston. Pero la invasión parece haberse extendido más allá de las ciudades y ningún lugar es ya seguro. En el transcurso del infernal viaje, Ray no sólo debe proteger a sus hijos de los alienígenas, sino también de las masas de humanos desesperados dispuestos a cualquier cosa con tal de salvar sus vidas.

Aunque como veremos el guión de David Koepp y Josh Friedman se separa bastante de la
novela de Wells en algunos puntos, permanece fiel a sus líneas generales y su espíritu. Algunos de los mejores pasajes del libro, aunque ligeramente modificados, siguen ahí, como la huída de masas de personas enloquecidas, o la contemplación del ataque marciano desde un buque de guerra –en la película transformado en un ferry de pasajeros-, así como las escenas en las que los humanos son atrapados por los las máquinas marcianas y almacenados en cestas bajo su estructura principal.

Spielberg quiso rendir cumplido homenaje a las tres encarnaciones clásicas del relato: la novela original, la emisión radiofónica de Orson Welles en la década de los treinta y la película que produjo George Pal en los cincuenta. Así, traslada la acción de la Inglaterra rural victoriana a la Nueva Jersey actual, cambio de escenario que ya había realizado previamente Orson Welles para su dramatización radiofónica y George Pal veinte años después para el cine. De esta última se conservó también la escena en la que el marciano moribundo se desploma frente a una multitud, e incluso los protagonistas de esa cinta, Gene Barry y Ann Robinson, encarnan ahora a los suegros de Tom Cruise.

Al mismo tiempo, era necesaria una actualización conceptual, narrativa y estética que acercara la historia al público del siglo XXI. El mencionado desplazamiento geográfico y temporal de la acción, por ejemplo, permitió conectar con las emociones y sensibilidades norteamericanas derivadas del atentado del 11-S.

Todas las versiones anteriores de “La Guerra de los Mundos” habían sido, hasta cierto punto,
obras de su tiempo que reflejaban la incertidumbre intuida por la sociedad contemporánea. La novela de H.G.Wells se interpretó como una advertencia al Imperio Británico en la que el autor invirtió las premisas del colonialismo introduciendo unos marcianos que trataban a la humanidad de la misma forma que los ingleses lo hacían con los indios o los africanos. La adaptación radiofónica de Orson Welles se emitió en el periodo intermedio entre el final de la Gran Depresión y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo vivía tiempos de gran tensión política y económica. La película de 1953 llegó tras esa guerra, cuando Estados Unidos sucumbió al miedo a la bomba atómica y la amenaza del Comunismo. El final de esa cinta trataba de recuperar el sentido de la unidad y la creencia en Dios como medio de fortalecerse ante esos peligros.

La nueva versión de “La Guerra de los Mundos” no es una excepción y llega justo después de la incertidumbre y división social –y mundial- que provocaron los atentados del 11 de septiembre de 2001. Es imposible ver la película y pasar por alto los ecos de aquel acontecimiento en las escenas de multitudes huyendo aterrorizadas mientras los edificios se derrumban, los muros cubiertos de fotografías de seres queridos desaparecidos, gente queriendo unirse a la lucha contra el enemigo de forma tan desesperada como insensata para intentar eliminar el miedo que les invade a ellos mismos y al sistema… La suposición inmediata de la joven Rachel ante el ataque que sufren es preguntar: “¿Son los terroristas?”.

Asimismo, “La Guerra de los Mundos” llegó en el momento en que la indignación inicial por
los ataques terroristas fue manipulada por la administración Bush para lanzar la impopular Guerra de Irak, una guerra por la que Estados Unidos se vio profundamente dividido y al mismo tiempo enfrentado con el resto del mundo, que se oponía a ella. En este sentido, quizá merece la pena comparar “La Guerra de los Mundos” con “Independence Day”. Ésta se estrenó antes del 11-S y destila un sentimiento de unidad y patriotismo simbolizado por un presidente que lidera personalmente la resistencia contra el invasor con resultados triunfantes.

“Independence Day” y su patrioterismo sin fisuras parece un anticipo de la primera Guerra de Irak. Por el contrario, “La Guerra de los Mundos” se produjo cuando aquel conflicto del mundo real ya había terminado y el país estaba examinando las verdaderas consecuencias del mismo en un escenario mucho menos exaltado y bastante más gris que el que lo precedió. En la película de Spielberg no hay patriotismo, sólo la lucha de un hombre por salvar a su familia. En lugar de animar al contraataque, Ray Ferrier grita y suplica a su hijo adolescente que no se una a la lucha. Y cuando llega el clímax de la película, no hay un sentimiento de triunfo heroico, sino de agotamiento y alivio porque la ordalía haya llegado a su fin. Exactamente igual que en una guerra, cuando el patriotismo que la acompañó e incluso impulsó en sus inicios ha muerto para verse sustituido por la confusión, la duda y la angustia ante el hecho de que los seres amados ya no volverán.

Hay un momento en el que “La Guerra de los Mundos” pasa sutilmente de evocar el 11-S a la
Guerra de Irak: cuando Ray Ferrier pasa de ser víctima a insurgente, de refugiado a terrorista suicida. Al ser capturado por un trípode, encuentra un cinturón con granadas de mano y deja que la máquina lo absorba hasta su interior, donde quita los seguros de los explosivos. Sobrevive porque otro prisionero le saca a tiempo, pero es obvio que el plan de Ray incluía el suicidio. Y un tipo de suicidio, además, que ha aterrorizado a los occidentales desde la Segunda Guerra Mundial, en la que los aviadores japoneses se convirtieron en kamikazes.

La película de Spielberg recupera en cierta medida el mensaje que Wells transmitió con su novela aunque en ésta los supervivientes no eran asesinados, simplemente abandonados a su suerte. Wells escribía en el periodo álgido del colonialismo británico y su invasión marciana era, como hemos dicho, una alegoría de la forma en la que los tecnológicamente avanzados ingleses dominaban a sociedades más primitivas, los esclavizaban y usaban los recursos de su tierra. En este sentido, las algas rojas que invaden el paisaje inglés bien podrían representar la extensión de la cultura británica en las naciones colonizadas tratando de sobreponerse a las tradiciones nativas. Wells opinaba que el colonialismo estaba destinado a fracasar; incluso si la gente no se alzaba contra él para luchar y vencer a los invasores, lo haría el propio medio ambiente. Las algas, en el libro y la película, no consiguen sobrevivir.

La escena del intento suicida de Ray muestra asimismo por qué esa técnica funciona en la
guerra. Cuando se les ataca con armamento convencional, los trípodes son invulnerables. Pero cuando se les encara con engaño y voluntad de entregar la propia vida, incluso la máquina de guerra más poderosa puede ser superada. Spielberg se las arregla para que el espectador se identifique con esa gente que se rodea de explosivos y se lanza contra el enemigo. ¿Quién podría culpar a Ray por su desesperado plan? ¿De qué otra forma podrían los humanos atacar con éxito a los avanzados extraterrestres? Bajo ese punto de vista, los actos de un suicida pasan de ser obra de un terrorista fanático y trastornado a hazaña heroica.

En sintonía con todo lo anterior, el final de la película constituye un anticlímax, como sucede con el colapso de todo imperio. Efectivamente, tras la novela de Wells, el Imperio Británico fue desmembrándose poco a poco con el paso de los años y el imperio americano está en un proceso similar aunque más silencioso. Quizá ésta fue una de las razones por las que el film no terminó de gustar en determinados círculos. A muchos espectadores no les gusta que sus películas de acción y suspense terminen sin legendarias hazañas, sonoras explosiones y congratulaciones por la victoria total; no quieren que los enemigos sean derrotados sin heroísmo.

Ni siquiera el final es, pese a las apariencias, del todo feliz. Ray consigue llevar a su hija sana y
salva hasta su madre; e incluso se reencuentra con su hijo (cuya milagrosa supervivencia recibió muchas críticas puesto que no se explica y parece forzada para redondear el final). Después de toda la oscuridad, muerte y desesperación que ha contemplado el espectador, no hay nada malo en finalizar con un destello de esperanza y el que Robbie viva es lo que da sentido a todos los sacrificios y riesgos que corre Ray. Al fin y al cabo, ¿habría sido mejor película si, al cabo de dos horas, los protagonistas mueren y la invasión tiene éxito? ¿Dónde está el límite al realismo que el espectador puede soportar? Además, bien mirado, no es tanto un final feliz como agridulce: la reunión familiar tiene lugar en la calle, mientras su esposa permanece en el umbral de su casa. Ray se reúne con su hijo, pero no entra en el hogar. Su aventura ha terminado con éxito, pero la familia no ha llegado a alcanzar la reconciliación total.

Sorprendente fue también la decisión de convertir a los despiadados marcianos originales en unos alienígenas de procedencia desconocida. La denominación “marciano” podía todavía servir en los 50 para referirse genéricamente a las criaturas extraterrestres; pero en el siglo XXI ese término ya no sólo estaba pasado de moda a tenor de todo lo que sabemos hoy del planeta rojo, sino que podía incluso tener connotaciones cómicas. El problema es que el guión no explica convenientemente de dónde han salido, reduciendo la cuestión a una sola escena en la que unos periodistas muestran a Ray imágenes de los rayos en los que parecen haber descendido del cielo. Se supone que sus artefactos han permanecido ocultos en el subsuelo durante millones de años, pero no se nos explica cómo es posible que hayan pasado desapercibidos a los geólogos y mineros o cómo han acabado llegando a nuestro planeta.

Spielberg e Industrial Light & Magic abandonaron las naves marcianas de la película de los cincuenta –respetando, eso sí, algunas líneas generales de su diseño- y recuperaron los trípodes de la novela original, haciendolos verosímiles desde un punto de vista tecnológico. Sus rayos desintegradores resultan aterradores, como también el ensordecedor sonido que emiten cuando están energizándose.

La adición más significativa de los guionistas al relato de Wells es la inclusión de niños. No es
que sea sorprendente considerando que el director es Steven Spielberg. En la novela de Wells sabemos tan poco del narrador que ni siquiera se menciona su nombre. La película de 1953 situaba en el centro de la historia a un insulso romance y la terminaba con una soflama religiosa. En la versión de 2005, la invasión alienígena sirve de catalizador y telón de fondo de un psicodrama en el que un hombre trata de volver a conectar emocionalmente con su familia y asumir sus responsabilidades como padre. En muchas de sus películas Spielberg plantea el tema recurrente de alguien que realiza un viaje o aventura al término de la cual regresa a los acogedores brazos de la familia, y esta no es una excepción.

En este caso, la familia en cuestión está desestructurada y pertenece a la clase trabajadora. Con películas como “E.T. el Extraterrestre” (1982) o “Poltergeist” (1982) Spielberg había recibido críticas por situar a familias de clase media en lujosas casas que en el mundo real hubieran quedado fuera del alcance de sus presupuestos. Así que resulta una bienvenida novedad ver ahora a Tom Cruise (uno de los actores mejor pagados del mundo) interpretar a un obrero portuario que vive en una destartalada casa de alquiler de dos dormitorios en un barrio humilde

Cruise interpreta con talento a un individuo burdo, inmaduro, quemado y cínico, un antihéroe de la clase obrera que sólo bajo las más extremas circunstancias descubre dentro de sí la mejor parte de su personalidad. Spielberg equilibra los momentos más heroicos del personaje con aquellos en los que se muestra como un individuo normal y verosímil superado por los acontecimientos.

“La Guerra de los Mundos” es una película con niño, sí, pero que no ofrece muchos argumentos
de peso a quienes acusan a Spielberg de ser invariablemente sensiblero y emotivo. No parece una escena apta para los niños aquella en la que Dakota Fanning realiza el impactante y siniestro descubrimiento de una masa de cadáveres descendiendo por la corriente de un río.

Igualmente oscuro es el pasaje en el que el protagonista y su hija se refugian en un sótano con Harlan Ogilvy, interpretado por Tim Robbins. Ogilvy es un equivalente al cura con el que el narrador de la novela se esconde durante varios días en un sótano (en realidad, el de la película es la combinación de tres personajes del libro, el cobarde clérigo, el artillero que
elabora planes de contraataque tan complejos como inútiles y el astrónomo al que el narrador visita al comienzo de la narración). Spielberg no sólo decide mantener lo escrito por Wells, sino aumentar todavía más su crudeza. En el libro, el narrador golpea al clérigo para hacerle callar e impedir que delate su escondite, aunque accidentalmente ello termina con su muerte. En cambio, en la película, el asesinato de Robbins por parte de Cruise parece mucho más frío, intencionado y violento, aunque también lo haga en aras de su propia supervivencia y la de su hija.

Por otra parte, lo que esa escena tenía de agresiva y violenta respecto al libro, lo pierde en su
intencionalidad religiosa. Porque en el libro, el cura ha quedado reducido a un títere cobarde y tembloroso que balbucea frases sin sentido. Era la forma que tenía Wells de plasmar el desprecio que sentía hacia la religión. El film de 1953, en cambio, tomaba la dirección opuesta y abrazaba la religión para afirmar que el Todopoderoso se había situado junto a la Humanidad, incluyendo una escena en la que la gente daba gracias a los cielos por su salvación. Spielberg, en cambio, elimina de la ecuación cualquier referencia religiosa. ¿No lo consideró relevante para la historia o temió herir sensibilidades que pudieran crear una polémica no deseada?

Aunque a Steven Spielberg se le asocia a menudo con películas reconfortantes y aptas para la infancia, puede ser un director multifacético. Tenemos al Spielberg capaz de construir un suspense continuo (“El Diablo sobre Ruedas” o “Tiburón”); el que enarbola su ideología liberal (“El Color Púrpura”, “La Lista de Schindler”, “Amistad”, “Munich”); el que sabe ofrecer una ciencia ficción adulta y reflexiva (“A.I. Inteligencia Artificial”, “Minority Report”); incluso el Spielberg que se divierte narrando las estafas de un delincuente más listo que la policía (“Atrápame si Puedes”). “La Guerra de los Mundos” puede encuadrarse dentro de su faceta de director que gusta de asombrar a su público con la aventura y los efectos especiales (“Encuentros en la Tercera Fase”, “Parque Jurásico”, con la que se inauguró una nueva era de efectos digitales en el cine…).

“La Guerra de los Mundos” es una película que, sin despreciar la historia, se apoya de forma importantísima en los efectos especiales. Por mucho que la promoción hiciera hincapié en la participación de Tom Cruise (y que este se esforzara por ensombrecer el marketing protagonizando sonoros titulares en la prensa rosa con su relación con Katie Holmes, su apoyo a la Cienciología y ataques a la ciencia psiquiátrica), lo cierto es que el actor es casi irrelevante en la cinta. Realiza un gran trabajo, sí, pero su hueco lo podría haber llenado otro intérprete y la película seguiría conservando su fuerza. Eso sí, su nombre consiguió atraer a mucha gente que de otra forma quizá no se hubiera sentido atraída por el género.

Aunque los efectos especiales son la verdadera estrella de la historia, en los trailers se los mostraba muy escasamente –sólo algunos planos de puentes siendo destruidos- y en ningún caso las máquinas alienígenas o sus conductores. Era una estrategia que Spielberg ya había probado con éxito en “Parque Jurásico”, en la que la promoción mantenía expectante al público sin que los dinosaurios pudieran verse hasta que uno se sentara a ver la película.

La historia empieza despacio, presentando a los personajes y estableciendo la relación entre
ellos. Entonces, empieza a construirse el suspense, con las inquietantes noticias de la televisión y la inexplicable tormenta eléctrica… hasta que las máquinas alienígenas salen del suelo para comenzar a incinerar gente, pisotear edificios y aplastar coches. El movimiento de cámara de Spielberg es simplemente espectacular, dinámico y sobre todo nítido. Es capaz de transmitir la sensación de caos y confusión sin recurrir a los temblores de cámara y montajes frenéticos que lastran la claridad narrativa de tantas películas de acción actuales.

En este sentido, Spielberg vuelve a demostrar por qué se le considera uno de los grandes
narradores de Hollywood en escenas tan intensas e impactantes como la huida de Ferrier y sus hijos en un coche (con un espectacular y larguísimo plano en el que la cámara se mueve de un lado a otro del vehículo), el ataque al ferry o la captura de Dakota Fanning y Cruise; o momentos tan breves y surrealistas como ese fantasmal tren en llamas que pasa desbocado ante los aturdidos refugiados. Todo ello rodado con la fotografía saturada de Janusz Kaminski, el director de fotografía preferido de Spielberg tras su colaboración conjunta en “La Lista de Schindler”.

En un esfuerzo por insuflar el máximo realismo a toda la cinta, se recurrió a maquetas y escenarios naturales tanto como fue posible, aunque, claro está, realzándolos con efectos digitales. Para ello aunaron esfuerzos los supervisores de efectos visuales Dennis Muren, Daniel Sudick y Pablo Helman, la experiencia y meticulosidad de la Industrial Light & Magic, el diseñador de producción Rick Carter y el taller de criaturas de Stan Winston. El escenario más espectacular fue el que mostraba el resultado del accidente aéreo de un Boeing 747 en un barrio residencial (escena que ha sobrevivido como atracción en los Estudios Universal de Hollywood). Por otra parte y resistiendo la tentación de caer en la destrucción “de postal” mostrada en películas como “Independence Day”, “La Guerra de los Mundos “ no se recrea en la demolición de edificios o monumentos icónicos, reservando esos planos para lugares más cotidianos, como el barrio obrero donde vive Ferrier.

En la segunda parte, sin embargo, se produce un cambio de tono. La escena del sótano es un momento excelente desde el punto de vista cinematográfico, pero quiebra la línea que venía siguiendo la película hasta ese punto. Cuando la sonda alienígena se introduce en el sótano y los personajes se esconden, se produce un momento de enorme tensión, pero recuerda en exceso a la escena en la cocina con los velociraptores de “Parque Jurásico”. A partir de entonces predomina el cine espectáculo sobre el realismo sucio de la primera parte.

Hay quien ha criticado a la película por dejarse invadir por los efectos especiales. Aunque son excelentes, no estoy de acuerdo. Porque parte de la verdadera fuerza de esta película reside en su sensación de cotidianidad rota, de gente normal aterrorizada que, ante una situación límite,
extraen de ellos lo mejor (los soldados que se enfrentan sin esperanzas a las máquinas extraterrestres) y lo peor (las multitudes enloquecidas capaces de asesinar por un coche). Es, además, una historia valiente en cuanto que subvierte el tema del Viaje del Héroe: en lugar de aprender a ser generoso, Ray entiende el verdadero valor del egoísmo cuando tiene que proteger a su familia. La escena en que él y sus hijos, en posesión de uno de los pocos vehículos en funcionamiento tras la invasión, conduce entre una multitud que trata de llegar al ferry, es una clara muestra de ello. Spielberg lo convierte en un momento tenso y aterrador, pero también desorientador en cuanto que el protagonista está dispuesto a arrollar a desconocidos con tal de ponerse a él y sus hijos a salvo; más adelante, cuando sube al ferry, deja atrás a una vecina y su hijo.

Robby, el hijo de Ray, actúa de contraste. Quiere unirse al ejército para devolverle el golpe a los alienígenas. Cuando el ferry parte, ayuda a subir a bordo a quienes han quedado precariamente asidos a la rampa de acceso y a punto de caer al agua. Una vez tras otra, toma decisiones que en una película de acción corriente serían consideradas heroicas, pero que aquí son las equivocadas. La escena en la que Ray intenta convencer a Robbie para que no siga a los soldados socava completamente los convencionalismos del género de acción. Por no hablar de la ya comentada escena con Ogilvy, en el que es muy discutible que el asesinato de Ray pueda justificarse como defensa propia.

Hoy, diez años después de su estreno, “La Guerra de los Mundos” no está considerada como uno de los grandes títulos de la cinematografía de Spielberg, aunque sí por encima de otras de sus cintas mayormente fallidas como “Hook”, “Always” o “Amistad”. Conviene recordar, sin embargo, que incluso una película mediana de Spielberg constituye la aspiración máxima de muchos realizadores, disfrutando de una calidad superior a la de la mayoría de títulos estrenados ese año.

Oscura e inquietante, “La Guerra de los Mundos” demuestra la validez, más de cien años después de que se escribiera, de la novela de Wells. Constituye una hábil actualización de la misma y una mirada a las psicosis y traumas de comienzos del siglo XX, reconociendo con acierto que la masacre y subyugación de la Humanidad a nivel global no es una aventura de la que se puedan extraer escenas reconfortantes, sino una tragedia de unas dimensiones desconocidas para nuestra especie.


1943- EL JUEGO DE LOS ABALORIOS -Herman Hesse

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No es habitual que los grandes nombres de la Literatura, así con mayúscula, aparezcan en este blog. La ciencia ficción –como en general toda la literatura de género- ha sido a menudo despreciada silenciosamente por aquellos que se consideran guardianes y practicantes de la “Alta Cultura”. Pero de vez en cuando alguno de ellos encuentra que una ambientación futurista puede servir a sus propósitos. Fue el caso del escritor alemán naturalizado suizo Herman Hesse y de la obra que ahora comentamos. Eso sí, la élite intelectual nunca reconocerá que el libro en cuestión pueda encuadrarse en un género “menor” como la ciencia ficción.



“El Juego de los Abalorios” está ambientado en un futuro indeterminado pero que puede deducirse es el siglo XXV. Tras las brutales guerras del siglo XX y la decadencia cultural que se experimentó, la sociedad de ese futuro decidió formar una Orden intelectual de carácter monástico cuya misión consistiera en preservar la herencia intelectual y cultural de la Humanidad. Para ello, se les cedió un territorio en Europa Central al que se pasó a conocer como Castalia. Como si fuera una especie de Vaticano secular, Castalia es un lugar reservado exclusivamente para el ejercicio del intelecto, un micromundo académico sustentado por teorías, análisis, interpretaciones y debates y del que se hallan ausentes la política, la economía o la tecnología, pero también la acción, la creatividad, la experimentación y la originalidad. Se preserva lo ya existente, sí, pero no se crea nada nuevo.

La misión de los austeros intelectuales que allí moran es la de preparar a los muchachos más jóvenes para el acontecimiento ceremonial supremo de la Orden, una especie de rito secular llamado Juego de Abalorios. Su exacta naturaleza no se aclara, pero las reglas se adivinan extremadamente complejas, ya que requieren profundos conocimientos interdisciplinares. Recurriendo a un amplio alfabeto en el que conceptos como la música, los teoremas matemáticos y los postulados filosóficos son representados mediante símbolos gráficos parecidos a caracteres chinos, los jugadores construyen un mapa que saca a la luz paralelismos y relaciones ocultas entre campos del conocimiento aparentemente independientes.

El narrador de la novela detalla la vida y ascenso del protagonista, Joseph Knecht, educado en esa cultura fría y analítica, pero que, atípicamente para las costumbres de la Orden de Castalia, también ha disfrutado de la influencia de dos subculturas que perviven fuera de ese territorio. En el Bosque de Bambú, bajo la tutela del Hermano Mayor, un exiliado de Castalia, aprendió a meditar, jugar al I-Ching, leer y estudiar a los sabios de oriente. Más tarde, en un monasterio benedictino, fue el invitado del Padre Jacobo, con quien discutió de política, religión, filosofía, música e historia. De unos y de otros,
Knecht aprendió todo lo necesario para participar en “el Juego” y ascender en la jerarquía de la Orden hasta alcanzar el cargo de Magister Ludi, el Maestro del Juego.

Rebelde e iconoclasta al tiempo que brillante, Knecht empieza a cuestionarse su lealtad a la Orden y la utilidad de ésta si ha de permanecer aislada del mundo real, incapaz de influir en él y provocar cambios. Su crisis espiritual le llevará a tomar una decisión inaudita en Castalia.

“El Juego de los Abalorios” consta de una novela narrada por un cronista del futuro en el que está ambientada; tres historias cortas (“El Hacedor de Lluvia”, “El Padre Confesor” y “La Vida India”) presentadas como trabajos de la juventud de Knecht en los que imagina cómo podría haber sido su vida de haber nacido en otro tiempo y lugar; y trece poemas que contribuyen a cimentar el tema central de la obra: cómo la pérdida de la propia identidad y el rechazo al interés egoísta lleva a la redención y a un nuevo despertar.

Tres años después de publicar este libro y en buena medida gracias a él, Hesse ganaría el
Premio Nobel de Literatura. Como su último título editado en vida, “El Juego de los Abalorios” constituye la culminación de su carrera, un resumen y ampliación de las mismas ideas que había venido explorando en obras anteriores a través de personajes cortados por el mismo patrón. Aquí tenemos la crítica al sistema educativo de “Bajo las Ruedas”, la historia de transición a la madurez de “Demian”, el viaje espiritual de “Siddartha” y el conflicto entre los mundos reales y académicos de “Narciso y Goldmundo”. “Viaje al Oriente” podría servir de preludio a esta novela que ahora comentamos y, de hecho, algunos de los acontecimientos de aquélla son mencionados en el primer capítulo de ésta.

Así, al final de su vida literaria (aunque murió en 1962, tras esta novela sólo publicó relatos cortos y poemas de menor relevancia), Hesse consiguió sintetizarlas todas en un solo volumen. Pero ello no quiere decir necesariamente que sea la mejor escrita. No lo es. Aquellos interesados exclusivamente en los aspectos más, digamos, espirituales de la obra de Hesse la encontrarán reiterativa y aburrida respecto a trabajos anteriores. Además, no es un libro fácil de leer y sus primeras cien páginas son lo suficientemente áridas como para que muchos lectores decidan abandonarlo. Su agobiante detallismo a la hora de describir la política y organización de Castalia convierten esa parte casi en un ingrato trabajo institucional. Igual morosidad encontramos en la narración biográfica de Kecht y la relación con sus escasos amigos.

Aunque el ritmo mejora bastante en la segunda parte, la ambientación y la atmósfera siempre
superan ampliamente el interés del escaso argumento, por lo que aquellos que busquen “acción” quedarán totalmente defraudados. La historia es aburrida, pero no hay que perder de vista que lo que en realidad tenemos entre manos es un libro de contenido filosófico, una disertación disfrazada de ficción futurista sobre la forma en que pensamos y conocemos.

Aquellos que deseen entrar en profundos y sesudos análisis de este libro no tendrán problemas en encontrarlos en Internet, escritos además por gente más capacitada que yo y con un conocimiento exhaustivo de la obra de Hesse. En lo que a mí respecta, me pareció interesante el comentario sociopolítico que se puede extraer del libro. Cuando renuncia a su cargo de Magister Ludi, Knecht escribe una carta detallando sus motivos: sus colegas –los intelectuales, los sabios, los científicos- son conscientes de su propia importancia para la sociedad, pero han fracasado estrepitosamente a la hora de transmitirla a la gente que les debe apoyar. Dan sus existencias por supuestas, pero lo cierto es que, a causa de su alejamiento del mundo real, corren el riesgo de que un día éste llegue y desmantele su torre de marfil.

Hasta cierto punto, no es una obra que deba tomarse demasiado en serio. Hesse se revela aquí como un humorista practicante de la sátira, un autor maduro que comprendía las ironías de la vida y que escribió este libro para lectores capaces de reírse de ellas. Pero es un humor muy sutil y personal y, por tanto, no necesariamente del gusto de todos.

Sin embargo, por muchas alabanzas que puedan encontrarse de esta novela escritas por gente fascinada por el mundo espiritual de Hess, a mi parecer ésta fracasa en dos aspectos centrales: su núcleo central y su protagonista.

Empecemos con el segundo. El libro empieza afirmando la gran importancia de Joseph Knecht como el mejor jugador que haya participado jamás en el Juego. Después de él, éste nunca volverá a ser el mismo. Este énfasis se repite una y otra vez a lo largo de la historia. Mientras tanto, asistimos a la evolución de un agradable e inteligente estudiante cuyo potencial es reconocido por todos los que se encuentra en su camino; se convierte en profesor a una edad temprana primero y asciende a Magister Ludi después, logro que le hace merecedor de mención en los libros de historia; se menciona que siempre que dirige un Juego, lo hace bien; y luego envejece, charla con la gente, tiene sus dudas e inseguridades… para terminar muriendo de forma ridícula y carente de sentido. Luego revisamos sus escritos juveniles, incluidos como epílogo del relato principal, en los que se sigue subrayando la importancia de su persona… y al final, tras ochocientas páginas, desconcertados, seguimos sin saber la razón de que este individuo sea tan inmensamente relevante.

Porque, de hecho, nunca se nos llega a decir que Knecht haga otra cosa más que ser un tipo agradable y competente en su trabajo. Su vida es tan aburrida que no merece siquiera una biografía, especialmente cuando otros personajes con los que se relaciona, como el Maestro de Música y su capacidad para transcender su humanidad, son más dignos de interés.

El otro gran fracaso de la novela es, precisamente, lo que debería ser su motor: el Juego. Éste
parece ser una actividad ritual al tiempo competitiva y colaborativa, que, como hemos dicho al principio, consiste en escoger conceptos de disciplinas aparentemente inconexas y conseguir asociarlas; por ejemplo, encontrar una pauta común en una pieza de música barroca y un antiguo edificio chino. Es lo que hoy llamaríamos pensamiento lateral y que Hesse asocia con la genialidad: solucionar problemas mirando más allá de la apariencia y descubriendo o intuyendo relaciones ocultas entre elementos a simple vista independientes. Se trata de encontrar formas nuevas de adquirir conocimientos, compararlos y analizarlos.

Esa idea de que todas las disciplinas académicas puedan codificarse e interactuar entre ellas y que alrededor de eso pueda construirse un juego competitivo que sólo podrían comprender y jugar un tipo muy concreto de sabios, es ciertamente, cautivadora… para una historia corta quizá. Pero Hesse se empeña en construir sobre ella un coloso digno de la profundidad de tal
concepto. Lo que debería haber sido un somero vistazo a una idea colosal y profunda, no tendría que haberse encarnado en un libro cuya hipertrofiada extensión presuponga su profundidad intelectual.

Aún peor, Hesse no consigue transmitir –puede que ni siquiera tuviera idea de ello- en qué consistía tal juego exactamente. Algunos seguidores de su obra, basándose en las impresiones que ellos mismos habían sacado del libro, imaginaron posibles juegos que casaran con el concepto, pero el propio Hesse nunca lo hace. Cuanto más suspense genera prometiendo una brillante revelación del secreto del juego, peor es el desengaño al no obtener el lector ni siquiera un retazo del mismo. Quizá sea demasiado pedir que Hesse describa un juego práctico que se ajuste a la idea subyacente, pero es que no hubiera sido necesario. Bastaba con bosquejar una parte de él, dejar caer un detalle aquí y otro allá en las conversaciones de los personajes... No es que se dejen huecos para que el lector los llene, es que debe cubrir océanos enteros.

Por fin, cuando hemos dejado atrás el grueso del libro, llega el (único) juego diseñado por
Knecht durante su estancia en el cargo de Magister Ludis… y resulta que no hay tal juego. Knecht prepara con anterioridad un complejo ejercicio y luego el resto de jugadores lo representan, quizá añadiendo detalles a su propio albedrío pero ajustándose a una estructura predeterminada. Resulta que el Juego no es realmente un juego. Nadie está jugando. No hay objetivos, ni premios. Es una especie de performance artistica tan compleja y abstrusa como silenciosa.

Como suele suceder en este tipo de obras y con Hesse en particular, me siento incapaz de recomendarla sin reservas por mucho que a este tipo de autores la élite intelectual -que tanto critica aquí el escritor- les tenga incondicionalmente subidos a un altar en detrimento de otros escritores más, digamos, populares. A algunos “El Juego de Abalorios” les resultará fascinante por su contenido filosófico; a otros les aburrirá soberanamente y lo considerarán un libro tan autocomplaciente como vacío. Y todos tendrán razón.


1980- EL FINAL DE LA CUENTA ATRÁS – Don Taylor

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Las historias de viajes en el tiempo que quieren abordar el tema con cierta seriedad son terreno resbaladizo. Las paradojas temporales, los universos paralelos, las historias alternativas, los puntos dunbar… son conceptos que desafían la lógica cotidiana y que pueden dar dolor de cabeza no sólo al espectador/lector sino también al autor que debe tratar no sólo de atar todos los cabos con una mínima coherencia, sino de atreverse a plantear y resolver ideas desafiantes que animen a la reflexión. “El final de la cuenta atrás” no supo hacerlo.



El portaaviones Nimitz, comandado por el capitán Matthew Yelland (Kirk Douglas) parte de la base naval de Pearl Harbor para realizar una serie de maniobras. El navío es atrapado por una misteriosa tormenta electromagnética que aparece de la nada y que desaparece tan súbitamente como surgió. Pero sus efectos resultan sorprendentes y peligrosos. Las comunicaciones han desparecido y los equipos del barco sólo pueden captar emisiones de radio antiguas y transmisiones militares codificadas con claves obsoletas; un vuelo de reconocimiento sobre Pearl Harbor muestra que en la base se hallan anclados barcos que resultaron destruidos por el bombardeo japonés que inició la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial; los reactores del portaaviones divisan asimismo bombarderos Zero japoneses. Las pruebas son irrefutables: el Nimitz se ha visto transportado por la tormenta al 5 de diciembre de 1941, la víspera del ataque a Pearl Harbor por la flota nipona. El dilema está servido: ¿deben intervenir y utilizar el avanzado armamento y tecnología del portaaviones para destruir a la flota japonesa cumpliendo con su deber de soldados americanos? ¿O, por el contrario, es mejor permanecer al margen y no intentar alterar el curso de la historia conocida?

Esta es una de esas pocas ocasiones en las que el final de una película marca la diferencia entre lo que podría haber sido uno de los grandes títulos de ciencia ficción de la década y el producto mediocre que resultó ser. Ni siquiera la grandeza de Blade Runner (1982) se vio alterada por su insulsa conclusión. “El Final de la Cuenta Atrás” es uno de esos casos. Es triste ver cómo los cineastas dejaron escapar la oportunidad de haber dejado huella en el género.

La historia plantea una idea con grandes posibilidades: ¿qué pasaría si un arma moderna, un
portaaviones, fuera transportado hacia atrás en el tiempo hasta la víspera de Pearl Harbor, donde podría afectar el resultado no sólo de aquel acto de guerra, sino de toda la historia del siglo XX? La película presenta bien la idea, ofreciendo conversaciones en las que se menciona la paradoja del nieto que mata al abuelo e introduciendo a un personaje de la tripulación que, muy convenientemente, resulta ser un especialista en ese periodo histórico concreto (James Farentino). Las escenas en las que oficiales y marineros escuchan desconcertados los viejos programas de radio y la sorpresa e indignación del senador Charles Chapman (Charles Durning) por hallarse a bordo de un buque bautizado con el nombre de un almirante aún en servicio (para él), ayudan a redondear la sensación buscada de desorientación producto del desplazamiento en el tiempo.

Por desgracia, tanto el tráiler de la película como el mismo poster arruinaban la sorpresa y el suspense antes incluso de entrar en la sala: todas las escenas en las que los tripulantes del Nimitz tratan de averiguar qué había ocurrido dejan de tener carga de misterio alguna y los espectadores se limitan a esperar a que caigan en la cuenta de lo que ellos ya saben desde el principio y que pasen a lo que realmente les interesa: ¿vencerán o no a los japoneses? ¿Podrá el armamento moderno de un solo barco superar a un enemigo menos avanzado tecnológicamente pero superior en número?

(AVISO DE SPOILERS) Desgraciadamente, esta cuestión –el debate ético acerca del derecho a
intervenir en la guerra y cambiar la historia y las intrigantes posibilidades sobre realidades alternativas que se derivarían de tal intervención- se evita completamente de la manera más chapucera y decepcionante posible: justo cuando va a comenzar la batalla, aparece de nuevo la tormenta y el Nimitz es devuelto al tiempo presente. Es un remate frustrante porque toda la película ha ido dirigida a construir un clímax que debería culminar con el choque entre el portaaviones y la flota japonesa y cuando esto se le hurta al espectador, no sólo se siente estafado, sino que además tiene la acertada impresión de que los guionistas (David Ambrose, Gerry Davis, Thomas Hunter y Peter Powell) han pecado gravemente de cobardía intelectual. El premio de consolación final, con un guiño a la paradoja temporal que se produce (¿puede un hombre que viajó hacia atrás en el tiempo y permaneció allí, encontrarse al cabo de los años con su yo presente?) no compensa la decepción global y además no está mínimamente explicado.

En descargo –parcial- de la película conviene recordar que hasta el momento de su estreno, aparte de episodios aislados de las series televisivas de “Star Trek” o el “Doctor Who” (una serie para la que uno de los guionistas del film, Gerry Davis, había trabajado en los sesenta), el tema de los viajes en el tiempo nunca se había abordado con valentía y rigor. El pasado y el futuro eran simplemente lugares y momentos en los que correr aventuras de la misma forma que en otras narraciones se utilizaban planetas extraterrestres; o bien fuente de origen de visitantes de esos tiempos ajenos al nuestro con los que tejer relatos de choque cultural. Si “El final de la cuenta atrás” se hubiera rodado cinco años después de que otras películas sobre viajes en el tiempo maduraran el tema (“Terminator”, 1984; o “Regreso al Futuro”, 1985), es muy posible que hubieran conseguido una historia de ciencia ficción más atrevida e interesante.

El director Don Taylor tenía ya cierta experiencia en el cine fantástico. Previamente a esta cinta
se había encargado de “Huida del Planeta de los Simios” (1971), “La Isla del Dr. Moreau” (1977) o “La maldición de Damien” (1978). Ahora se enfrentaba a una historia de corte mucho más realista pese a abordar el tema del viaje en el tiempo. En este sentido, desarrolla la historia que le ha sido encomendada de una forma discreta –poco más podía hacer-. Fue la última película que dirigió para el cine, llevando el resto de su carrera a la televisión.

El trabajo de los actores es poco destacable. A pesar de contar con gente del peso de un envejecido Kirk Douglas y el habitualmente sólido Martin Sheen, ninguno parece estar realmente integrado en su papel. Habida cuenta del problema que sus personajes tenían entre manos, todos parecen tomarse la situación de una forma demasiado relajada, incluso distanciada. No hay tensiones, disensiones, ni verdaderas discusiones, como si sus desayunos hubieran incluido una dosis de Prozac. Aún peor, el personaje de Martin Sheen, el analista de sistemas Warren Lasky, es prácticamente irrelevante. Su participación se limita a ir de un lado a otro, mirar y realizar
alguna observación sobre las paradojas temporales, pero la historia se podría haber contado perfectamente sin su presencia, que sólo sirve para dotar de algo de enjundia al final.

Pero el verdadero protagonista de la película, más interesante aún incluso que el propio argumento de la misma, es el portaaviones Nimitz. Porque lo cierto es que la cinta acabó siendo un extenso anuncio publicitario de la Armada estadounidense. Peter Vincent Douglas –hijo de Kirk Douglas que a la sazón tenía 25 años y que asumía la labor de productor por primera vez - consiguió la autorización del Departamento de Defensa para rodar a bordo del auténtico Nimitz mientras el buque efectuaba maniobras reales. Las escenas de aviones de diferentes clases apontando y
despegando, de las operaciones de la tripulación de cubierta y los cazabombarderos F-14 Tomcat evolucionando en el aire al ritmo de la banda sonora de John Scott, están verdaderamente logradas (en cambio, las escenas con los Zeros japoneses fueron recicladas de “Tora, Tora, Tora”). Y cuando mencionaba lo de “anuncio publicitario”, quería decir exactamente eso. La película fue utilizada como anzuelo de enganche por parte de la marina y su cartel promocional se colocó en las oficinas de reclutamiento.

El interés de las escenas militares compensa hasta cierto punto la pobreza de los efectos especiales: la tormenta magnética/portal temporal fue diseñada por alguien del renombre de Maurice Binder (creador de las características secuencias de apertura de las películas clásicas de James Bond), pero el escaso presupuesto sólo dio para representarlo mediante una maqueta del portaaviones silueteada contra un túnel de humo iluminada con rayos láser. Esas escenas, que deberían haber supuesto uno de los momentos álgidos del film, parecen un descarte de “El Abismo Negro” (1979) de Disney.

En resumen, “El Final de la Cuenta Atrás” es una suerte de episodio alargado de “La Dimensión Desconocida” que prometió más que dio y que probablemente gustará a los niños y a aquellos aficionados a la tecnología y parafernalia militar. Para los demás no es sino una oportunidad perdida de profundizar en los aspectos más fascinantes de los viajes en el tiempo.


1961- THE STAR ROVERS

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Ya hemos comentado extensamente en este blog la importancia para el género en su versión gráfica que tuvieron las colecciones de ciencia ficción que DC publicó en la década de los cincuenta y sesenta: “Strange Adventures” y “Mystery in Space”, ambas creadas por Julius Schwartz, uno de los mejores editores de la historia del medio. En sus respectivas entradas hemos ido analizando algunas de las series que fueron apareciendo en esos títulos: Star Hawkins, Adam Strange, el Museo del Espacio o los Caballeros Atómicos. El peculiar y no siempre bien avenido trío de personajes que ahora comentamos también nació y vivió su breve existencia en las páginas de esas dos míticas colecciones.



La serie debutó en Mystery in Space nº 66 (marzo 1961), con dibujos de Sid Greene y guiones de Gardner Fox, uno de los escritores veteranos de la casa y que trabajó de forma muy estrecha con Julius Schwartz. El título de la serie en cuestión –y nada más- fue tomado de la novela de Jack London del mismo nombre, publicada en 1915, y que ya comentamos en este blog. Ya fuera porque Gardner Fox era un ávido lector, o porque Schwartz había desempeñado en su juventud labores de editor de revistas de ciencia ficción y agente de escritores de ese género, el caso es que uno o ambos conocían la novela y decidieron que el título tenía gancho.

Sea como fuere, no había nada en aquella primera historia publicada que indicara su carácter de entrega inicial de una nueva serie. Quizá fuera que ni Schwartz ni Fox la contemplaran como material apto para una continuidad, pero lo cierto es que, tras reconsiderarlo, se dieron cuenta del potencial de la premisa de partida, premisa con la que ambos jugaron, retorciéndola y modificándola en las nueve historias que acabaron finalmente componiendo la trayectoria del trío protagonista.

El siguiente episodio, “¿Qué pasó en Sirio 4?”, apareció tres números después… pero cinco meses más tarde. En 1961, “Mystery In Space” tenía una cadencia de ocho números anuales, así que entra dentro de lo posible que Schwartz tuviera tiempo suficiente para recibir suficientes comentarios positivos de los lectores acerca de aquella primera entrega como para reconsiderar su continuidad. Después de un hiato de cinco números, la tercera entrega se publicó en “Mystery in Space” nº 74 (marzo 1962). Durante el siguiente año y medio, los Star Rovers irían apareciendo cada tres números antes de ser trasladados a su título gemelo, “Strange Adventures”, para sus dos últimas historias (nº 159 –diciembre 1963- y 163 –abril 1964-). Todas ellas fueron dibujadas por Sid Green en el estilo sencillo, clásico y al mismo tiempo elegante propio de muchos de los artistas de DC de la época.

Los Star Rovers son un trío de aventureros amateur: Rick Purvis, playboy y atleta; Karel
Sorensen, antigua Miss Sistema Solar y certera tiradora; y Homero Glint, explorador, novelista y deportista. Cada uno de ellos lo suficientemente rico como para poseer sus propias naves, juntos constituían la “jet-set” espacial de la galería de personajes futuristas de la casa, un equipo que se entretenía compitiendo por resolver misterios interplanetarios y enfrentarse a peligrosas especies alienígenas.

Todas sus historias estaban cortadas por un patrón similar: plantear un enigma, permitir que cada personaje aportara su posible solución y juntar las tres para llegar a la auténtica respuesta. Así, en su primera aventura, “¿Quién atrapó al langorilla?”, vemos como en el año 2160, Karel Sorensen regresa a la Tierra desde el planeta Zaddara para narrar a una muchedumbre cómo capturó a la criatura conocida como Langorilla (“¡llamada así porque tiene las características de una langosta y un gorila!”). Pero su rueda de prensa es interrumpida por Rick Purvis y Homero Glint, cada uno de los cuales afirma que ha sido él quien ha realizado la captura. Esta fue la premisa que se repetiría en las siguientes aventuras: tres amistosos competidores tratando de superar a los demás sólo para encontrarse con que la verdadera respuesta al enigma es una cuarta posibilidad. Curiosamente, el término Star Rovers no aparecería hasta la tercera entrega, en “Mystery In Space” nº 74 (marzo 1962).

En los siguientes episodios los lectores verían al trío protagonista tratar de resolver el misterio
de un planeta devastado, enfrentarse a desafíos individuales en una isla flotante paradisíaca, averiguar el origen de una espada mítica, discutir quién merece una medalla por salvar la Tierra, oponerse a duplicados exactos de ellos mismos, encontrar el paradero de nuestro planeta tras ser robado, superar enfermedades que les impiden volver a casa o derrotar a alienígenas hostiles.

En mayo de 1964, Julius Schwartz abandonó el cargo de editor de las colecciones de ciencia ficción para pasar a coordinar los títulos de Batman. Fue sustituido por Jack Schiff, una de cuyas primeras decisiones fue cancelar los Star Rovers. Según él mismo admitió, no comprendía su planteamiento.

En lugar de criticar su estrechez de miras, quizá habríamos de concederle a Schiff su capacidad para reconocer las propias limitaciones. Después de todo, sus esfuerzos por continuar series iniciadas por Schwartz como “Adam Strange” o “Star Hawkins” distaron mucho de ser memorables. Schiff fue un buen profesional, pero su talento nunca se distinguió por ser capaz de asumir series creadas por un editor anterior, especialmente uno con la personalidad de su predecesor.

Retomar a los Star Rovers ha sido siempre una tarea pendiente para DC. Como le pasó a Jack Schiff, los editores nunca supieron muy bien qué hacer con unos personajes que pasaban la mayor parte del tiempo pensando e intercambiando ideas en lugar de peleando y corriendo de aquí para allá. No parecían los mejores candidatos para un mercado del comic centrado en la acción a raudales y la espectacularidad.

Sin embargo, sus historias fueron reeditadas varias veces en la década de los setenta (en
colecciones como “Strange Adventures”, “From Beyond the Unknown” o “DC Super-Stars”). En 1990, Howard Chaykin los recuperó para su miniserie “Twilight”, de la que ya hablé en otra entrada. Baste decir que se trató de una revisión oscura y poco heroica de todo el panteón futurista de la editorial a la que los Star Rovers no escaparon. Rick Purvis siguió siendo un gran deportista, pero su personalidad era la de un idiota codicioso y pagado de sí mismo; Karel se transforma en una deidad frígida y vanidosa y Homero Glint en un cínico arribista. En épocas más recientes aparecieron en la colección “Starman” y en el reboot editorial “52”, si bien el que fueran transformados en contrabandistas indicaba claramente que, aparte del nombre, no quedaba ya en ellos nada del espíritu original.

1998- FIRST WAVE

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A mediados de los noventa, American Zoetrope, la productora cinematográfica y televisiva de Francis Ford Coppola, se planteó la posibilidad de lanzar una nueva serie televisiva de acción. Para ello, contrataron al guionista Chris Brancato, que había comenzado su carrera como ayudante de producción para la serie antológica de terror de los ochenta “Cuentos desde la Oscuridad” y escrito en 1998 la secuela de “Species”, una película de invasiones extraterrestres. Para su nuevo encargo, dijo haber buscado inspiración en dos clásicos televisivos de los sesenta: “El Fugitivo” y “La Dimensión Desconocida”.

La pesadilla de Cade Foster comenzó cuando realizaba una presentación de sus productos en una sala de reuniones. A mitad de la misma, ve cómo, desde su maletín, le mira una horrible cabeza decapitada. Luego averigua que su tarjeta de crédito y fondos en el banco han desaparecido misteriosamente. Su jefe recibe un email anónimo desvelando su pasado como criminal: “Treinta y dos robos, tres atracos a bancos, falsificador experto, maestro del disfraz y considerado peligroso aun cuando no utilice armas”. A raíz de esto, Foster es despedido inmediatamente.



Deprimido, llega a casa para encontrársela saqueada y a su mujer, Hannah, escondida en la bañera, aterrorizada. Foster se entera de que se ha convertido en el objetivo de unos extraterrestres, los Gua, cuya intención es apoderarse del mundo. Su objetivo son nuestros recursos naturales, y si su exploración preliminar concluye que la especie humana es suficientemente débil, será exterminada.

El ex ladrón encuentra un antiguo libro de profecías escritas en verso por el famoso ocultista Nostradamus en 1564, en las que se predicen la destrucción de la Tierra en tres etapas (de ahí el título, que se puede traducir como Primera Oleada): invasión secreta, actualmente en curso; ataque directo desde el cielo; y, finalmente, el Apocalipsis. Nostradamus sugería la intervención de un “Hombre Doblemente Bendecido”, el salvador destinado a detener la invasión.

Por si necesitaba más pruebas, cuando Foster hace el amor con su mujer, ésta se transforma en una criatura parecida a un calamar que trata de asfixiarlo con uno de sus tentáculos. Consigue
escapar a duras penas y se entera de que la verdadera Hannah ha sido asesinada y se le busca a él como sospechoso del crimen. Foster se convierte así en un fugitivo de la policía que, además, debe encontrar a los alienígenas que se esconden entre nosotros y detener la invasión.

Al principio, muchos telespectadores y fans de la ciencia ficción acogieron la nueva serie con escepticismo. Eran ya demasiadas las historias de invasiones extraterrestres que habían desfilado por la televisión como para ilusionarse ante la perspectiva de una más. Sin embargo, el planteamiento de Brancato consiguió ir reuniendo un creciente número de seguidores; y ello fue en parte gracias al protagonista, un individuo que asume su misión a regañadientes, lleno de frustración e ira.

A Brancato no le hacía mucha gracia que se comparara –inevitablemente- a su serie con otra de
esquema muy similar: “Los Invasores” (1967-1968). En ésta, el protagonista David Vincent (interpretado por Roy Thinnes), perdía a su novia, veía asesinado a su socio y su carrera profesional como arquitecto era reducida a cenizas por los malvados extraterrestres. Recorriendo el país de punta a punta, trataba de atrapar algún alien y demostrar así su existencia, algo que no era fácil porque, como en “First Wave”, los extraterrestres resplandecían y se desvanecían al morir. En ambos casos, los héroes titulares eran ayudados por su mejor amigo, que, también en ambos casos, resultaba ser un experto en ordenadores.

Desde luego, parecían demasiadas coincidencias como para ser casual. Pero aunque “Los Invasores” había sido una serie muy popular en su momento para la ABC en su primera temporada (tuvo dos) y la influyente “TV Guide” proclamó a Vincent como uno de los héroes legendarios de la televisión, Brancato consideraba aquel programa como algo ya olvidado por el telespectador moderno y susceptible de ser revisado y actualizado, si bien esto último nunca lo admitió.

El actor protagonista de “First Wave”, Sebastian Spence, era (como lo fue David Vincent en su momento) un cruce entre James Dean y Clint Eastwood, con indudable atractivo pero, al principio, considerado excesivamente joven para el papel. De hecho, antes que a él se consideraron tres actores de más edad y experiencia. Nativo de la provincia canadiense de Newfoundland, la relación de Spence con el mundo interpretativo le viene de familia, pues su padre es un dramaturgo y su madre una actriz. Su primera película fue la secuela de un galardonado telefilme canadiense sobre abusos infantiles, “Los Niños de San Vicente” (1992), en el que interpretaba a un joven atormentado por los recuerdos de la violencia sufrida en el orfanato. Quizá ese papel o lo que aprendió de él influyera en la decisión final de los productores de “First Wave” a la hora de escogerle para encarnar un personaje angustiado y abrumado por lo experimentado en su reciente pasado y por la misión que tenía por delante. Hubo quien criticó a Spence por interpretar el papel de Cade Foster con excesiva seriedad. Pero seamos sinceros y pongámonos en su lugar. Si fuéramos unos vendedores con una existencia normal y nuestra vida hubiera sido destrozada por extraterrestres, ¿nos quedarían muchas ganas para bromear?

El compañero de Foster, “Crazy” Eddie Nambulous, era un solitario que vivía en una caravana
y publicaba un boletín digital antigubernamental titulado “The Paranoid Times”. A Eddie le cuesta inicialmente confiar en Cade y prefiere quedarse con su adictivo estilo de vida basado en las Pepsi, las patatas fritas y los tacos mexicanos. El actor Rob LaBelle, con su aspecto desaseado, actitud quejumbrosa y voz siempre afectada por un perpetuo sentimiento de miedo, realizó una ajustada interpretación. A diferencia de Cade, que se enfrentaba a los aliens de frente, Eddie reaccionaba como lo harían la mayoría de los espectadores: aterrorizándose. Fue reuniendo coraje conforme la serie avanzaba aunque no sería hasta la segunda temporada que comenzó a participar directamente en la acción.

Eddie era un individuo completamente quemado por tres fracasos matrimoniales y un sentimiento paranoico de que alguien intentaba manipularle la mente. Se había refugiado en el ciberespacio para cultivar sus fantasías, pero esencialmente era un buen tipo que quería hacer justicia. Es por ello que termina sintiendo un gran respeto por Cade, a quien no sólo considera el único que puede salvar al mundo sino que a un nivel inconsciente entiende que gracias a él su vida vuelve a tener un propósito. Y aunque el temperamento de ambos es muy diferente (Cade es más impulsivo mientras que Eddie prefiere la cautela) y discuten a menudo, ambos siente un gran respeto mutuo.

“First Wave” puso un gran énfasis en llegar a la franja demográfica de los espectadores
comprendida entre los 18 y 34 años. Brancato definió a su propia creación como “ciencia ficción sexy”, y la mayoría de los episodios incluían alguna mujer escasamente vestida. La idea subyacente era que, dado que las personas atractivas tienen más éxito, son más influyentes y más capaces de manipular al prójimo, las adversarias femeninas de Foster habrían de asemejarse a modelos de Playboy. Un cínico puede rechinar los dientes ante tan burda premeditación, pero lo cierto es que “TV Guide” le dedicó al programa palabras como: “tiene algo para todo el mundo. A los aficionados les encantará “First Wave”.

De todas formas, Brancato trató de satisfacer a todos los espectadores e intercambiaba regularmente información, ideas y mensajes con los fans a través de los foros de Internet. Era la manera de ir ajustando la serie a los deseos de los aficionados. Así, cuando las opiniones respecto al personaje del coronel Grace (la mujer de mediana edad encargada de perseguir a Cade) no fueron favorables, los productores la quitaron de en medio abruptamente a mitad de la primera temporada.

Cade Foster pronto averiguaba que había sido uno de los 117 sujetos sometidos a pruebas y tests por parte de los alienígenas con el fin de determinar sus fortalezas mentales y físicas. Todos murieron excepto él. Los extraterrestres le devolvieron a la sociedad con todos los recuerdos referentes a ese suceso borrados. A continuación, sabiendo que Foster sí sería capaz de frustrar sus planes de invasión, procedieron a arruinarle la vida.

La publicidad inicial de la serie presentaba a Foster como una mezcla del Bruce Willis de “Luz
de Luna” y el Robert Redford de “El Golpe”. Pero la guerra encubierta contra los aliens acabó pasando factura en la simpatía natural de Foster, un cambio que a Spence, como hemos dicho más arriba, le vino bien a la vista de su experiencia interpretativa previa.

En la primera temporada Foster descubrió criaturas acuáticas humanoides criadas en una granja, una portal a otra dimensión, superhombres creados a base de mutaciones en su ADN e incluso una banda de rock cuya música instigaba comportamientos violentos. Pero cualquier prueba de intervención alienígena siempre desaparecía convenientemente para ellos –y para los guionistas de la serie, que así podían alargar el esquema ad infinitum-. Pero al menos Foster pudo aprender más sobre sus adversarios, los Gua, provenientes de una galaxia llamada ABell 2029, a mil millones de años luz de la Tierra. Su auténtico aspecto recordaba a una mezcla de calamar y cocodrilo.

Foster también encontró a Joshua (Roger R.Cross), un alienígena que había adoptado la forma de un hombre negro y que se oponía a los planes de invasión de sus congéneres. Ambos, si no a confiar en el otro, sí aprendieron a respetarse, pero lo más importante es que este descubrimiento hizo que Foster albergara la esperanza de encontrar más aliados entre las filas enemigas.

En el último episodio de la primera temporada, Joshua se opone ante los suyos a un ataque sobre la Tierra defendiendo el valor de la especie humana, mientras que Maya, la impactante líder Gua, presiona para que aquél se lleve a cabo. La historia se deja en suspenso cuando los extraterrestres preparan para votar y, con ello, decidir el destino del planeta.

Rodada en Vancouver, Canadá, por motivos presupuestarios y fiscales, “First Wave fue, sobre todo, un drama y un thriller más que un show de efectos especiales y elaborados maquillajes. Ello hacía que el trabajo de los actores tuviera una mayor relevancia en el resultado final. Pero la crítica no se sintió suficientemente impresionada por ellos. Reprocharon sus ramalazos cursis, la falta de atractivo y energía de su protagonista principal y la falta de agilidad con que se desarrollaban unos argumentos que, demasiado a menudo, caían en la reiteración. La opinión general era que, pese a ser entretenida y tener cierto potencial, no se trataba ni mucho menos de una serie que
pudiera compararse a, por ejemplo, “Expediente X”, otro programa relacionado con las conspiraciones y el mundo oculto tras la realidad aparente.

A pesar de su discretos éxito y resultados artísticos, Sci-Fi Channel, la cadena que había comprado la serie, optó por renovarla otra temporada. Uno podría preguntarse por los motivos que llevaron a tal decisión habida cuenta de que la televisión norteamericana suele ser implacable con las cifras de audiencia, especialmente en las primeras temporadas, ya que se asume que éstas nunca suelen mejorar en años subsiguientes. Puede que confiaran en el potencial del show y el nombre de Francis Ford Coppola, que aparecía como productor ejecutivo; o puede que, simplemente, se debiera a motivos contractuales: en una decisión muy poco habitual en ese medio, Sci-Fi Channel había contratado inicialmente la nada despreciable cifra de 66 episodios, por lo que, probablemente, no tuviera más remedio que comprarlos y emitirlos todos.

Mientras tanto, se corrió el rumor de que Spence no estaría disponible para la segunda
temporada. Las exigencias físicas del guión –correr, luchar y recibir palizas por parte de aliens más fuertes que su protagonista – habían agravado una vieja dolencia de su espalda hasta tal punto que hubo de someterse a cirugía. A ello se añadió la organización de un casting para un nuevo personaje. Al final, esto último resultó obedecer solamente, según la productora, a requerimientos de la compañía aseguradora en caso de que el actor no se recuperara lo suficiente como para encarnar a Foster una segunda temporada. Pero los pronósticos más pesimistas no se cumplieron y cuando se retomó “First Wave” en septiembre de 1999, Spence estaba allí para continuar su caza.

En la segunda temporada se revelaba que Joshua consiguió finalmente impedir la invasión mientras Foster continuaba su periplo por todo el país intentando encontrar al alien que mató a su mujer y reunir pruebas de la existencia de los extraterrestres. Sin embargo, todas los trances por los que se veía obligado a pasar lo iban distanciando más y más de su humanidad original, convirtiéndose en un ser agresivo y amargado. Angustiado por su conocimiento de lo que estaba por venir, su alma se fue oscureciendo y llegó a estar dispuesto a morir con tal de acabar con los extraterrestres. En este
segundo año Foster se enfrentaba una mujer alienígena en una isla desierta, unía fuerzas con un periodista para destapar la amenaza, se encontraba idolatrado por un grupo de motoristas que habían estado luchando por su cuenta contra los extraterrestres y descubría todo un equipo de rugby controlado por una belleza alien.

El episodio “Los Creyentes” cerraba la segunda temporada y en él Foster y Eddie ocupaban una emisora de televisión para alertar a sus 200 millones de espectadores sobre la existencia de los alienígenas. “Estoy haciendo esto porque no tengo más opciones”, afirma Foster, pero Eddie no lo tiene tan claro y está aterrorizado. “Lo siento en los huesos, Cade. Hoy es el día que moriremos”. Tuvo razón a medias. El final nos mostraba a Foster víctima de un disparo en directo por un francotirador. La cámara retrocede desde el cuerpo de Cade, con sus ojos abiertos mirando hacia lo alto mientras un charco de sangre se va formando tras su cabeza. Vemos al tirador recogiendo su fusil. Es Eddie.

En el episodio inaugural de la tercera temporada, “Mabus”, Eddie explicaba lo que había
sucedido. Quien murió fue en realidad un clon de Foster creado por los aliens para albergar a su líder, Mabus. Pero Cade y Eddie robaron la copia y consiguieron ponerlo frente a las cámaras de televisión para matarlo, fabricando un mártir para su causa y engañando de paso a la policía al hacerles que era el verdadero Foster el asesinado.

A pesar del entusiasmo del reparto, el personal técnico y de producción, “First Wave” siguió sin conseguir despertar el interés de los espectadores y la crítica. En un intento final –y desesperado- por anular esa apatía, se presentó el tercer año el personaje de Jordan Radcliffe, interpretado por la antigua actriz porno Traci Elizabeth Lords. Jordan, líder de un grupo de combatientes clandestino, La Nación del Cuervo, y en busca de su propia venganza por el asesinato a manos de los aliens de sus padres y hermano. Fue una incorporación que no gustó a todo el mundo, incluido algunos miembros del reparto. Respondía a una evidente y torpe maniobra de marketing con la cual se pretendía atraer a un tipo diferente de espectador, pero lo que en realidad se debería haber hecho es prestar más atención a los argumentos individuales y la trama general que los unía.

Los soldados de Jordan consideran a Cade un héroe, pero las personalidades de ambos chocan a menudo. Cuando ella mata a sangre fría a un prisionero Gua, Cade protesta y ella salta: “¿Ama a tu enemigo? ¡A la mierda!”. Por supuesto, hay tensión sexual entre ellos, pero nunca llega a consumarse. La Nación del Cuervo es exterminada más adelante por los extraterrestres, dejando sólo a Cade, Eddie, Jordan y Joshua para continuar la guerra secreta.

A medida que la serie avanzó, mejoraron la fotografía y la edición, y se presentaron historias más atrevidas, como “Terminal City”, en la que Cade viaja al año 2009 para encontrarse una versión cínica y derrotada de sí mismo al no haber podido impedir la invasión. Bracato quería plantear una cuarta temporada en la que el enfrentamiento con los Gua sería ya abierto y feroz, pero el programa, una vez emitidos los episodios comprometidos inicialmente, fue cancelado por Sci-Fi Channel.

No obstante, no ocurrió como con tantas series que dejan a sus espectadores perpetuamente huérfanos de un final para el programa que han seguido fielmente. Las noticias de la cancelación llegaron a tiempo para que Brancato y el equipo técnico pudieran rodar un final. Así, en el último episodio, “Doblemente Bendecido”, emitido en febrero de 2001, los cuatro protagonistas conseguían matar a Mabus y destruir las fuerzas alienígenas preparadas para la invasión. Fue un final apresurado, improvisado y poco satisfactorio, pero final al fin y al cabo.

“First Wave” tuvo el valor de poner a los actores y la historia por delante de la mera
espectacularidad. El resultado no fue especialmente notable en buena medida debido a que los distintos guionistas que intervinieron en ella se dedicaron a alterar de forma drástica las bases argumentales construidas tras ellos. Aunque a Brancato no le guste que se lo mencionen, lo cierto es que la serie bebía mucho de la ya mencionada “Los Invasores”, que en su momento fue mucho más innovadora tanto en sus atrevidas propuestas (para la televisión de la época) como en su estética tendente a lo siniestro. “First Wave” no supo ser ni tan original ni tan atrevida y por eso hoy es una serie mayormente olvidada a pesar de no haber transcurrido muchos años desde su estreno.


1960- VENUS MÁS X – Theodore Sturgeon

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Tras la Segunda Guerra Mundial, el mercado editorial norteamericano entró en un periodo de expansión en el que se popularizó el formato de libro de tapa blanda. Al mismo tiempo, y hasta cierto punto gracias a ello, la ciencia ficción alcanzaba su madurez al disponer sus autores de un formato que les permitía desarrollos más complejos de sus historias e ideas y el acceso a un público más amplio.

También por entonces el género inició una deriva escéptica y pesimista. El desarrollo del armamento nuclear a gran escala y la amenaza real que ello suponía para la vida sobre el planeta hizo que muchos autores vieran a la tecnología más como un arma de destrucción masiva que como una herramienta con la que construir un brillante futuro. Pero no fueron todos. Theodore Sturgeon, uno de los principales escritores de ciencia ficción de los cincuenta, fue uno de los que trató de oponerse al sentimiento anti-utópico que se había asentado en la sociedad.



Se ha escrito con frecuencia que “Venus Mäs X” fue uno de los más sólidos intentos de producir ficción utópica en Estados Unidos, un subgénero poco practicado por los escritores de ese país. Es una apreciación con la cual sólo estoy parcialmente de acuerdo. Ciertamente, el comienzo y la estructura de la mayor parte del libro se corresponde con lo que tradicionalmente habían expuesto en sus novelas autores utópicos del siglo XIX como Edward Bellamy (“El año 2000: Una visión retrospectiva”, 1888) o William Morris (“Noticias de Ninguna Parte”, 1891).

En estos libros, el protagonista despertaba (normalmente tras un letargo, natural o artificial pero nunca bien explicado) en un futuro lejano. Enseguida se encuentra con un personaje sabio, afable y buen conocedor de ese mundo, que actúa como guía y maestro del recién llegado. El lector podía tomar conciencia de las profundas imperfecciones de la sociedad contemporánea al compararla con lo que el protagonista veía y escuchaba. Eran obras en las que el mensaje era más importante que la acción dramática, acercándose más al ensayo que a la novela de ficción propiamente dicha. El desarrollo de una trama y la construcción de personajes quedaban supeditados a la descripción de los diferentes aspectos de la sociedad utópica.

Pues bien, la novela de Sturgeon está planteada de una forma similar. El protagonista, Charlie Johns, aparece súbitamente en Ledom (“Model” escrito al revés), lo que parece ser un futuro utópico. Ha sido transportado deliberadamente (mediante una máquina cuyo funcionamiento no resulta muy convincente aunque solo al final averiguamos el por qué tenemos esa impresión) por unos afables seres que le informan de que ha sido llevado allí para que observe, aprenda y se forme un juicio sobre ellos, puesto que, según dicen, están interesados en interpretar el entorno que han construido a través de sus ojos. Luego, será libre de quedarse o regresar a su tiempo.

Empieza entonces el viaje de descubrimiento de Charlie por el mundo del futuro. Evidentemente, le sorprende la avanzada tecnología de campos de fuerza que permite todo tipo de maravillas, especialmente la construcción de edificios de formas imposibles. Y que aunque la vida en Ledom depende íntegramente del uso de esa tecnología, todos sus habitantes aprecian la vida agrícola y pasan mucho tiempo en el campo aprendiendo a cultivar.

Pero lo que realmente interesa a Sturgeon no son tanto los posibles avances científicos y su impacto en la sociedad como la estructura de esa misma sociedad y la forma en que nos relacionamos con ella a nivel colectivo; y, particularmente, en relación con el sexo. Porque en lo que más se aleja Ledom de la América de la década de los cincuenta es en su actitud hacia el sexo y el género: sus habitantes son todos hermafroditas (ojo, no bisexuales, como algunos han interpretado erróneamente. La bisexualidad es una orientación sexual mientras que el hermafroditismo es un término biológico), algo que al principio repugna al viajero pero que luego interpreta como una situación ideal al comprobar que han desaparecido las tensiones derivadas del sexo, ya sean individuales o colectivas.

Y es que en vez de las formas represivas y discriminatorias del pasado, la práctica del sexo en Ledom es considerada como algo natural, una actividad saludable que se practica únicamente como una expresión de mutuo afecto. Eliminadas las fricciones derivadas de la tensión sexual entre géneros y sus luchas por la preeminencia, la sociedad ledomita ha alcanzado un alto grado de serenidad y ausencia de violencia.

Pero la novela tiene otra parte, inserta en el cuerpo principal y narrada alternativamente a la peripecia de Charlie Johns. En ella, Herb Raile y su familia llevan la típica existencia de la clase media suburbana de la América de los cincuenta. Raile trabaja en una agencia de publicidad y se halla así en una posición privilegiada para observar la emergente cultura de consumo y la amplia separación de sexos que contrastan con el sencillo mundo de Ledom. Sin embargo, el propio Raile es consciente del cambio que ya se está operando en la sociedad: su mujer se va con las amigas a los bolos a tomar cervezas y charlar de trabajo mientras él se queda con el vecino preparando el biberón para su hijo y ojeando revistas de moda. Y no se siente cómodo con ello.

La novela se desarrolla con un ritmo lento y expositivo hasta que en su última parte la trama empieza a moverse con rapidez cuando Johns descubre que también el paraíso de Ledom esconde su propia serpiente, un secreto que sólo unos pocos conocen y que podría desestabilizar toda esa sociedad. La conclusión es tan inesperada como bella…y ambigua, ya que debe ser el lector quien decida si lo que nos aguarda es la destrucción o un brillante futuro.

La propia naturaleza de la ciencia ficción, en la que se describen innumerables sociedades y culturas del futuro y/o de otros planetas, la convierte en un medio ideal para plantear cuestiones peliagudas sobre nuestros prejuicios sexuales. Sin embargo, no fue un camino fácil. Durante décadas, la ciencia ficción en Estados Unidos estuvo casi exclusivamente confinada al ámbito de la serialización en revistas especializadas cuya política editorial solía excluir todo aquel material sexualmente explícito. En este sentido, Kay Tarrant, editora ayudante del mítico John W.Campbell en “Astounding Science Fiction”, se hizo famosa por su prudencia al respecto, haciendo que muchos autores eliminaran de sus historias lo que ella consideraba escenas y lenguaje “ofensivos” si querían verlas publicadas. En parte ello respondía a la mentalidad de la época, y en parte para proteger a los adolescentes que formaban el grueso de los lectores de las revistas. Para algunos de aquellos escritores, tratar de engañar a Tarrant se convirtió en una especie de juego.

A finales de la década de los cincuenta y durante los sesenta, se produjeron dos fenómenos que contribuyeron a modificar la situación. Por una parte, como apuntaba al comienzo, el formato de libro, en el que cada vez más autores empezaron a publicar directamente, permitía enfoques más adultos. Y, por otra, la ciencia ficción empezó a registrar un creciente número de mujeres escritoras y la consiguiente introducción de más personajes femeninos. Algunos relatos empezaron a ir más allá de incluir casualmente a mujeres en sus narraciones o reclamar una igualdad limitada basada en el rechazo a la diferencia. Cierto número de novelas empezaron a introducir soluciones más igualitarias a la “Batalla de los Sexos“.

Curiosamente, los primeros en dar los pasos iniciales en esta revolucionaria dirección ni fueron mujeres ni lo hicieron en los sesenta. A comienzos de la década de los cincuenta, Philip José Farmer y Theodore Sturgeon ya trataron el tema sexual de forma seria y explícita reconociendo que en un género que se enorgullece de imaginar sociedades nuevas y diferentes, el tabú sexual era absurdamente anacrónico, especialmente teniendo en cuenta que la ficción realista ya hacía tiempo que había empezado a eliminarlo. Farmer se adentró en el amor (y el sexo) entre especies tanto en la novela “Los Amantes” como en varias de sus narraciones cortas.

Sturgeon, por su parte, consideró el tema lo suficientemente importante como para construir alrededor de él una novela. Aunque la mayoría de su producción siempre consistió en cuentos y novelas cortas, fue uno de los autores más influyentes y apreciados de la época, quizá porque siempre le interesó más utilizar sus relatos para situar a los hombres ante desafíos de carácter psicológico que para describir mundos hipertecnológicos. En “Venus Más X”, la última novela de ciencia ficción que escribió (aunque, cada vez con menos energía, siguió firmando relatos cortos hasta su muerte en 1985) optó por la vía radical de fusionar ambos sexos en uno solo, desafiando de esta manera las presiones derivadas de las diferencias biológicas entre hombre y mujer.

En este libro, Sturgeon postula que la igualdad sólo puede conquistarse eliminando la diferencia biológica entre ambos sexos. En su igualitario y tolerante Ledom, todos los individuos son idénticos en su androginia, todos cuentan con órganos genitales masculinos y femeninos y todos pueden quedar embarazados y dar a luz. Las relaciones de género contemporáneas se comparan desfavorablemente con las existentes en Ledom, criticando de paso las construcciones sociales de masculinidad basadas en la identificación y potenciación de una diferencia en realidad poco importante: “Y si usted no procediera de una cultura que se concentró tan exhaustivamente en unas diferencias que no eran en sí mismas tan drásticas, sería capaz de ver lo pequeñas que son realmente las diferencias”.

El objetivo de hacer tanto hincapié en la diferencia entre sexos no sería otro que el de privar de poder al sexo femenino: “Las culturas dominadas por el padre buscan siempre imponerse sobre las demás. Las otras no. De este modo la cultura patriarcal tiende a establecerse como cultura dominante, mientras que el matriarcado bulle en su interior, se revuelve ocasionalmente, la mayoría de las veces es sofocado. (…) El patriarcado se envenena a sí mismo. El matriarcado tiende a la decadencia, que es simplemente otra forma de veneno”.

“Venus Más X” anticipó muchas de las preocupaciones sobre sexo y sexualidad que impregnarían la década de los sesenta, aunque es una novela cuyas raíces se asientan claramente en los cincuenta (por ejemplo, su versión de esa década acaba en un holocausto nuclear). Entre otras cosas, el libro nos recuerda que el sentimiento utópico de muchos movimientos culturales de los sesenta se había estado gestando en realidad en los cincuenta y no deberían interpretarse simplemente como una reacción contra la década precedente. De hecho, mientras que las aspiraciones utópicas de la cultura occidental se debilitarían mucho tras la Segunda Guerra Mundial a la sombra de los horrores padecidos, ciertos pensadores –como algunos marxistas soñadores que vendían como paraíso lo que en la práctica era un régimen nefasto- mantuvieron el espíritu utópico vivo.

Nadie puede negar a la novela de Sturgeon su valor pionero y su valentía a la hora de abordar un tema que en la ciencia ficción, como hemos dicho, había sido tabú. Pero es igualmente cierto que su historia flaquea precisamente en la tesis que la sustenta. Por supuesto, nadie puede negar que la discriminación sexual ha estado siempre presente en las sociedades humanas y que el sexo femenino ha sido excluido y marginado de la participación social, política y cultural durante buena parte de la historia. Sin embargo resulta difícil creer que ello sea la fuente principal de los problemas del mundo; y su hipótesis de que, eliminada la brecha entre sexos, se alcanzaría inevitablemente una utopía, es poco verosímil. Dicho esto, es posible no obstante que no fuera eso lo que Sturgeon defendía, sino que sólo lo tomara como núcleo del análisis que quería realizar sobre una parcela de la sociedad humana.

Al fin y al cabo mancilla la utopía que él mismo ha propuesto (ATENCIÓN: SPOILER) cuando se revela que la actitud sexualmente liberal e igualitaria de Ledom se potencia de forma artificial y, en el fondo, forzada: todos los ledomitas se someten a intervenciones quirúrgicas al nacer que erradican las diferencias sexuales y los transforman en hermafroditas. Por tanto, la consecución de la utopía pasa por alterar la naturaleza humana de forma artificial. Y ello, a su vez, implica que la tal utopía sólo puede alcanzarse mediante la supresión de la diferencia, no su aceptación. De hecho, ni siquiera los ledomitas están totalmente seguros de la bondad de su sociedad como demuestran al final del libro, cuando el lector se entera de que Johns es en realidad Quesbu, un ledomita al que no se modificó su anatomía original y a quien se le permite, junto a una hembra en las mismas circunstancias, escapar de ese mundo y, con suerte, convertirse en los Adán y Eva de una raza humana renacida e inalterada. (FIN SPOILER).

Probablemente incluso en 1960 parecería evidente que la solución a los problemas de género no tendría que pasar por soluciones tan radicales. Cincuenta años después, aún queda mucho camino por recorrer pero desde luego la situación –al menos en los países desarrollados- ha cambiado mucho y a mejor.

Más interesante por su permanente actualidad son otras apreciaciones de Sturgeon, como las relacionadas con la religión: “¿Qué hay de malo en obedecer al Dios que uno adora? En teoría no hay nada malo, supongo, especialmente cuando junto con la obediencia surge la creencia en algo vivo... es decir, en un Dios contemporáneo y en cierto modo comprensible. Pero en la práctica, la mayoría de las veces la mano de Dios en los asuntos humanos es una mano muerta. Sus dictados se hallan formulados en las interpretaciones de los Antiguos, de una forma u otra... gentes ancladas en el pasado, con sus recuerdos deteriorados, sus ojos cegados, y todo el amor desecado en ellos

O la relación del hombre con la tierra y su desconexión, en el mundo actual, con los ciclos naturales, el trabajo manual y el verdadero origen de lo relevante: “Las civilizaciones poseen una forma perniciosa de educar clases enteras e incluso generaciones de personas que viven extirpadas, dos, diez, cincuenta veces extirpadas, de las técnicas manuales. Los hombres pueden nacer, vivir y morir, y nunca haber movido una paletada de tierra, o haber aserrado un madero, o tejido una tela, o ni siquiera haber visto una pala, una sierra o un telar (…) Tales hombres poseen un valor de supervivencia extremadamente limitado. Se han adaptado a su entorno, como deben hacer todas las criaturas para sobrevivir... pero ese entorno es una enorme y complicada máquina; hay muy pocas posibilidades de realizar algo tan básico como el simple hecho de arrancar una fruta o descubrir y cocinar la hierba adecuada. Si la máquina resultara destruida, o simplemente alguna parte de ella, pequeña pero importante, dejara de funcionar, todos los que se hallan encadenados a ella se encontrarían completamente indefensos en el corto lapso de tiempo que tardara su estómago en vaciarse”. Una idea esta tan o más interesante que el tema sexual por el que el libro es hoy recordado.

En otro pasaje, Herb divaga distraídamente sobre lo absurdo del sistema de producción contemporáneo y su incomprensión de la naturaleza humana: “Toma algunos genios absolutos del embalaje, y hazles diseñar una caja que puedas abrir presionando una esquina a lo largo de una línea punteada, hasta que aparezca una cinta de la que baste tirar para abrir el envase estanco interior. Nueve ingenieros queman sus meninges diseñando la maquinaria de empaquetado. Dieciséis jefes de compras se vuelven locos buscando los materiales idóneos. Veintitrés jefes de almacén hacen llamadas telefónicas hasta las dos de la madrugada para recibir a tiempo setenta mil toneladas de material. Y cuando la caja llega finalmente a tu cocina, la abres con el cuchillo de cortar jamón”.

El principal inconveniente de “Venus Mas X” es que, como muchas obras utópicas, se aproxima más un tratado filosófico que a una novela. La trama es una mera excusa argumental sobre la que construir un discurso en ocasiones demasiado escorado hacia el didactismo. Sin embargo, el talento de Sturgeon hace que su lectura no resulte indigesta, que sepa condensarlo todo en una extensión razonablemente breve, exponerlo con una prosa ágil y efectiva y rematarlo con algunos giros sorprendentes que cuestionan todo lo anterior.

Puede que no sea una obra que podamos situar a la altura de otras firmadas por algunos de sus contemporáneos, pero nadie se atreverá a quitarle su consideración de clásico del género, porque, como toda la buena ciencia ficción, desafía al lector a que se examine a sí mismo y a su relación con la sociedad que le rodea y de la que forma parte.

2009- LOS SUSTITUTOS – Jonathan Mostow

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En su momento llamó la atención que a “Los Sustitutos”, una producción de Walt Disney Studios bajo el sello Touchstone, no se le organizara el habitual pase previo para los críticos. Esa decisión se interpretó como un intento de evitar malas críticas antes del lanzamiento de un producto en el que ni siquiera el estudio tenía confianza. ¿Por qué? No se sabe, pero quizá los ejecutivos pensaron que no había suficientes dosis de acción para el público objetivo –el adolescente- que ellos habían considerado desde el inicio; o pensaron que era un producto demasiado cerebral para el poco exigente espectador medio; o quizá fue que tuvieron miedo del aspecto anti-heroico que mostraba un icono del cine de acción como Bruce Willis, su protagonista.

Sea como fuere, el estudio ni se gastó demasiado en publicitar la película ni quiso suavizar las cosas con los críticos. Sin embargo, cuando los aficionados a la ciencia ficción fueron a ver la cinta, se encontraron con una grata sorpresa. Y es que “Los Sustitutos” resulta ser un producto considerablemente más competente que buena parte de los bien publicitados blockbuster que se estrenan en un año cualquiera.



Los críticos no trataron bien a la película. El problema –si es que se puede llamar así- es que la mayor parte de ellos no consideran más que el aspecto cinematográfico de una producción, mientras que un aficionado a la ciencia ficción puede apreciar otros aspectos más sutiles relacionados con el género que a aquéllos o bien les pasan desapercibidos o bien no les interesan particularmente.

En el año 2017, la utilización de Sustitutos –cuerpos artificiales físicamente perfectos y con capacidades potenciadas que un operador humano puede controlar física y mentalmente a distancia- se ha convertido en la norma. Han reducido el crimen y han contribuido a solucionar muchos problemas sociales…y han creado otros, aunque no se quieran reconocer. Cualquier interacción social se realiza a través de los sustitutos y aunque se han reducido las muertes por accidente, también ha aumentado el aislamiento. La gente ya no se siente cómoda tratando con el prójimo, incluso sus más allegados, sin utilizar como amortiguador el sustituto. Quedan grupos de humanos que rechazan esa nueva cultura pero se han visto obligados a marginarse y recluirse en ruinosos guetos urbanos.

El agente del FBI Tom Greer (Bruce Willis) y su compañera Jennifer Peters (Radha Mitchell) acuden a la escena de un crimen en la que dos sustitutos han sido destruidos en un callejón junto a una discoteca. En cualquier otro caso esto no sería sino un acto de vandalismo, pero aquí uno de los sustitutos está sin registrar.

La investigación les lleva hasta el propietario de ese ejemplar: Lionel Carter (James Cromwell), el hombre que inventó los sustitutos. Era su hijo Jared quien estaba operando clandestinamente ese modelo en particular y, en un caso inaudito de feedback, su destrucción provocó la muerte real de Jared. Al revisar las cámaras de seguridad, Greer ve a alguien
disparando un artefacto al sustituto. Es el primer asesinato cometido en años.

El criminal resulta ser Miles Strickland y su arma un secreto militar que destruye a los sustitutos creando una retroalimentación que mata a su usuario. La persecución de Strickland lleva a Greer hasta las Reservas Dread, una zona sin ley en la que se confinan voluntariamente aquellos que han rechazado utilizar sustitutos y que aceptan el liderazgo del estrafalario Profeta (Ving Rhames).

Allí tiene lugar una violenta batalla en el curso de la cual la mayor parte de los compañeros de Greer mueren fulminados por el arma secreta de Strickland. El propio Greer consigue desconectarse a tiempo de su sustituto, pero éste queda inutilizado. El departamento de Greer lo suspende temporalmente y se niega a dejarle un nuevo sustituto por lo que el agente no tiene más remedio que continuar la investigación sin el amparo del FBI. Pero descubrir lo que cree es una gran conspiración que puede causar un auténtico desastre a nivel global no va a ser nada fácil, porque es la primera vez en muchos años que Greer sale realmente de su domicilio y trata de utilizar su verdadero cuerpo, envejecido y atrofiado por la inactividad.

“Los Sustitutos” está basada en la miniserie de comic del mismo nombre escrita por Robert Venditti y dibujada por Brett Weldele para Top Shelf Productions entre 2005 y 2006 (en 2009, a raíz del estreno de la película se publicaría una precuela, “Los Sustitutos: Carne y Hueso”). El guión fue obra de John Brancato y Michael Ferris, responsables también de otros thrillers como “La Red” (1995) o “The Game” (1997), películas de acción como “Catwoman” (2004) y de ciencia ficción como “Terminator 3: La Rebelión de las Máquinas” (2003) o “Terminator: Salvación” (2009). Ambos guionistas realizaron algunos cambios respecto al comic original, eliminando personajes, cambiando el nombre de otros, trasladando geográficamente la acción y dando al final un tono algo más esperanzador (en el comic, la mujer de Greer prefería suicidarse antes que seguir viviendo sin un sustituto).

Cuando se anunció la película, muchos no esperaron más que un híbrido de acción y ciencia ficción de factura convencional y sin demasiado sustrato intelectual, sobre todo a la vista de la trayectoria seguida por sus guionistas. Pero con lo que se encontraron fue con un film de género con sugerentes ideas que se ajustaba perfectamente a la idea defendida por Joseph W.Campbell en virtud de la cual la mejor ciencia ficción es aquella
que cambia un elemento básico de la tecnología o la sociedad y lo amplia para ver qué efectos tendría sobre la gente y cuáles serían sus reacciones. No es un principio que se ajuste bien a toda la ciencia ficción (“2001: Una Odisea del Espacio”, “Star Wars” o todo el género ciberpunk se apoyan en la introducción de múltiples cambios en todos los ámbitos tecnológicos y sociales), pero sí se puede aplicar a muchas obras del género. “Los Sustitutos” es una de ellas. Hoy, mucha de la gente que acude a los chats de internet no son quienes dicen ser; hombres adultos se hacen pasar por mujeres adolescentes y éstas se añaden años para parecer más sexys; pedófilos a la busca de víctimas fingen ser niños…. En el ciberespacio es posible ser lo que quieras ser. “Los Sustitutos” lleva esa idea al extremo… dejando todo lo demás aparentemente intacto.

En el mundo futuro que retrata la película, todo parece funcionar de forma muy parecida al nuestro. Las ciudades, coches, hábitos sociales, funcionamiento de las instituciones… son similares a las contemporáneas. De lo que se trata es de tomar la posibilidad de que un día la robótica y la informática alcanzaran un nivel tal que los seres humanos pudieran controlar cuerpos artificiales y dejar de usar los propios y explorar algunas de sus consecuencias. Es poco probable que un avance semejante dejara un mundo tan parecido al nuestro, pero eso no importa, porque lo interesante es plantear algunas preguntas tan interesantes como difíciles acerca de la relación entre el hombre y la tecnología. Y eso la película lo lleva a cabo con éxito.

El guionista del comic, Robert Venditti, dijo haberse inspirado en la adicción que algunas
personas, ya entonces, habían desarrollado por internet y cómo quedaban tan atrapados en una vida virtual basada en chats, avatares y juegos online que dejaban de vivir en la realidad. La realidad virtual no era un tema nuevo en absoluto dentro de la ciencia ficción, estando presente ya en la literatura en obras tan tempranas como “La Máquina de Para” (1909) y en películas más tardías como “Matrix” o “Dark City”. En esta línea resulta también evidente la influencia de Philip K.Dick en los principales temas subyacentes de la historia: la dicotomía “mundo real- mundo ilusorio” y la dificultad de distinguir entre ambos; los dopplegangers, y el poder de unas enormes y todopoderosas compañías propietarias de una tecnología capaz de cambiar el mundo.

“Los Sustitutos” no es la mejor historia de aquellas que exploran ese campo temático, pero también está lejos de ser la peor. En concreto, resulta interesante que en vez de plantear un mundo virtual en el que los humanos se refugian o son aprisionados, es la propia realidad la que cede terreno a lo virtual al poblarse de avatares que representan a humanos cuyos verdaderos cuerpos nunca se ven.

El guión acierta también al plantear algunas de las ideas sobre cómo funcionaría ese mundo poblado por sustitutos. Algunos de los momentos más ingeniosos aparecen ya mediado el film, cuando un individuo roba el sustituto de Radha Mitchell y se infiltra en la investigación sin que Bruce Willis sospeche que no es su auténtica compañera; o cuando Willis provoca una discusión con su superior-sustituto, lo desconecta y luego le roba el chip de control con las claves de acceso a las zonas de seguridad; u otras escenas protagonizadas por Rosamund Pike, que interpreta a la esposa de Willis, Maggie Greer y en las que se muestra cómo los humanos han sido capaces de encontrar una forma de drogarse incluso a través de sus sustitutos; o cuando la vemos a ella en su trabajo como “esteticienne” de los rostros artificiales.

Al mismo tiempo, el guión de la película deja al espectador enfrentado a varias cosas implausibles. ¿Por qué aceptarían dos agentes del FBI interrogar a un sustituto en el curso de su investigación? Seguramente la policía no renunciaría a poder leer el lenguaje corporal de un sospechoso o arriesgarse a que el operador sencillamente se desconectara de su sustituto, tal y como hace James Cromwell en una escena.

Otro de los hilos sueltos es la situación de los cuerpos reales. Puesto que la gente se pasa la
mayor parte de la vida tumbada en sus camillas de control cibernético, ¿no padecerían graves problemas físicos, como obesidad o atrofia? De hecho, el mayor problema que experimenta Bruce Willis cuando sale a la calle por primera vez en años, es un eccema a causa de la luz solar, algo de atrofia en los músculos de las piernas y un problema de sobrepeso que le habría impedido realizar cualquier escena de acción. Por el contrario, todos aquellos que vemos separados de sus sustitutos, aunque tienen un aspecto descuidado, no parecen aquejados de severas disfunciones.

La otra crítica que se le puede hacer a “Los Sustitutos” es la actitud ludita que permea todo ese futuro. Como muchas otras películas, el guión cae en el cliché al trazar una línea entre lo artificial/virtual y lo auténticamente humano. Lo artificial ofrece muchos aspectos seductores asociados a la belleza física y la sensación instantánea, mientras que lo humano se interpreta como claramente lastrado por múltiples defectos pero, en el fondo, custodio de las auténticas emociones y sentimientos. Hay mucha gente que asume como cierta esa dicotomía, pero en mi opinión no describe adecuadamente la compleja relación que la especie humana mantiene con lo artificial.

Para explicarlo mejor, reemplacemos a los sustitutos de la película por algo más cercano a
nosotros: internet y los avatares y relaciones virtuales que la gente utiliza a diario y de forma masiva. Pensemos ahora en el clímax del film (ATENCIÓN: SPOILER), cuando Bruce Willis decide que la gente ha quedado demasiado encadenada a sus cuerpos virtuales y destruye el sistema, obligando a todo el mundo a salir a la calle con sus verdaderos cuerpos y enfrentarse al mundo real. ¿Qué opinión tendríamos de él si, en vez de los sustitutos, interpretara que las relaciones virtuales y avatares no eran auténticas y que la solución estaba en acabar con Internet?. O, ¿por qué no? decidiera que la gente ve demasiada televisión y destruyera toda la red de repetidores. No sólo nadie se lo agradecería, sino que lo despellejarían por haberse tomado la libertad de decidir algo que no le correspondía en lugar de dejar a los demás pensar por sí mismos y actuar en consecuencia.

Para la mayoría de la gente, utilizar internet o ver la televisión no es una obsesión compulsiva que absorba toda su vida, sino una herramienta de trabajo, una forma de entretenimiento y
relajación, un medio de ganarse la vida o una forma de comunicarse. Seguramente, muchos internatutas, miembros de redes sociales y seguidores de franquicias audiovisuales preguntarían acertadamente quién tiene el derecho de decidir si la forma en que pasan su tiempo libre es enfermiza o no. Bajo esa luz, la decisión final de Bruce Willis adopta un aspecto completamente diferente que, desde luego, no sólo no le convierte en un héroe, sino que en la vida real sería puesto en la misma categoría anarco-terrorista que Timothy McVeigh u Osama Bin Laden. (FIN SPOILER)

Además, ¿cuán creíble resulta tal escenario? Esto es, que aquellos que inventaron el sistema de los sustitutos obviaran la posibilidad de realizar algún tipo de copias de seguridad con las que reiniciar la conexión de todo el mundo tras un fallo, individual o masivo. Todos los sistemas tecnológicos son inherentemente caóticos en el sentido de que en un momento u otro y cada vez
con mayor probabilidad acaban teniendo fallos, ya sea en la entrada de datos, la programación o en algo tan simple como un corte de energía o alguien pulsando la tecla equivocada. Cuanto más complejo sea el sistema y más trascendental sea su funcionamiento, más se esforzarían los ingenieros en dotarlo de sistemas de recuperación y autoreparación y, por tanto, menos probabilidades habría de que el sistema se viera comprometido en su totalidad. A pesar de lo que se nos muestra al final del film, lo más verosímil es que el sistema hubiera quedado fuera de combate durante unas horas o incluso un día antes de que los usuarios individuales reiniciaran sus conexiones. La vida no habría cambiado un ápice para nadie.

Otra de las cuestiones que asoman por las costuras de la película es, por ejemplo, que pueda existir una sociedad como la que se describe. El guión parece asumir que se ha alcanzado una
utopía, aunque solo sea en apariencia, en la que no existen los pobres. Los sustitutos son claramente un producto comercial por el que los consumidores deben pagar. Por tanto, debe existir forzosamente una parte de la sociedad que no pueda permitírselos, pero los únicos que vemos que no hacen uso de esa tecnología son retratados como reaccionarios cuya oposición a los sustitutos es más ideológica que otra cosa. En realidad, es más fácil imaginar un mundo como el nuestro, organizado en estratos económicos y en el que tenga lugar algo similar a lo que sucede con los coches hoy en día: aquellos que no pudieran permitirse los sustitutos, la mayoría de la gente que sí puede hacerlo, y una clase acomodada que podría disponer de cuerpos robóticos especialmente diseñados para ellos y fuera del alcance de la gente ordinaria.

La película hace también la dudosa afirmación de que gracias a la adopción generalizada de los
sustitutos como tecnología, el mundo se ha convertido en un lugar pacífico del que el crimen y la guerra han sido erradicados (lo cual es contradictorio con un FBI bien pertrechado y unos militares en pleno desarrollo armamentístico). No consigo ver la relación entre cuerpos virtuales y la eliminación del crimen y la guerra. La guerra existe por diferencias ideológicas, disputas territoriales o intereses económicos; el crimen suele derivar de la pobreza y la codicia personal. Es difícil entender que es lo que sucedió en el futuro que retrata la película para que ambas lacras hayan sido eliminadas, excepto quizá la misma mano mágica que también hizo desaparecer a los pobres.

¿Significan todas estas críticas que “Los Sustitutos” es una mala película de ciencia ficción? En mi opinión, sin ser una obra magistral desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, sí es interesante en su contenido de ciencia ficción. Porque no se limita a ofrecer una trama detectivesca o una sucesión de escenas de acción frenética, sino que trata de ofrecer un mundo futuro verosímil en el que aparezcan dilemas éticos sobre los que se puede abrir un debate. Al fin y al cabo, los comentarios anteriores provienen de una reflexión sobre lo que sugiere ese mundo, sus aciertos y equivocaciones. Difícilmente pueden suscitar esas discusiones ético-tecnológicas filmes como “Transformers”, “2012” o “Godzilla”.

Jonathan Mostow es un director poco prolífico cuyo nombre había venido volando bajo el
radar de los aficionados a la ciencia ficción durante varios años. Sus primeros y olvidados trabajos incluyeron un capítulo de la serie televisiva “Fright Show” (1985) y el guión y dirección de la horrenda “Ladrones de Cuerpos de Beverly Hills” (1989). Llamó la atención con el thriller “Breakdown” (1997) y llegó al éxito con “U-571” (2000), lo que le llevó a la dirección de “Terminator 3: La Rebelión de las Máquinas” (2003), un film que le venía grande, que no gustó a nadie y que le quitó muchos enteros como realizador.

Además de salpicar la película con pequeños detalles que ayudan a perfilar el futuro que se nos está presentando, Mostow también acierta en las destacables secuencias de acción, como cuando Bruce Willis persigue al asesino por las Reservas Dread dando grandes saltos con uno de sus brazos robóticos amputados y que exhiben el poder físico de los sustitutos en contraste al verdadero cuerpo humano de Willis que veremos un poco más adelante; o la otra, con Willis en su auténtico y frágil cuerpo persiguiendo en coche al sustituto de Radha Mitchell mientras ella salta de auto en auto. Es de agradecer que el director no recurra a la molesta técnica de “cámara en mano”, con sus encuadres temblorosos, movimientos mareantes y montaje acelerado, que tanto se utilizó en los films de acción de entonces.

Uno de los principales problemas del film es la indefinición de los personajes. Tom Greer es el
único al que se le presta atención merced al drama familiar que carga sus espalda y que cuyo origen se encuentra en un accidente de tráfico sucedido años atrás, en el que murió su hijo y su esposa sufrió heridas deformantes que la llevaron a refugiarse en su casa y utilizar exclusivamente un sustituto. Greer está insatisfecho con la sociedad en la que vive (tal y como demuestran algunos de los comentarios sarcásticos que arroja a otros personajes) e intenta reconectar emocional y físicamente con su mujer, pero ésta se niega a ello.

En cuanto a los demás personajes, sin embargo, no se ha realizando esfuerzo alguno en dotarles de cierto sustrato emocional, limitándose a servir de peones para que la trama avance. La agente Jennifer Peters, compañera de Greer en el FBI, carece de personalidad y no se nos cuenta nada de ella o su pasado, por lo que cuando la quitan de en medio a mitad de metraje no nos produce la menor congoja. El magnate manipulador Lionel Canter resulta estar movido sólo por un escasamente elaborado sentimiento de venganza, y el personaje del Profeta está completamente desaprovechado. Más gracia, aunque no más profundidad, tiene el muchacho que hace de genio informático del FBI y que, conocedor del peligro de lo que tiene entre manos, prefiere no utilizar sustituto. Su figura obesa y descuidada ofrece un divertido contraste a los higiénicos e impolutos cuerpos robóticos que pueblan toda la película.

Los encargados de efectos visuales dieron a los cuerpos sintéticos un aspecto muy característico
y vagamente irreal, como si los actores de carne y hueso hubieran sido bañados con una capa de aerógrafo. Resulta muy chocante ver a Bruce Willis cuando aparece por primera vez, con un aspecto rejuvenecido como si hubiera retrocedido veinte años en el tiempo hasta “Luz de Luna” (1985-89). Por eso nos produce una sensación aún más impactante el ver más tarde al auténtico Willis, que eligió interpretar el papel a sus 54 años de edad. Eso sí, mientras que sus más jóvenes compañeras de rodaje Radha Mitchell y Rosamund Pike se sometieron a un maquillaje que las hacía envejecer de una forma bien poco glamourosa, cuando Willis entra en acción con su “verdadero” aspecto no puede evitar que lo caractericen como un auténtico héroe de acción en lugar de un hombre de edad madura y escasa forma física.

“Los Sustitutos” fue un fracaso en taquilla. De sus 80 millones de presupuesto aún no ha
conseguido recuperar ni la mitad. Creo que son cifras injustas. Estamos ante una película de cine “negro” con ambientación futurista cuyas propuestas, es cierto, son más ambiciosas que sólido su resultado final. También es cierto que tiende a encarrilarse en fórmulas muy trilladas, que antepone el ritmo al contenido y que Bruce Willis no puede evitar acabar ejerciendo de implausible héroe de acción, pero tampoco se puede decir que el film aburra, pudiéndose disfrutar bien como una competente película de suspense y acción, bien como punto de partida para interesantes reflexiones sobre los peligros que conlleva el uso y abuso de la tecnología que nos rodea.


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